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Los Juegos Olímpicos del binarismo 

En  la edición 2024 de los Juegos Olímpicos en Francia se debate  una vez más sobre la participación de las personas trans en la competencia. Si bien las discusiones avanzaron desde aquellas verificaciones de sexo que se hacían en 1960, donde se revisaba los genitales para descartar trampas, aún siguen vigentes los debates que marcan nuestra cultura occidental: pensamos en dos sexos, dos géneros y dos formas complementarias de ser humano, hombre y mujer. Desde hace 20 años se discute en las altas esferas del deporte profesional sobre la “elegibilidad” de las personas trans para las competencias. En el presente, el debate sobre los varones trans representa menos problemas técnicos que el de las mujeres trans.

El objetivo que expresa World Athletics, la federación internacional que nuclea a más de 200 federaciones desde 1912, es promover la inclusión y mantener condiciones de competencias justas. Esta meta parece ser compleja en el caso de las feminidades trans, sobre todo porque los criterios que se manejan son estrictamente biomédicos, lo que se analiza es el cuerpo desde la medicina y las habilidades que desarrolla un cuerpo bajo cierta configuración hormonal. 

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La incomodidad de la diferencia 

Lia Thomas es una nadadora trans que se hizo conocida por ganar una competencia nacional en Estados Unidos. La joven de Texas empezó a nadar a la edad de 5 años, logró entrar a la Universidad y competir tres años en la categoría masculina. A los 19 años decidió iniciar su transición, pasó un año en tratamiento hormonal para que la Federación Nacional de  Natación aceptara su paso de categoría masculina a femenina. 

En el 2022, Thomas salió primera en la categoría 500 metros libres, superando por 1.37 a Emma Weyant, quien quedó en segundo lugar. Thomas salió segunda en los 200 metros y octava en los 100 metros.  Ese mismo año también compitió Iszac Henning,  un varón trans que decidió no iniciar proceso de hormonización y competir en la categoría femenina, terminó en el puesto número 15 y si bien recibió una medalla de honor, su participación no fue cuestionada con tanta intensidad ni fue noticia internacional. 

La foto de Lia Thomas y su 1,93 metro de altura y su victoria en los 500 metros dio la vuelta al mundo. Basto solo esa imagen para reforzar la idea de que la inclusión de mujeres trans en el deporte atenta contra la igualdad de condiciones. No importó que saliera 8va en otra categoría. Tampoco se tiene en cuenta que no en todos los deportes se requieren los mismos criterios. La habilidad, la fuerza y la coordinación cobran sentido distinto en la natación, en carrera, en salto o en lanzamientos. 

Más allá del hecho, es claro que condiciones de igualdad le importan mucho a las personas que pasan su vida dedicadas al deporte de alto rendimiento y la competición, y podemos pensar que no todas las personas que cuestionan a las mujeres trans en deportes son transodiantes. Aunque sí sabemos que hay algo en el cuerpo de las identidades trans femeninas que llama la atención y exige una sobre lectura por parte del mundo cisgénero. 

La ciencia del Comité de los Juegos Olímpicos 

Desde la incorporación de las mujeres, en la segunda edición de los modernos juegos olímpicos en 1900, existieron múltiples situaciones de sospecha del género de las participantes. Es así que con el avance de la medicina se establecieron criterios para confirmar el género de las atletas: el análisis de cromosomas sexuales mediante extracción de sangre y  una regulación sobre niveles hormonales. 

Ante el pedido de atletas trans femeninas de participar en la competición, se estableció un primer criterio que requería probar por lo menos 12 meses de tratamiento hormonal y niveles bajos de testosteronas: “Las atletas transgénero deben mantener sus niveles de testosterona en su suero por debajo de 2.5 nmol/L durante al menos 12 meses antes de poder competir en la categoría femenina en competiciones de clasificación mundial y/o para que se reconozcan los récords mundiales en la categoría femenina.” (2020)

El 23 de marzo de 2023, el panel de expertos del World Athletics modificaron los criterios de elegibilidad y sumaron uno que deja fuera a miles de atletas trans y avanza sobre el criterio mismo de la identidad de género: 

3.2.2 No debe haber experimentado ninguna parte de la pubertad masculina, ya sea más allá del Estadio Tanner 2 o después de los 12 años (lo que ocurra primero).

3.2.3 Desde la pubertad, debe haber mantenido continuamente la concentración de testosterona en su suero por debajo de 2.5 nmol/L.

Lo que esta pauta marca es que las mujeres trans solo podrán competir si tuvieron la suerte y el privilegio de expresar su identidad antes de la pubertad, y además si eligieron y tuvieron acceso a los 12 años de edad a un sistema de salud que inhibe las hormonas y moldee el cuerpo según la identidad expresada. Es decir, el comité de expertos quiere eliminar de base el problema de los cuerpos diversos que plantean las atletas trans, y envían un mensaje al mundo del deporte profesional y las familias de infancias trans. Es como si dijeran “te queremos como sos, pero que no se te note”.

