Nacimos para ser otras cosas además de hombres y mujeres

De “nací para ser libre” a “nací para cuidarlas”: las consignas y el horizonte colectivo de respuesta a la violencia de género.

Hace unos días se viralizó en las redes sociales la consigna en contra de la violencia de género: “Nacimos para ser libres, no asesinadas”. Este mensaje se reprodujo velozmente sobre un fondo violeta,  con una fuerza que recuerda a la consigna ya instalada del colectivo Ni Una Menos.  

Cuando se expande una consigna feminista o de género, no tarda en surgir otra consigna que viene detrás y la levantan todos aquellos hombres que consideran que también tienen algo para decir, que son parte de la solución y no parte del problema. Esta vez fue “Nací para cuidarlas”.

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La simplicidad del planteo entre consigas nos hace caer una y otra vez en un modo particular de reproducción de la cultura patriarcal: la pelea entre hombres y mujeres.

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Cada vez que un hombre se adentra en el tema de la violencia de género, como quien despierta una mañana y descubre que el mundo es mundo y que hay desigualdad en él,  expresa alguna idea que los feminismos ya hace siglos decontruyeron. “Nacimos para cuidarlas” es un ejemplo claro de la definición patriarcal, prácticamente etimológica, pater familia, de ese lugar de autoridad casi absoluta que se adjudicó al hombre en esa otra construcción histórica y cultural que es “la familia”.

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Pelear para ser

La guerra de los sexos, o más bien de los géneros, es un clásico de la cultura occidental. Asi como durante nuestra primera infancia nos enseñan que el rosa es de las nenas y el celeste de los nenes, y que debemos jugar separados, nos enseñan que somos tan distintos que es natural, esperable y deseable que en algún momento tengamos peleas basadas en nuestra diferencia de género, que se nos impone como si fuera algo natural.

Peleando hombres versus mujeres, nos hacemos más hombres y más mujeres. Es decir,  afianzamos aquellas características que según los estereotipos de género tiene cada uno.  Porque ese enfrentamiento se da siempre en base a una esencia o algo parecido, a una naturalidad de modos y de prácticas. La pelea  se convierte rápidamente en una ráfaga de prejuicios y lugares comunes, de relatos de violencias y acusaciones de un género a otro. 

El goce de la pelea entre hombres y mujeres también afianza la heterosexualidad, porque estar enfrentados es otro modo de ser complementarios. Muy pocas veces ese ring de géneros concluye en un intercambio productivo, las mayoría de las veces la escalada de violencia se torna intolerable y a veces, como parodia del mundo heterosexual, la pelea se transforma en un modo más de coquetear en las redes. 

Todas estas prácticas nos alejan del motivo principal de la discusión: la violencia estructural que viven mujeres y femeneidades. Los femicidios y transfemicidios que sucedieron en cuarentena necesitan de una reacción social que devenga en organización comunitaria, en medidas concretas de protección y muchas otras cosas que cientos de mujeres, feminidades y disidencias especialistas vienen investigando, proponiendo y exigiendo hace décadas.

Una de las posibles respuestas más perniciosas, quizá la más sutil y vil, es aquella que dice “nadie menos”, porque encubre y relativiza los femicidios sobre los cuales comenzamos esta discusión.

No todas las violencias que vive nuestra sociedad significan lo mismo, ni puede darse la misma respuesta a todas. Nadie menos es tan general que por general no significa nada ni brinda ayuda concreta alguna.  Es el equivalente a cientos de  reinas de concurso de belleza diciendo “Paz Mundial” en países donde la guerra es un modo de sostén de la economía y poder político.

Los tipos y modalidades de violencias contra la mujer que están en la ley 26. 485 son quizás uno de los puntos de partida que, como hombres  y mujeres, deberíamos leer, repasar e intentar comprender en su alcance y profundidad. Porque cada vez que un grupo de personas lee en voz alta esta ley se generan debates y representaciones susceptibles de convertirse en reflexiones y cambios.

Pero esta respuesta  es el resultado de fomentar esta pelea entre los sexos, es el resultado de mostrar todo como un debate que puede ser trasmitido por algún magazine de la TV. Es la respuesta de la seño de jardín diciendo “bueno,  basta de peleas, cada uno va a jugar en una parte de la sala”.  

El punto de partida individual y liberal que traen las frases/consignas de auto conciencia, de esas que no indician un horizonte colectivo de respuesta a la violencia, de esas que le escapan al  ámbito de lo político, difícilmente contribuya solucionar nuestro presente.

La respuesta a la violencia de género es más compleja, porque siempre es un algo más que la pelea entre María y José. Porque es profundamente política, en el sentido más amplio del término, y por ello requiere que aprendamos y desaprendamos un conjunto de formas de ser y hacer nuestra vida en base a nuestros géneros. 

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