El acceso a la información es un derecho humano que reiteradas veces se ve obstaculizado porque las páginas web y las aplicaciones digitales no son accesibles para todas las personas.
El caso del ciudadano argentino Pablo Feighelstein ejemplifica lo que muchas personas viven a diario a la hora de interactuar con lo digital. Pablo es abogado y psicólogo, tiene 67 años y a los 15 perdió un ojo a consecuencia de un cáncer. A principio de año quiso hacerse una cuenta en Mi Argentina para gestionar un permiso de circulación obligatorio, pero la app no reconocía su rostro. Entonces, recortó un ojo de una caricatura de revista y se lo pegó sobre su parche. Así logró obtener un certificado de circulación para irse de vacaciones.
“Fui al cajón de casa donde los chicos guardan sus revistas y recorté el ojo de una caricatura de una revista Billiken. Lo pegué encima del parche y cuando puse la cara en la cámara para tomarme la foto, recién allí la aplicación me reconoció la cara y me permitió registrarme”, contó el hombre.
Esta problemática de no poder acceder a contenidos se evidenció mucho más durante y luego de la pandemia cuando la mayoría de los recursos e informaciones fueron mediados por aparatos tecnológicos para reemplazar el contacto humano que ponía en peligro la vida. Desde bancos hasta aplicaciones de recreación tuvieron que adaptarse a la nueva modalidad o la nueva era del covid-19.
Soy comunicadora enfocada en derechos humanos y me desempeño en control de calidad de aplicaciones desde hace más de cuatros años en la industria del Software. Actualmente trabajo en Endava, donde estamos armando una comunidad para que distintos roles de la empresa se especialicen en accesibilidad y podamos también abrirnos a la comunidad con capacitaciones en charlas, encuentros y universidades.
Decimos a viva voz que después de la pandemia “el mundo se volvió más tecnológico” y de hecho, la industria que más creció en puestos laborales es la tecnológica con casi 120.000 profesionales en el 2021, con una expectativa de más de 500.000 profesionales IT para el 2030, según informes de la Cámara de la Industria Argentina del Software.
La accesibilidad web es la práctica inclusiva de garantizar la accesibilidad a los sitios web, que las herramientas y las tecnologías estén diseñados y desarrollados para que las personas con discapacidad puedan usarlas.
A mí me gusta pensar la “accesibilidad web” como la práctica de garantizar el acceso a información digital a todas las personas, en especial las personas con discapacidad. ¿Por qué esta distinción de mi parte? Cuando se habla de personas con discapacidad, también se piensa en políticas públicas que avalen esa terminología, desde contar con un carnet que te posibilite reclamar y hacer valer tus derechos.
La realidad es que hoy en día hay muchas personas que transitan lo digital con diversidades cognitivas o motoras, que no le permiten acceder a la información y no están incluidas dentro del marco de una discapacidad reconocida por el Estado. O bien, muchas personas tienen brechas digitales por la edad o por su condición socioeconómica que no le permiten un acceso total a la información. Pensar en accesibilidad web es pensar en todos esos factores, desde hacer intuitivo un contenido digital hasta pensar en un contenido para una persona, por ejemplo, con una discapacidad visual.
En creación de aplicaciones, la discusión sobre accesibilidad tiene que ser el paso número uno de las lógicas de negocio antes de diseño, marketing, desarrollo y testeo. Como trabajadora de la industria del software, me tocó en ocasiones ver ejemplos de aplicaciones que no fueron pensadas desde la accesibilidad y una vez desarrolladas y lanzadas al mercado, el Estado (no argentino) exigía que cumpla ciertas normativas de la WCAG3 para que puedan seguir operando. Lo cual hacía muy difícil que todo aquello creado y en marcha se mantenga tal cual, hasta incluso hay casos donde logos tuvieron que ser cambiados por no ser accesibles por ejemplo para personas con disminución visual o daltonismo.
Las pautas de accesibilidad al contenido web (WCAG) son unos documentos que explican cómo hacer el contenido Web accesible para personas con discapacidad. Los criterios de accesibilidad web se basan en cuatro principios: un sitio debe ser perceptible (todos los usuarios deben poder percibir lo que hay en la pantalla, lo que implica, por ejemplo, que haya alternativa de texto para las imágenes que no pueden verse), operable (por ejemplo usando atajos de teclado en lugar de mouse), comprensible (se debe usar o brindar una alternativa de lenguaje simple, emplear una estructura predecible) y robusto (el contenido tiene que poder interpretarse por distintos tipos de aplicaciones o no ser demasiado pesado).
Volviendo al caso de Pablo Feighelstein, es muy interesante para analizar y ejemplificar esta problemática, porque estamos hablando de una aplicación pública que permite realizar varios trámites y tener certificados, como el de discapacidad, REPROCANN, donación de órganos, licencia de conducir, ART, tramites de ANSES, entre otros, en una Argentina donde el acceso a la información pública es un derecho fundamental de cualquier ciudadanx.
Argentina tiene actualmente dos leyes relacionadas a este tema, la ley 26.653 de la accesibilidad de la información en las páginas web (noviembre del 2010), que exige a los sitios web del Estado (y de sus empresas, proveedores y organizaciones de la sociedad civil asociadas) cumplir con los criterios de accesibilidad web de la W3C “para evitar discriminación” de personas con discapacidad. Y la 27.078 Ley Argentina Digital de 2014, que contemplan el acceso digital y se basan en los estándares mundiales de accesibilidad digital.
Sin embargo, es el propio Estado el que las incumple. Tenemos situaciones como las de Feighelstein que no pudo pasar un reconocimiento facial por tener un parche en el ojo. En muchos portales esta noticia fue subida como una nota de color, una nota humorística y hasta partidaria, pero en realidad es mucho más profunda porque nos abre este debate sobre las políticas públicas en torno a la discapacidad y el acceso a la información digital.
Vivimos en un mundo más tecnológico, pero, ¿para quiénes? El reto actual está en apuntar que la calidad de los contenidos digitales se centren en que los productos sean accesibles para todas las personas, poniendo especial foco a las condiciones de salud y socioculturales como un derecho humano universal.
Hacer un “mundo más tecnológico” es poder conocer nuestros derechos como consumidorxs y promover lógicas como trabajadores donde se tenga en cuenta a la discapacidad para pensar los contenidos digitales.