Unicef Argentina lanzó la campaña “El hambre no tiene final feliz” para concientizar sobre la situación actual de niños y niñas en el país. “Un millón de chicos y chicas se van a dormir todas las noches sin cenar” es una de las frases más difundida, la iniciativa cuenta con videos y el llamado a la acción a través de un hashtag: #CambiaElFinal.
Ramiro Ramirez Mecec, el nuevo representante de Unicef en el país afirmó que el objetivo de la campaña es hacer visible la penosa realidad que viven miles de familias, contribuir a los programas de apoyo nutricional para personas en situación de vulnerabilidad y también realizar un monitoreo del presupuesto que destina el Estado Nacional a este tema. El mensaje tuvo un gran impacto y puso a circular la cifra de un millón vinculada a la imagen de un niño con hambre al caer la noche.
Las infancias, la pobreza y el hambre están presentes enfáticamente en los discursos políticos de la era Milei. Que 6 de cada 10 niños son pobres y que el presupuesto para combatir la violencia y la discriminacion debe destinar a eliminar la pobreza de “los niños del Chaco” se repitió tanto que dio vuelta de sentido y se convirtió en memes, en parodia de una queja vacía que denuncia el hambre de un grupo de personas que estopa en otro lado, en una provincia pobre y no en la capital del país. “Los chicos del Chaco” se convirtió en muletilla, sin que represente un beneficio para los sujetos reales que caen bajo esa categorización.
En tiempos de crisis económica y del planteo ético del liberalismo libertario, nos encontramos hablando y pensando en dinero todo el tiempo, poniendo precio a cada una de nuestras habilidades o destrezas e intentando sostener algo parecido a calidad de vida. A quienes tenemos garantizada la comida y la vivienda nos atraviesa un juego de espejos en el que nos vemos siempre un poco distorsionados. Hace una semana una periodista salió a la calle con una pirámide con cifras que indican, según los ingresos, si una persona pertenecía a la clase media, o clase baja o se encontraba en situación de indigencia. Ningún entrevistado pudo acertar en qué lugar de la pirámide se encuentra, la mayoría piensa que está un poco más arriba de lo que realmente está, la negación de la propia realidad es uno de los modos de salvaguarda de clase.
La otra estrategia es hablar de la pobreza como esa triste realidad que le sucede a otros. Y en particular, haciendo un recorte de esa otredad como las infancias. El recorte es efectivo porque socialmente está establecido que los niños y las niñas se merecen tener cubiertas las necesidades básicas. Esta certeza no está vinculada a un partido político ni a una doctrina, se ancla en un precepto moral y social compartido, resultado de más de un siglo de trabajo desde el Estado y a nivel internacional por reconocer como sujetos de derechos a niños, niñas y adolescentes.
El precepto moral compartido del cuidado de los niños y niñas no existe desde siempre, la Dra. en Educación Sandra Carli investigó las distintas nociones de infancias que sucedieron en el Estado Argentino, el vínculo con la modernidad y los objetivos del surgimiento del sistema educativo. El modo en el que socialmente entendemos a niños y niñas es una construcción social y está estrechamente vinculada a una idea de Estado, a un modelo de educación y a un sistema de derechos. Por eso es inevitable pensar en lo catastrófico que es y será para las infancias argentinas la destrucción del Estado. En este sentido las declaraciones de hace unos meses del Diputado de La Libertad Avanza, Alberto Benegas Lynch, promoviendo que los padres tengan “derecho” a mandar a sus hijos a trabajar en vez de estar obligados a enviarlos a la escuela cobran sentido no solo como polémicas declaraciones de un individuo sino como la expresión de un ideal político que va más allá del enfrentamiento partidario actual. Hay algo pre moderno que parecen querer instaurar en la moralidad del país, la idea de que ciertas familias solo pueden aspirar a comer y trabajar durante toda su vida.
Necesitamos acompañar las cifras y frases hechas con otras formas de pensar las infancias y la pobreza. Porque incluso en la denuncia sistemática se esconde un proceso de deshumanización. La pobreza no es solo el hambre, aunque esto es urgente. El acceso a la salud de niños y niñas, las campañas periódicas de vacunación y de promoción de la salud, el acceso al deporte, a los juegos. La posibilidad de tener educación sexual integral para prevenir y denunciar el abuso sexual infantil, las herramientas del Estado para evitar la explotación infantil, los espacios de intercambio y formación para pensar cómo las redes sociales atraviesan la vida, los ideales de belleza, promueven las apuestas y la pornografía. Y un sinfín de temas son necesarios pensar con la misma urgencia con la que se denuncia el hambre, porque un plato de comida no puede ser el techo de nuestras semanas ni siquiera el piso de lo que exigimos como sociedad para cualquier ser humano.
Además de la campaña de UNICEF, desde las organizaciones sociales y comunitarias vienen denunciando el abandono del Estado Nacional en materia de alimentación y la persecución política a dirigentes sociales. Sigue sin funcionar la entrega de alimentos a los miles de comedores comunitarios que existen en el país, siguen sin conocerse cuánto dinero se va a destinar y como se va a ejecutar para dar respuesta a la pobreza estructural que afecta a las infancias. Sobre cada punto de este tema se crean enemigos imaginarios y debates morales falaces, poniéndonos a discutir edad de imputabilidad y no alimentación.
Para celebrar el día del niño, o de las niñeces, o como quieran llamarlo, quizás el primer acto posible para cada persona sea repensar lo que decimos y dejar de abonar a discursos que deshumanizan a las infancias pobres. Preguntarnos qué tanto nos importa en serio que un millón de niños y niñas se vayan a dormir sin cenar todas las noches y qué estamos dispuestos a hacer para transformar esa realidad.