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Violencia hacia lesbianas: no son casos aislados

En la madrugada salteña, mientras la ciudad de Orán dormía, un hombre entró a la casa de una lesbiana e intentó matarla. Le dio siete puñaladas. Ella se defendió. Sobrevivió. Su hija adolescente estaba allí. Así lo denunció la organización salteña Panambi.

Hace un año que la violencia contra lesbianxs se acrecienta. No es el primer ataque. No es el único. No es un caso aislado.

El 6 de mayo de 2024, cuatro lesbianas fueron prendidas fuego por un vecino en Barracas, CABA. Tres murieron. Sola una sobrevivió con heridas graves y secuelas permanentes.

Los últimos días de enero, la tragedia casi se repite. En Cañuelas, provincia de Buenos Aires, un hombre incendió la casa de una familia lesbiana a la que hostigaba desde hace tiempo. Allí vivía una pareja y su hija de 5 años quienes se habían tenido que mudar unas semanas antes debido al hostigamiento del vecino. 10 denuncias previas habían realizado pidiendo protección, pero la Justicia nunca las escuchó. El fuego consumió toda su casa.

“¿Por qué te vestís de hombre si sos mujer?”, gritó un sujeto antes de atacar a una pareja de lesbianas en Recoleta, la semana pasada. A una de ellas le rompió la nariz y le partió un diente.

Desde que Javier Milei asumió el gobierno, los discursos de odio contra la comunidad LGBTIQ+ se convirtieron en rutina. Se escuchan en el Congreso, en las redes, en las calles. Se escucharon en Davos, en la boca del presidente. Y cuando el odio se vuelve norma, lo que sigue es esto: la violencia multiplicándose, avanzando con impunidad.

¿Cuánto más tiene que pasar para que se reconozca lo evidente? ¿Cuántos cuerpos más tienen que quedar en el camino para que se hable de lo que realmente está ocurriendo?

Esto no es solo violencia. Es un intento sistemático de borrarnos.

Soy periodista. Pero también soy lesbiana. Escribo esta nota con el cuerpo en tensión, con el miedo que aprendí a disimular en la calle, en la mirada de los desconocidos, en la amenaza latente de que cualquier día, en cualquier momento, puede tocarnos a nosotras. A mí, a mis amigas, a quienes amamos y caminamos juntas este mundo con el orgullo que nos quieren arrebatar. Porque esto no es solo un hecho aislado. Es la certeza de que el odio está ahí, afilando sus dientes, esperando su momento.

Pero tampoco estamos solas. La marcha del 1 de febrero fue una muestra de aquello, que ante la crueldad, la violencia y el odio, el pueblo argentino responde con organización. Ahora queda sostener las estrategias de resistencia a largo plazo para desarticular la violencia estatal y el avance del fascismo. Esto será desde todos los frentes: necesitamos las herramientas jurídicas, la batalla cultural y mediática, nuestra presencia en redes sociales y el espacio digital, las disputas en las escuelas, en los clubes, en los hospitales.

Ya lo hicimos y lo volveremos a hacer, construyendo comunidad, porque nadie se salva solx.

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