Smiley, una comedia dramática LGBT

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Durante años, busqué alguna referencia LGBT en la televisión. Miles de películas de amor romántico que nada tenían que ver con mi vida, o con la de mis amigues, ilustraban las historias de amor como algo exclusivamente heterosexual.

Cuando las protagonistas eran lesbianas, los finales trágicos abundaban. Sobre esto, una querida amiga escribió en 2011 una nota titulada “Y vivieron felices para siempre” que invito a leer.

Este semana me di un atracón de Smiley, una serie española que se estrenó el 7 de diciembre en Netflix y que cuenta con 8 episodios. Está basada en la obra de teatro homónima de Guillem Clua, dirigida por Marta Pahissa David Martín Porras.

La serie cuenta las aventuras y desventuras de dos protagonistas gays, atravesados por la era de las aplicaciones de citas, donde Grinder aparece como antagonista de los deseos de una relación larga y duradera.

También está la historia de una pareja de lesbianas, que llevan una relación de 7 años y entran en crisis. Los debates sobre el desgaste de la pareja, las imposiciones del patriarcado, el poliamor y los tríos se cruzan con las experiencias de salir del closet.

Todo sucede en una atmósfera muy LGBT, con una Drag que es dueña de un bar (Bar Bero) que funciona como punto de encuentro y nexo entre los diferentes personajes de la serie. Esa familia elegida que sabe construir la comunidad LGBT ante la expulsión temprana de sus hogares.

¿Es perfecta la serie? Pues claro que no. Y exigirle que cumpla con todos los estándares del activismo LGBT es demasiado. Claramente los cuerpos hegemónicos sobreabundan, algunos estereotipos de repiten, las personas trans no aparecen y probablemente muchas otras cosas se me pueden pasar de largo. Porque se trata de una serie de televisión, no de un manifiesto político. Smiley es sobre todo un tributo a la comedia romántica, y por eso muchos clichés habituales del género están ahí deliberadamente.

Lo que el dramaturgo Guillem Clua se propuso fue demostrar que no se para el mundo ni se pierde el guión, colocando a parejas no heteronormadas como personajes principales en lugar de eternos amigos gays de la rubia, y liberados, además, de dramas, traumas e ITS, connotaciones que este tipo de figuras parece arrastrar siempre en pantalla.

La gran mayoría de películas donde es representado el lesbianismo terminan con el suicidio de una de las protagonistas, el abandono de la identidad por que no se podía sostener en un mundo homofóbico o alguna otra desgracia.

Hace 12 años, la Gatta Colombres Garmendia escribía: “Pasa en la vida y pasa en la televisión. También hay otra realidad, la de ser lesbiana y ser feliz. Nuestras historias no cuentan cómo una pareja hetero, sacada de algún cuento de Disney, se ve trastornada por la aparición de una mujer poco convencional -“Eloise”, “Imagine me and you”-, sino el de dos mujeres que se saben lesbianas, que viven cada segundo de su vida como lesbianas y que todos los días pueden sonreír a pesar del espanto de quienes creen que nosotras solo pertenecemos a clínicas de rehabilitación, psiquiátricos o al infierno. Yo, nosotras, somos lesbianas felices y nos proponemos seguir siéndolo, ¿Ustedes se animan a verlo?”.

Hoy, abundamos en la televisión, el cine, las redes sociales, pero sobre todo, fuera del closet. Salud por eso.

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