Colombia, historia de una ignominia: análisis de las elecciones presidenciales 2022

Foto Télam

Nicolás Reyes Amaya es colombiano, doctor en ciencias Biológicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Vivió en Tucumán en 2019, y desde tierras colombianas nos comparte un análisis sobre las recientes elecciones en su país. Horizontes y desafíos.

Es hermoso saber que los ojos de América Latina se encuentran puestos en este momento sobre Colombia, y no es para menos, este país vive un momento sin precedentes en su historia.

Vamos a hablar un poco de lo que constituye el fenómeno de Gustavo Petro y Francia Márquez, nuevos presidente y vicepresidenta de Colombia recién electos el domingo 19 de junio. La cosa es que para entender este fenómeno electoral colombiano primero hay que ubicarnos un poco en la historia política del país.

Un poco de historia

Colombia siempre ha sido, a las buenas o a las malas, el patito derechoso del estanque. Nunca hemos tenido en nuestra historia política un presidente de izquierda. Para hacernos a una idea, un total de 5 candidatos presidenciales de izquierda o progresistas han sido asesinados a lo largo de nuestra historia como república. Esa violencia hacia cualquier expresión por fuera del establecimiento, es la que acompaña la formación de las figuras que hoy son Gustavo Petro y Francia Márquez.

Esta historia de marginalización va tan atrás, que por extensión me veo forzado a no abordarla completa. Pero para los fines de esta columna de opinión empezaré por contarles que desde 1953 a 1957 el general Gustavo Rojas Pinilla fungió como dictador de Colombia. Una figura parecida a Perón en Argentina; en su paso por el poder realizó grandes obras de infraestructura que trajeron algo de modernidad al país, implementó el voto para la mujer, y conquistó algunos derechos para los trabajadores, pero con muchas particularidades colombianas. No vamos a decir que los generales Gustavo Rojas Pinilla y Juan Domingo Perón son lo mismo. Una vez derrocado el general, en 1958 se instauró en Colombia el acuerdo político autoritario conocido como “Frente Nacional”, un pacto donde los dos partidos políticos tradicionales (Conservador y Liberal), enemigos acérrimos, pero que siempre habían ostentado el poder, deciden aliarse para turnar cada 4 años la presidencia. Si bien se realizaban elecciones simbólicas, siempre estuvieron arregladas; la idea era evitar que nunca más una figura como el ex-dictador, o cualquier cosa diferente a lo ya establecido, pudiera subir al poder.

Pues bien, proscripto y todo, el general Gustavo Rojas Pinilla busca hacerse de nuevo al poder presentándose a la contienda electoral en 1970, recién vuelto del exilio. La noche de esas elecciones aparecía como ganador con un amplio apoyo popular en votos, pero al día siguiente en la mañana aparecen unos resultados electorales totalmente diferentes que muestran como ganador al candidato del partido Conservador, que era quien seguía de turno para la presidencia de acuerdo al infame pacto bipartidista.

Este episodio ignominioso en la historia de Colombia, hace que en un grupo de jóvenes de clase media, la indignación trascienda hacia las acciones. Estos jóvenes, convencidos de la imposibilidad de acceder a cualquier opción alternativa de poder mediante las vías democráticas, optan por fundar una guerrilla. La llamaron Movimiento 19 de Abril, abreviada como “M-19” en conmemoración a la fecha del fraude electoral.

El M-19 nace entonces como la primera guerrilla urbana no comunista de Colombia, que forjó durante su tiempo de actividad y hasta su fecha de terminación (mediante unos diálogos de paz con el gobierno), una historia llena de acciones militares llamativas y muy simbólicas. Entre estas está el robo de la espada de Bolívar (que retuvieron durante 7 años, siendo llevada por todo el país y escondida de diversas formas en la clandestinidad), el robo de municiones del cantón militar norte del ejército de Colombia (un golpe durísimo para el ego de las fuerzas militares del Estado), o la toma al palacio de justicia. Esta última constituye una tragedia que ha dejado una profunda herida en la historia colombiana, debido a que el ejército decide entrar y retomar literalmente a sangre y fuego el palacio, asesinando a captores y cautivos a su paso.

Resulta que Gustavo Petro Urrego, nacido en Ciénaga de oro en el departamento de Córdoba (región Caribe de Colombia) y migrante hacia la capital para desarrollar sus estudios en Economía, fue uno de los jóvenes que vió en el M-19 la oportunidad para combatir por las armas a un Estado que consideraba ilegítimo. De sus actuales 62 años de edad, Gustavo Petro pasó 12 en la clandestinidad en este grupo armado, hasta 1990 cuando el M-19 firmó un acuerdo de Paz con el gobierno de turno, entregando las armas y fundando el movimiento político Alianza Democrática, con la esperanza de continuar su lucha desde la legalidad. Ninguno de los ex-miembros de esta guerrilla traicionó el acuerdo de paz, no sucediendo así con el gobierno, hecho por el cual murieron asesinados una gran cantidad de ex-guerrilleros, ya desarmados, reinsertados en la vida civil, y aspirando o incluso ya ejerciendo cargos políticos de elección popular.

