Pasaron 15 años de la Ley de Matrimonio Igualitario y yo sigo soltero. Pero también sigo militando. Desde el 15 de julio del 2010 la realidad de un país cambió para siempre. La Ley 26.618, que en ese momento los medios llamaban “matrimonio gay”, fue resultado de mucho trabajo. El debate se dio en la TV y la radio, en audiencias públicas en las provincias, en la mesa familiar, en los colegios y en las universidades.
El debate público hizo salir del clóset a miles de personas, y no se trató exclusivamente del clóset de la orientación sexual —aunque eso sí pasó—, sino que obligó a personas que no hablaban de sexualidad en general a abordar el tema y decir algo.
La “Guerra Santa” de Bergoglio y la lucha violenta de los sectores conservadores de la política argentina jugaron a favor de la diversidad. Porque allá en el 2010 ya había un modo de vivir la sexualidad que no seguía la moral religiosa, más aún, la criticaban por retrógrada. Recuerdo que en Tucumán un grupo de entre 10 y 20 personas nos juntábamos todas las semanas para conocer los avances del conteo de votos y pensar estrategias de visibilidad. Nos nucleaba “El Foro de la Diversidad Sexual del INADI”, un espacio de articulación y encuentro que tenía personas sin experiencia en la militancia, activistas con trayectoria y un grupo de jóvenes estudiantes universitarios.
A la salida del foro en el bar Managua tuvimos varias charlas con Gaby, una activista lesbiana del Foro. Días antes de la votación, terminamos una reunión con el poroteo en contra, los números no daban. Nos enfrentamos a la seria posibilidad de perder la oportunidad de conseguir la ley luego de meses de exposición pública y debate.
En nuestra provincia los medios más grandes estaban cooptados por el “No al matrimonio gay” y la “defensa de la familia”. Incluso sacaron un suplemento en el diario del domingo con bajada de línea fundamentalista disfrazada de información. “¿Qué vamos a hacer si esta ley no sale?”, nos preguntamos casi al unísono con Gaby. Tuvimos unos segundos de silencio porque el miedo nos cerró la garganta. No recuerdo si ella o yo, pero alguno de nosotros dijo: “No hay vuelta atrás, estamos en las calles, marchamos por primera vez visibles en la Plaza Independencia. Haremos como hacen las de la Campaña por el Aborto Legal: seguir intentando”.
Casi todos los miembros del Foro viajamos en colectivo a Buenos Aires para la votación. Todas las redes de mariquitas y tortas que existían fueron usadas. La peluquera de un diputado, la sobrina de una senadora y un sinfín de situaciones hicieron que los números cierren. Cristina Fernández de Kirchner se llevó en viaje a China a dos senadoras que iban a votar en contra: Marina Riofrío y Ada Iturrez de Cappellini. Ganamos por poco: 33 votos afirmativos, 27 negativos, 3 abstenciones y 9 ausentes.
GAY POST LEY
Hasta días antes de la ley, las posturas eran inmóviles. Por derecha decían que estaban en defensa de la familia y por izquierda que no iban a contribuir a hacer más sólida la institución burguesa del matrimonio. Nosotros respondimos: nuestras familias existen y necesitan derechos, a unos; y a otros decíamos: no queremos casarnos, queremos, igual que ustedes, poder decir que NO a la institución burguesa.
Cuando salió la ley, con Gabriela bromeamos sobre el cambio casi mágico que vimos en muchas personas. Jugábamos con hacer una serie que se llame Gay post ley, como sitcom, para mostrar el cambio. Recuerdo a una mariquita que soltó la voz después de la ley. Antes hablaba poco y sostenía su voz como quien construye masculinidad en cada palabra. Días después, su voz aguda sonaba a los cuatro vientos.
Los partidos políticos, centros de estudiantes, gremios y otras tantas formas de organización en pocos años tuvieron su área, grupo o secretaría de diversidad. Incluso aquellos que no votaron la ley y que no estaban de acuerdo. Diversidad de derecha en marchas del orgullo, referentes trans de izquierda, diputados gays, y otras tantas circunstancias se hicieron realidad.
La historia más reciente es conocida por muchos y no alcanzarían estas líneas para contarla. Hay libros y seguro habrá más. A quince años de la ley me interesa detenerme en nuestro presente político y en cómo nos ve cierto sector.
De la ley al movimiento: 15 años de política, orgullo y transformación social
Las políticas de reconocimiento no son algo nuevo, el anclaje en lo identitario tampoco es un invento argentino y, con mayor o menor impacto, se desplegó en las democracias de Occidente en las últimas décadas.
Hay una visión que critica estas políticas, e incluso algunos le echan la culpa del ascenso de la ultraderecha al poder, feminismos y diversidades “se pasaron tres pueblos” dicen. La teoría Noelia Custodio, podríamos decir en broma: eso de que le llamamos “gatite” a las mascotas y de repente nos olvidamos de cosas más importantes. Hay algo ahí que estamos pensando y repensando muchos de quienes dedicamos nuestra vida a la defensa de los derechos de la diversidad sexual.
Pero el análisis que hacen muchos se parece más a un pase de factura de varones heterosexuales, que dan una vuelta de más al discurso y terminan simplificando qué es lo que hizo la diversidad sexual en la política argentina.
Somos un sujeto político de la democracia, estuvimos en las calles y no dejamos de estar en ningún gobierno. Propusimos muchas leyes, no todas con amplio acuerdo, pero en cada grupo político de la diversidad hay una noción de futuro, un mundo posible que deseamos, y una interseccionalidad que no es mera representación identitaria: es acción, construcción y movilización.
Si dejamos de estar obsesionados con el género, con lo trans y con todo aquello que desafía la heteronorma, podríamos ver que hay factores que explican las políticas de reconocimiento que no son solo los grupos que lo llevan adelante. El crecimiento de los entornos digitales, las formas de vida que esta realidad propone, la falta de programas políticos con propuesta de futuro para nuevas generaciones y una lista de asuntos tienen también que entrar en el eje de la discusión.
“Ni pelado, ni con dos pelucas”. Es cierto que hay un límite en lo identitario como práctica política, podríamos decir también que a veces hay un cosmopolitismo posmoderno que aleja a mucha otra gente, suele guiarse más por una visión clase media universitaria del mundo que por lo que pasa en las calles. Pero pensar que la diversidad fue sólo esto último es un reduccionismo injusto, porque también hicimos encuentros, marchas, talleres, campañas de visibilización y concientización, espacios cuidados para víctimas de violencias, promovimos la posibilidad de denunciar abusos, trabajamos de modo articulado para que los policías de todas las provincias dejen de abusar a las trans, trabajamos en el ámbito jurídico para reconocer las violencias sistemáticas y un largo etcétera.
En más de una comisión de trabajo, militancia o gremial, y sobre los temas más variados, es mucho más probable encontrarse con mujeres y diversidades sosteniendo esos espacios que con varones heterosexuales. La politización de la diversidad sexual, impulsada por el reconocimiento de derechos, contribuyó profundamente a la democracia y a la política. Ese aporte, sin embargo, sigue siendo desconocido o ignorado por muchos analistas, streamers y expertos heterosexuales del presente.
La diversidad estuvo presente también en todas las marchas, y no podríamos decir lo mismo de todos los grupos y espacios políticos. La ley de matrimonio fue el punto de partida de algo que nos incumbe a todos y todas, y es una de las pruebas más palpables de que nada malo ocurre cuando se construye para la igualdad.