Disponible en Netflix, la gran obra de la chilena Maite Alberdi, ávida documentalista de la vida cotidiana —reconocida autora del género con largometrajes como La Once (2011), donde da luz al típico ritual de conversaciones de té entre su abuela y sus compañeras de vida, o Los niños (2014), que aborda las vicisitudes de la situación escolar en personas con síndrome de Down—, toma como punto de partida la ficcional idea de infiltrar a un abuelo en el geriátrico San Francisco de El Monte, en Santiago de Chile, y develar así una trama de maltratos y faltas profesionales por parte de los cuidadores a la residente Sonia Pérez. Tras un mes de arduo e hilarante entrenamiento, Sergio Chamy (de 82 años), el anciano reclutado por el detective privado Rómulo Aitken para llevar cabo la investigación, logra ingresar al asilo donde el equipo técnico de Alberdi ya se encontraba rodando un supuesto documental sobre el establecimiento, configurando de este modo la “tapadera” perfecta.
El factor novelesco —¿o pretexto narrativo?— de la historia poco a poco va quedando relegado a un segundo plano, y una problemática más cruda, latente desde los primeros minutos del metraje, va apoderándose del relato articulado por Sergio. Una realidad tan común como ignorada y paradójicamente inherente a la vida misma: los obstáculos de la vejez y la soledad, desamparo y profunda tristeza que ésta lleva implícita. La producción chilena conforma un retrato de todos los matices posibles en la tercera edad mediante una extraña combinación orgánica de géneros dispares, que sorprende por su sensibilidad de su tratamiento y lo irrisorio del acto, transformándose en una indispensable e inolvidable oda a nuestros mayores.
«Voy a brindar por la vida
cuando hay comprensión y amor,
no se siente ni un dolor
ni duele ninguna herida.
El vivir bien nos convida
una florida vejez,
el trabajo y la honradez
al hombre dan alegría
y se termina la vida
con la mayor fluidez.»
Petronila “Petita” Abarca narra esos versos al Agente Topo y a cámara, resumiendo el corazón del filme y aquel discurso que afortunadamente llega a la alfombra roja de los Oscars, que se celebrarán el 25 de abril, con la nominación de Mejor Documental[1], tras ganar como Mejor Película Europea en la sexagésimo octava edición de San Sebastián y haber sido nominada como Mejor Película Iberoamericana en los premios Goya.
De cuidada estética, con retazos de cine negro y magnífico lenguaje audiovisual, El agente topo convierte las cómicas contrariedades cotidianas de los ancianos[2], sobre todo con la tecnología y elementos diarios fuera de sus tiempos, en una de sus mayores virtudes: una comedia que procura una necesaria reflexión a través de su brutal franqueza en la exhibición del geriátrico, con sus personajes y escenarios, que explora tanto lo tierno y caricaturesco como lo angustiante y desolador de aquel frágil microcosmos. La obra de Alberdi reboza de humanidad y empatía, caminando siempre en los límites de lo creíble y lo fantasioso, sembrando las dudas respecto a los hilos visibles del guión, entretejiendo las necesidades de conexiones y cariño, vínculos reales, con los estragos causados por la falta de un sustento en esos momentos de susceptibilidad; ajena al contexto del COVID-19, indaga en una pandemia pretérita, como asegura la realizadora principal de la película: la pandemia de la soledad. “[…] estamos muy orgullosas de ver cómo El agente topo ha ayudado a familias a reconectarse con sus mayores”, afirma la directora; “[…] La reacción de muchos es de ‘quiero llamar a mi mamá, a mi papá, a mi abuelo’. Nos ha pasado mucho que la gente que ve la película ha comenzado a preguntarse ‘cómo me relaciono yo con mi abuelo, hace cuánto tiempo que no lo llamo, hace cuánto tiempo que no lo voy a ver’”, sostiene para la BBC.
“Es cruel esta vida, después de todo”, expresa Petita, la poeta del hogar que lamentablemente falleció durante el rodaje, hecho incluido en el corte final para patentizar la penosa certeza que asola a todos los habitantes de aquellos largos pasillos. Una certeza que, irónicamente, no les causa tanto temor como la sofocante soledad que sufren. Pero a pesar de sus estrechas proximidades simbólicas a la muerte, sin ser un tema sobresaliente en el relato, El agente topo es un canto a la vida.
[1] Esta nominación es la primera en la sección de Mejor Documental para nuestro país vecino, siendo además la única película latinoamericana en carrera este año y Alberdi la primera mujer nominada en la historia de la categoría.
[2] El agente topo recuerda en gran medida a la entrañable Muchos hijos, un mono y un castillo (2017) del español Gustavo Salmerón, documental (filmado a lo largo de 14 años, con la matriarca Julita Salmerón como protagonista absoluta) donde revela las hilarantes excentricidades de su familia expuestas a través de la búsqueda de las vértebras de la bisabuela; y a la argentina Flora no es un canto a la vida (2019; disponible en CINE.AR) del actor Iair Said, en la que la anciana que da nombre al filme retoma sus marchitos vìnculos familiares con un extraño propósito: organizar su propio funeral.