Un caso icónico de este exterminio es el de su ex-comandante en jefe, Carlos Pizarro, candidato presidencial asesinado por el Estado el mismo año de 1990 poco después de consumado el acuerdo de paz con esa guerrilla. Incluso desde antes de este proceso de exterminio del partido Alianza Democrática, se daban otros procesos de exterminio social en Colombia. Uno muy llamativo fue el de la operación Baile Rojo, donde las fuerzas militares del Estado desde 1985 y hasta la década del 2000 asesinaron selectivamente un total de 4.153 militantes del partido político Unión Patriótica, que agrupaba una gran diversidad de sectores sindicales, miembros del Partido Comunista Colombiano, campesinos, y miembros de la guerrilla de las FARC que para los 80’s se encontraba activa y en uno de los muchos diálogos de paz que sostuvo con el Estado. Es en este ambiente que se desarrollan los primeros años de vida política de Gustavo Petro, quien fuera encarcelado, torturado, y dos veces exiliado, una primera en 1994 para salvarse del exterminio de su partido político Alianza Democrática, y otra en 2002 cuando ya era senador de la República.

A lo largo de su vida, Gustavo Petro ha ocupado diversos cargos públicos, muchos de ellos de elección popular. Resaltan su labor como activista del proceso constituyente de la nueva Constitución de Colombia en 1991, fenómeno liderado por los desmovilizados ex-guerrilleros del M-19, y que sucede a tan solo un año de haberse desmovilizado esta guerrilla, tal vez por ello la agresividad por parte del establecimiento tratando de desaparecerlos físicamente y como movimiento político.

También llama la atención su labor como miembro del Congreso de la República de Colombia, donde logra llevar a la cárcel a más de la mitad de los congresistas de la época (siendo ésta justamente la razón de su segundo exilio), gracias a los debates de control político en donde con evidencias cuidadosamente compiladas demostró la existencia de una alianza del Gobierno, la clase política y los grupos ilegales armados de ultraderecha conocidos como Paramilitares. Sí, esos mismos grupos paramilitares armados que sumieron al país en una sola masacre permanente de colombianos desde mitad de los años 90’s hasta su mayor pico en los dos gobiernos del ex-presidente Alvaro Uribe (desde el 2002 hasta 2010), y que al día de hoy siguen existiendo. También resalta su labor como alcalde de la capital del país, Bogotá, donde bajo el eslogan de la “Bogotá Humana” Gustavo Petro impulsó un sinnúmero de estrategias sociales proteccionistas que redujeron drásticamente la pobreza en esa ciudad, y generaron la inclusión de una gran parte de la sociedad en los procesos económicos, sociales y políticos.

Pero realmente la gran sorpresa de estas elecciones no ha sido ni siquiera el propio Gustavo Petro, viejo lobo de mar de las luchas sociales y la política nacional, sino Francia Márquez, actual vicepresidenta electa, cuyo liderazgo social tiene un origen diferente. Nunca ha ocupado un cargo dentro del Estado y su carrera política se ha forjado entre las luchas ambientales, las luchas sociales de las comunidades afro y el feminismo. Francia Márquez para muchos ha aparecido en estas elecciones de la nada, como una gran revelación política, pero la verdad es que su aparición en el panorama de las luchas sociales del país viene desde hace rato, y carga una historia bastante densa.

Desde muy joven Francia Márquez empezó su activismo ambiental y social en los consejos comunitarios afro, que son la figura legal en la cual se organizan política, social y administrativamente las comunidades afro en Colombia, esas mismas comunidades afro que gracias a la constitución de 1991 tienen un reconocimiento de derechos económicos, sociales y políticos propios, como comunidades ancestrales.

Desde estos consejos comunitarios Francia ha liderado luchas contra la minería indiscriminada, legal o ilegal, la desviación de ríos para represas, y la violencia contra las comunidades Afro, especialmente contra las mujeres (por parte de todos los actores armados: guerrillas, paramilitares, o el propio Estado). Dentro de todos estos procesos de lucha, Francia Márquez organizó algo que fue conocido como “la marcha de los turbantes” (haciendo referencia a una prenda ancestral que usan las mujeres afro en sus cabezas), que consistió en una marcha de mujeres afro que caminaron 600 kilómetros desde la región del pacífico (su tierra natal) hasta la capital, exigiendo el respeto a la vida de las comunidades afro (que tantos muertos han puesto) y el cumplimiento de una sentencia de la Corte Constitucional de Colombia, que obliga al estado a proteger los territorios ancestrales afro.