Es claro que el comité de expertos ignora la profundidad y multiplicidad de identidades que existen, busca de modo directo tener cuerpos transgéneros  lo más parecidos a cuerpos cisgéneros. Es decir, no busca transformar los juegos olímpicos para volverlos más inclusivos sino transformar los cuerpos trans, resolver un problema a costas de un proceso costoso, poco accesible y no siempre deseable por parte de las personas trans. 

En un mundo donde en algunos países la transexualidad es penada por ley, y en otros es simplemente invisibilizada y excluida a los márgenes de la sociedad, la Federación internacional de Juegos Olímpicos exige a las futuras atletas que expresen su identidad durante la infancia y que estén en condiciones de tomar decisiones que podrían ser irreversibles. El resultado de esta estrategia es generar un gran obstáculo más para el ingreso de personas trans en los deportes profesionales. 

¿Se podrá incluir sin ser injustos? 

En sus recomendaciones los expertos se apoyan en el saber médico y remarcan el carácter científico y objetivo de esta disciplina. Usan los test como si fueran una roca dura que impide cualquier otro tipo de medidas para garantizar la inclusión trans.  En esa objetividad científica se escondieron grandes violencias durante los últimos siglos, pero lejos de realizar tratados de epistemología podríamos simplemente jugar con los juegos, con nuestras ideas de juegos e inventar nuevas respuestas.

Les propongo que nos permitamos bucear ideas sin juzgarnos, por lo menos durante unas pocas líneas. Lo primero que se nos ocurre cuando pensamos en soluciones es hacer los Juegos Olímpicos Trans,  porque tenemos el ejemplo de los Juegos Paralímpicos que se desarrollan desde hace 64 años en el mundo. Pero la identidad trans no es una enfermedad ni una discapacidad, por más que el saber científico intentó con todas sus ansias patologizar. Y el surgimiento mismo de esa idea es producto de ese pasado patologizante de la psiquiatría.

Pensemos en lo concreto, no es lo mismo ser un grupo de personas trans jugando al básquet, por ejemplo, que un grupo de personas en silla de ruedas jugando al basquet. El equipo de personas en silla de ruedas, por el objetivo mismo, convierte al juego en un juego distinto del básquet sin silla de ruedas. No es lo mismo en el caso de las personas trans. 

El problema con la identidad trans en el juego es de equipo, por llamarlo de algún modo. Entonces, ¿haríamos unos juegos olímpicos para varones trans por un lado, mujeres tras por el otro e identidades no binarias por otros? Podríamos usar los mismos estudios y criterios que usa ahora el comité de expertos para justificar la división de género.

O también podría dejar de lado la identidad de género de las personas y usar todo el avance científico y tecnológico para evaluar habilidades y rangos de habilidades. Por ejemplo, pensando específicamente en Lia Thomas, quien transicionó  a los 20 años habiendo ya desarrollado su cuerpo sin intervención médica, ¿podría ella competir con personas que tengan un desempeño promedio similar en los 500 metros, independientemente de su género? ¿Puede ser un camino eliminar el género como primer, y muchas veces, único criterio de división y buscar otros que sean acorde a cada disciplina deportiva?

A más de 100 años de la inclusión de las mujeres en los juegos olímpicos, aún existen diferencias notables de ingresos, publicidad y reconocimiento entre hombres y mujeres. Porque los Juegos Olímpicos no se tratan sólo de amor al deporte y  la gloria de obtener una medalla de oro, son también una industria que mueve miles de millones de dólares en cada disciplina. Y un escenario más donde sucede la política internacional.

Hacer de un deporte una categoría de hombres y otra de mujeres trae aparejado una división que se traduce en ropa, calzado, desodorantes, perfumes y un sinfín de bienes de consumo que rodean nuestra vida cotidiana. Desarmar esta división binaria quizás sería dar un gran paso en el binarismo de género que ordena nuestra cultura occidental. Aunque un problema para la línea rosa, el marketing y el futuro de negocios montados sobre las cosas para nenes y las cosas para nenas. 

Parece que no será pronto, ni pasará sin darnos  grandes debates que aún están pendientes. En 2024 celebramos que por primera vez en la historia de los juegos compiten la misma cantidad de hombres que de mujeres, ojalá  en un futuro cercano podamos profundizar la búsqueda de la igualdad. El presente demanda hacer explícitos los debates pendientes, superar los discursos de odio y la tendencia a patologizar, y encontrar “jugando” soluciones al binarismo del juego. Porque ya sabemos que la inclusión nunca es un simple agregado, sino que requiere una transformación de supuestos que, a fin de cuentas, nos beneficia al conjunto.

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