El 7 de marzo de 2010, en la provincia de Córdoba, murió fusilada de un escopetazo por la espalda la “Pepa” Gaitán, lesbiana y militante barrial, asesinada por el padrastro de su novia. Ese hecho cerró la discusión que el movimiento lésbico de Argentina tenía desde hacía unos años para consensuar una fecha como el Día de la Visibilidad Lésbica en nuestro país.
Es imposible pensar el activismo lésbico sin incluir la “visibilidad”, un concepto que desde hace décadas denuncia la marginación de las lesbianas, incluso dentro de los propios movimientos feministas y de diversidad sexual. Quienes primero teorizaron sobre la identidad lésbica ya señalaban el silenciamiento, la penalización e incluso la prohibición del lesbianismo, visto como una amenaza a los sistemas de reproducción social y al capitalismo moderno. Adrienne Rich, por ejemplo, planteó que el lesbianismo representa un deseo femenino que desafía la estabilidad del modelo de sexualidad reproductiva, eje del sistema de parentesco y de las relaciones sociales patriarcales.
Hoy, el concepto de visibilidad lésbica necesita ser leído en un contexto que nos ayude a entender que, entre las múltiples opresiones que se pueden vivir en esta sociedad, ser pobre, ser mujer y ser lesbiana generan una exclusión que te empuja a los márgenes sociales. Podemos pensar en el triple lesbicidio de Barracas como un ejemplo de ello.
Estos últimos años, el movimiento lésbico se alzó para visibilizar y exigir justicia frente a situaciones de extrema criminalización como fueron las que atravesaron Higui de Jesus, Marian Gómez, Pierina Nochetti y seguro tantas otras que no llegamos a acompañar de manera federal. Como movimiento nos unió la urgencia de visibilizar situaciones de lesbianas que fueron criminalizadas injustamente.
Dice val flores: la visibilidad, desde mi punto de vista, no es la consolidación de una esencia lésbica, sino una estrategia de intervención política que denuncia la dictadura invisible de un modelo de sexualidad normativo, del fundamentalismo heterosexual que imponen las instituciones con su política del silencio. Y esto sí constituye una ‘amenaza’ porque se ataca uno de los pilares fundamentales que estructura a esta sociedad: el heterosexismo.
Y ahora pienso, más que nunca, nuestra intervención política tiene que ser la de acercarnos a los espacios de representación y poder político.
Lo lesbiana no te quita lo facho
Hace unas semanas, Alemania tuvo sus comicios electorales para conformar su Bundestag, el parlamento federal. La sorpresa fue el 20% de votos que obtuvo la ultraderecha “Alternativa para Alemania”, posicionándose como la segunda fuerza política del país. Dentro de AfD se destaca la figura de su líder, Alice Weidel y aquí empieza el análisis de una estrategia que la derecha pareciera usar mejor que los partidos progresistas.
Weidel es lesbiana, su pareja es Sarah Bossard, originaria de Sri Lanka, con quién comparte hogar en Suiza y dos hijas adoptadas. Si bien, Weidel ha hecho lo imposible para que su orientación sexual no sea el principal tema de conversación sobre ella, lo que resulta más incomprensible son sus convicciones sobre la anti-agenda LGBT que ella representa: en contra del matrimonio igualitario, porque como cristiana, defiende la familia heterosexual y la conservación de los roles tradicionales del género; sostiene un argumento similar con la inseminación artificial, está en contra porque considera que la relación sexual heterosexual es la forma cristiana de tener hijes. Cuando en 2017 se debatía en Alemania la aprobación del matrimonio igualitario, ella sostenía que era una estrategia política para poner la atención social en cosas sin relevancia y desviar el verdadero problema: la inmigración.
La credibilidad y visibilidad de una lesbiana de derecha en política crece en la medida en que va en contra de la agenda que busca equidad para la ciudadanía LGBTIQ. Pero AfD no es la única fuerza de derecha en Europa que seduce a sus votantes con la figura de una mujer. Por ejemplo, Marine Le Pen destaca entre sus aspectos ser una profesional que viene de trabajar en las grandes firmas mundiales, pero además dos veces divorciada y con un discurso contundente y empático hacia aquellas mujeres que sostienen hogares monoparentales. Durante la pandemia se conoció que Le Pen vive con su mejor amiga de la infancia, pero así también se encargó de opacar cualquier rumor de la posibilidad de un vínculo erótico – afectivo entre ellas.

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¿Dónde están las lesbianas progresistas?
Es la pregunta que sobrevuela este texto. Entre 2024 y lo que va de este año, se conocieron al menos cinco episodios de ataques lesbo odiantes en Argentina. La impunidad de los agresores y la desidia frente a las denuncias son factores comunes en algunos de estos sucesos. Necesitamos que haya lesbianas en espacios de poder político, pero con una agenda de derechos, no solo con una orientación sexual.
Estos espacios no pueden ser sólo las Secretarías o Direcciones ocupadas de temáticas sobre mujeres y diversidad, porque entonces seguimos siendo un apéndice dentro de la construcción de políticas públicas.
¿Por qué la primera vez que vemos lesbianas en lugares de poder es en el marco de una derecha reaccionaria? Es el uso utilitario de la derecha para justificar que no son homófobos. Sin embargo en Argentina ni siquiera la derecha se jacta de tener lesbianas entre sus filas. Eso quedó claro cuando en 2024, en el marco de la discusión de “Ley ómnibus”, una disputa entre Javier Milei y Victoria Villarruel, le costó a la Vice ser víctima del ejército de trolls que ostenta el Gordo Dan, cuando se difundió información sobre una supuesta relación amorosa entre Villarruel y María Mercedes Torres, la ex Directora de Ceremonial y Protocolo del Senado. En este escándalo tuitero lo que más quedó claro es que la Vicepresidenta y sus amistades prefieren ser acusadas de cualquier cosa, menos de ser lesbianas.
Hasta aquí el mínimo racconto buscando qué lesbianas y con qué posturas hay en espacios de poder jerárquicos. En Argentina, con todos los ataques que vienen sufriendo lesbianas de distintas partes del país, en este contexto político donde apenas se escucha una oposición organizada, surge la pregunta urgente de quiénes frenarán esta violencia institucionalizada.
Mientras tanto, en otros lados del mundo, lesbianas activistas son perseguidas y encarceladas arbitrariamente, como ocurrió recientemente con las integrantes de la organización Kasaja Feminita, perseguidas y detenidas para impedir su participación en manifestaciones por el Día de la Mujer.
La contradicción es evidente: mientras algunas lesbianas ascienden al poder desde la derecha sin cuestionar el statu quo, otras son criminalizadas por exigir derechos básicos. ¿Qué representa realmente la presencia de lesbianas en las estructuras del Estado si su llegada no se traduce en una transformación real para la mayoría de las lesbianas que son silenciadas políticamente?