Todo esto la llevó a ser elegida para participar como representante de la sociedad civil por las comunidades afro en los diálogos de paz definitivos que llevaron a las FARC a desmovilizarse en el año 2015. También ganó el premio internacional “Goldman” a defensores del medio ambiente en el año 2018, que es como una especie de premio nobel, pero para los ambientalistas.

Estos reconocimientos le dieron a Francia Márquez una visibilidad nacional e internacional que no había tenido antes ningún otro líder afro en Colombia. Sin embargo, toda esta carrera de liderazgo fue también la que la llevó a tener que desplazarse tempranamente de su tierra natal en el pacífico colombiano, para proteger su vida de múltiples amenazas de muerte. En este desplazamiento forzado, Francia estudia derecho en Cali, tiene dos hijos y trabaja como empleada del servicio doméstico, pero nunca deja de ejercer su liderazgo social, un liderazgo que ha dedicado a luchas por los derechos de aquellos que en palabras suyas son “los nadies” de este país, bajo una bandera de activismo tan fuerte como inspiradora: “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

En el año 2019 un grupo de paramilitares fuertemente armado intentó asesinarla a ella y otros líderes de las comunidades afro que se encontraban reunidos en la zona rural de Santander de Quilichao en la región del Pacífico colombiano, utilizando armas de gran calibre y granadas. Una experiencia horrible al mejor estilo de los procesos de exterminio que tantas veces antes ya ha vivido este país.

Todo esto nos da una idea de las características del panorama social y político de una Colombia convulsionada por la violencia y la marginalización, una historia de exclusión que ha dado origen a este proceso social que hoy desemboca en la victoria de unas elecciones presidenciales, historia que sin duda va más allá de Gustavo Petro y Francia Márquez como individuos, y que relata la vida de uno de los países más desiguales de américa latina.

Entonces esta mujer afro de 40 años, abogada y activista ambiental, junto a este hombre mestizo de 62 años, ex-guerrillero, economista y experimentado político, se han lanzado mediante la alianza nacional llamada “Pacto Histórico” a la temeraria empresa de dirigir e intentar transformar durante los próximos 4 años a un país cuya historia hasta el día de hoy ha estado llena de violencia y desigualdades. Todo esto en medio de un clima de campaña sucia y violencia, donde se han combinado desde noticias falsas que aseguran que estos dos candidatos van a acabar la propiedad privada, hasta el asesinato de varios activistas del Pacto histórico en diversas regiones.

Son gigantescos los retos que interpone este nuevo momento histórico para Colombia, un país que requiere una gran cantidad de cambios que le permitan desarrollarse social y económicamente, para salir de la época feudal de “amos y siervos” en que se encuentra atrapado gran parte de su territorio y sus habitantes.

Sin embargo, hay tres precedentes que ayudan a pensar que estos cambios pueden ser posibles:

1) en las pasadas elecciones del Congreso, el Pacto histórico logró la mayor votación nunca antes registrada para ningún partido o movimiento político, mediante una lista con paridad de género (mitad hombres, mitad mujeres), de candidat@s provenientes de diversos procesos de luchas sociales, obteniendo 29 escaños en la Cámara de representantes (de un total de 172) y 20 escaños en el Sedado (de un total de 108),
2) en las pasadas elecciones presidenciales la dupla Petro y Francia obtuvo la mayor votación de la historia para una fórmula presidencial, con 11.291.986 votos logrados en una de las elecciones con menos abstencionismo de la historia de Colombia,
3) a tan solo una semana de haber ganado las elecciones, el Pacto Histórico ha logrado establecer bajo la figura de una alianza nacional amplia y conciliadora, acuerdos con diversos sectores políticos, incluyendo partidos y movimientos progresistas y de derecha, con los cuales deberá establecer una relación estable que le permita garantizar por un lado la gobernabilidad, y por el otro la sanción de las leyes que permitan ejecutar el tan anhelado cambio que los electores han pedido en las urnas.

Hay mucho por hacer, y ninguna de las transformaciones necesarias se logran en un día. Personalmente solo espero que hoy, mañana y siempre, podamos trabajar juntos, personas e instituciones, de distinta índole y convicción, por fuera del odio, por fuera del miedo, en la construcción de un país que necesita profundas y democráticas transformaciones.

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