PORTADA 4

Nosferatu, el conde y la peste

La imagen del vampiro volvió a tener presencia en la gran pantalla con Nosferatu (2024, Robert Eggers), volvió la idea del vampiro como un espíritu que explota los aspectos más oscuros de un tipo de monstruo.

Nosferatu, más que un muerto viviente que devora humanos, parece una presencia espectral, más espiritual que física, incluso una sombra o una pesadilla. Se trata de un pájaro de mal agüero cuya maldición se materializa en el rastro que deja por su camino como un foco infeccioso, como un parásito que despierta nuestros más profundos temores y nuestras más primitivas supersticiones.

Nosferatu es visto como una metáfora de enfermedades, plagas y el miedo a lo desconocido, temas recurrentes en la Europa de la posguerra. Refleja las ansiedades culturales de una época, incluyendo el miedo a las epidemias (particularmente la peste) y las tensiones sociales. Explora, además, la conexión entre la seducción y el peligro mortal, una constante en las narrativas de vampiros.

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La asociación entre el vampirismo y el contagio es de larga data, aparece incluso en la nomenclatura del vampiro: el vampir eslavo tiene una etimología cercana al serbio vukodlak, que significa inmundicia y peste. Por su parte el término nosferatu proviene del griego nosophoro, que quiere decir portador o transmisor de enfermedades. 

En “El teatro y la peste“, Antonin Artaud nos dice “creo posible aceptar la idea de una enfermedad que fuese una especie de entidad psíquica y que no dependiera de un virus”. En este sentido, podríamos decir que Nosferatu, más que un monstruo físico de carne, hueso y dientes afilados, representa una entidad psíquica que enferma la voluntad y apesta todo lo que toca a su paso como una especie de sombra maligna gigantesca.

El vampiro existe en la frontera con la animalidad, según algunos autores es una característica definitoria su capacidad para metamorfosearse en algún animal considerado maligno como lobos, murciélagos, insectos y demás. En la mitología latina se los vinculaba con las strigae, aves carroñeras y harpías, cuyo nombre proviene de los fuertes chillidos que producían. Recordemos que también Nosferatu es caracterizado como un estridente pájaro de mal agüero.

Nosferatu podría ser también una forma simbólica de la naturaleza animal de Ellen, la protagonista. Naturaleza que domina más fuertemente en ella frente a su conciencia y su voluntad. Para Artaud, “la peste parece manifestar su presencia afectando los lugares del cuerpo donde pueden manifestarse la voluntad humana, el pensamiento, y la conciencia”. 

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Cada decisión que tomamos descarta un polo de posibilidades y esa mitad descartada o desterrada no desaparece sino que forma la sombra de nuestra conciencia. La sombra es un concepto popularizado por el psicólogo suizo Carl Jung. Jung postula que todo lo que uno rechaza pasa a su sombra, que es la suma de todo lo que uno no quiere. La sombra contiene todo aquello que falta en el mundo -en nuestro mundo- para que esté totalmente completo. La sombra nos hace incompletos. Para estar completos nos falta todo lo que hay en la sombra.

La sombra se menciona y aparece varias veces a lo largo de la película y Ellen se pregunta si el Mal tiene origen más allá de nosotros mismos o está dentro de nuestra naturaleza. Ella se lo dice al psicólogo, quien más tarde afirma que para luchar contra el mal, primero debemos reconocerlo dentro de nosotros. Esto es idéntico a la idea que Jung comparte, ya que reconoce que tomar conciencia de los aspectos oscuros y rechazados de nosotros mismos es la forma para poder superarlos. La plaga, en este sentido, podría verse como una extensión de la sombra de Ellen.

En Nosferatu, el Conde Orlok es una figura extranjera que llega a una comunidad establecida, trayendo caos y destrucción. Esto puede leerse como una reflexión sobre el miedo al Otro y las dinámicas de exclusión, un tema relevante en el contexto de la posguerra europea.

El Conde representa lo radicalmente Otro, un ser que desafía las categorías normales de la vida y la muerte. Su presencia evoca una ansiedad que va más allá de lo físico, conectándose con un temor existencial primitivo. La amenaza de Orlok obliga a los personajes a confrontar su mortalidad. La conciencia de la muerte es una parte fundamental de nuestra existencia, una verdad que Nosferatu pone de manifiesto al representar la vida como frágil y efímera frente a fuerzas incontrolables. 

El flagelo de la peste, dirá Artaud, (y el flagelo de Nosferatu) “sería entonces el instrumento directo o la materialización de una fuerza inteligente, íntimamente unida a lo que llamamos fatalidad”.

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