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8M | “El feminismo me abrazó en medio del caos”

Leti tenía 5 años cuando la violencia machista le arrebató a su mamá. Hoy, a los 24, escribe desde la memoria y la lucha, para que ninguna historia quede en el olvido.

Por Leticia Victoria Nieva

Hoy, más que nunca me rebelo contra el silencio impuesto por aquellos que intentan ocultar la verdad. Me rebelo contra un sistema que permite que los perpetradores de la violencia contra las mujeres caminen libres. Me rebelo contra una sociedad que sigue mirando hacia otro lado, ignorando el sufrimiento de tantas mujeres y niñas que han sido víctimas de esta injusticia desgarradora.

Este enojo no es solo mío. Es el enojo de una generación que se niega a aceptar un destino marcado por la violencia y la opresión.

Ojalá que esté enojo tan grande, este dolor angustioso, siempre sea mi fuerza para levantar la voz, para llevar como bandera siempre el amor, la empatía, para conmoverme, como bien dice su definición: perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia a alguien o algo. Y porque no, enternecer: mover con ternura.

El 26 de febrero no es un día cualquiera. Es el día en que mi corazón está lleno de un dolor tan profundo que amenaza con consumirme. Diecinueve años han pasado desde que la vida de mi madre fue truncada por la violencia despiadada que aún se cierne sobre nosotros. 

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Diecinueve años de vivir con el peso insoportable de su ausencia, de las preguntas sin respuesta, de la prensa con sus notas morbosas, de los más de 100 cuerpos de una causa que no termina y de la rabia ardiente a hacia este sistema.

Tengo 24  años hoy, uno más de los que mi mamá tenía cuando fue asesinada.

Cuando una es pequeña los adultos son adultos, los de 20 y los 50 años. Hoy, que transitó su misma edad, estudio una carrera universitaria como ella, trabajo y miró los ojos de una niña de 5 años que me abraza apenas me ve, es en este punto que puedo dar cuenta de lo atroz y cruel de esta historia.

¿Cómo puedo entender que mi madre, con toda su vitalidad fue reducida a una estadística más en la interminable lista de víctimas de la violencia de género? ¿Cómo puedo aceptar que su vida fue truncada antes de que pudiera siquiera comenzar a vivir?

El feminismo me abrazó en medio del caos. Siempre han sido las mujeres las que me tendieron puentes, trampolines en las caídas más profundas.

Hoy, 8 de marzo, no es un día de fiesta. Nunca lo fue para mí. Es un día donde las ausencias pesan, donde los nombres que ya no están retumban más fuerte que nunca. Pero también es el día donde nos encontramos, nos miramos a los ojos y nos sostenemos, aunque sea con un gesto mínimo, aunque sea desde el silencio compartido.  

El feminismo me encontró así, hecha pedazos. Llegó como un abrazo torpe, de esos que primero te desarman más, pero después te salvan. Me dio un lugar para hablar como me saliera, aunque fuera entrecortado, aunque a veces solo pudiera llorar. Me dio una escucha sin apuro, sin buscarle un sentido rápido a lo que yo todavía ni entendía.

Y ahí, en ese espacio, aprendí a nombrar las cosas: el dolor, la ausencia, el enojo. Aprendí a decir su nombre sin que la voz se me partiera: Paulina.  

Mi mamá.  

Mi primera herida.  

Y entonces, las mujeres.  

Porque si algo me ha salvado de las caídas más grandes, siempre fueron las mujeres.  

Muchas mujeres.

Mi mamá adoptiva, que primero fue mi profe y después, sin que ninguna lo buscara, se convirtió en mi refugio. Ella no me pidió explicaciones, no esperó que yo pusiera palabras bonitas al dolor. Simplemente estuvo. Me miró y me dejó ser: triste, rota, enojada.  

Mi abuela, que ya en su época —cuando casarse parecía la única salida— nos decía: no se casen nunca, estudien. Así, como si fuera algo simple, como si la libertad fuera algo que se pudiera plantar en el corazón de las nietas y ver crecer.  

Mis amigas, las de siempre y las que la vida me fue poniendo. Las que escucharon mi historia y no me tuvieron lástima, sino que me ofrecieron compañía. Las que no tenían respuestas pero sí tenían un mate, un mensaje de ¿cómo estás?, un acá estoy si querés hablar.  

El feminismo me dio eso: las palabras y las voces de otras mujeres. A veces enojadas, a veces dulces, a veces quebradas. Pero siempre presentes.  

Por eso hoy, cuando un gobierno quiere borrar el término femicidio como si al borrar la palabra desaparecieran las muertes, cuando sacan leyes como la Ley Brisa, que apenas intentaba reparar las vidas rotas de les hijes de las mujeres asesinadas.

Por eso hoy, más que nunca, entiendo que nuestra voz es urgente.  

Que esto no es solo memoria, es supervivencia.  

Mi lucha es por mi mamá.  

Por mi mamá adoptiva.  

Por mi abuela.  

Por mis amigas.  

Por mí.  

Por todas.  

Por las que fueron, las que somos y las que vendrán.  

Aunque intenten callarnos, porque siempre fuimos las mujeres las que nos tejimos redes en las caídas, las que nos construimos puentes con los restos de todo lo que nos quitaron, las que hicimos trampolines para volver a levantarnos.  

Y si algo me enseñó el feminismo, es que no importa cuánto nos quieran borrar, siempre habrá otra mujer al lado para recordarnos que seguimos vivas.  

Paulina, presente hoy y siempre.

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