PORTADA 2 1

Lecturas de fin de semana: Quirófana, de Constanza Venturelli

Marea Emocional es un espacio de formación en la escritura narrativa coordinado por María José Bovi. En los talleres individuales la propuesta es de construcción de obra discursiva. En los grupales, se trabaja con diversas propuestas de escritura, entre ellas: Narrar Los Cuerpos, Prohibido No Mirar, Narrar Mi Memoria. En este espacio, compartiremos producciones escriturales de autores/as que se encuentran trabajando en dicho espacio y que serán ilustrados por artistas plásticos nucleados en la Editorial Garambainas.

La producción literaria en el NOA —y desde él— crece de manera exponencial, año a año. Esta sección se presenta como un espacio de publicación editorial, literario y escritural para difundir estas voces que se encuentran en trabajo de escritura, lectura y edición.

Quirófana

por Constanza Venturelli

En julio del 2009 yo tenía 16 años y no estaba disfrutando de la nevada histórica en el cerro San Javier de Tucumán, estaba en mi cama durmiendo sentada en un almohadón triangular porque me había operado la nariz. Lo pienso y me mortifico. Era adolescente y no sabía qué quería, tenía inseguridades, me sentía fea y pensaba que no era digna de cariño por haber heredado una nariz. Pienso en mis viejos y en cómo accedieron a que me hiciera una operación estética a esa edad. Me da vergüenza, ahora trato de militar la aceptación. Pero, en ese momento me odiaba, me miraba y me sentía deforme. Mi nariz era gordita con un huesito sobresaliente, no era como la de las princesas de Disney o las modelos de las revistas, era diferente. Era más parecida a la de mi papá. No me gustaba y todos los días me la miraba en el espejo con desprecio, cuando podría haberlo hecho con amor, como una herencia amorosa.

El dilema de la belleza es subjetivo y la adolescencia cruenta te obliga a querer parecerte a  un modelo hegemónico. Las revistas Parateens con diferentes quiz para saber qué tan deseable sos y con fotos de actores de Hollywood alejados de la Plaza Independencia. Una tirada numerosa iba al cuarto de miles de adolescentes inseguras, a mi cuarto. Leía las cláusulas para encajar y me detenía en donde aparecía la China Suárez mostrando el ombligo con ropa de 47 street. En esa época, mis compañeras y conocidas ya comenzaban a operarse, primero por la nariz y después, quizás, ya se aumentaban las tetas. Todavía íbamos al secundario y usábamos uniforme. La adolescencia es cruda y se transita en soledad. Frente al espejo y las vidrieras de los negocios cuando caminás a tomar el bondi ves cómo tu cuerpo no te pide permiso para cambiar. Y, sumado a eso, tenés a miles de pibes y pibas que te miran el cuerpo como si fueran jueces de un certamen. ¿Y vos qué te cambiarías?, me preguntó mi amiga Sofía.

quirofana
@d.iam.e – Diamela

Me metí al quirófano de un médico que operaba en un departamento y me desperté en medio de la operación sintiendo los martillazos, la sangre chorreando por mi cara y viendo la luz de la vincha que él tenía en su cabeza. Cuando se dio cuenta, me volvió a dormir. Me desperté en la habitación  que estaba justo al lado del quirófano, tenía una gasa que me llegaba hasta la garganta y un yeso. Era un fin de semana largo y yo tenía que bancar hasta la semana siguiente para que me sacaran los tapones, mientras tanto, me dediqué a sentir la gasa acariciar mis amígdalas. Es algo de lo que no me gusta hablar porque me da vergüenza, porque elegí cambiar algo de mi cuerpo que quizás no estaba tan mal y para mí era espantoso. ¿Cómo mis papás me dejaron? Me sigo preguntando. Aunque recuerdo mi insistencia, mi angustia, mi miedo al rechazo. No me operé por el tabique desviado — lo que todas decían— me operé porque no me gustaba y me sentía masculina, robusta, con esa nariz. Pero a veces, es mejor esconder las verdades. 

Qué difícil es educar y militar la aceptación en un sistema en el que estamos inmersos casi ciegos. Pienso qué hubiera pasado si iba a  terapia con tiempo, quizás no me metía a un quirófano. La adolescente del 2009 no es la mujer de hoy a la que operaron de la vesícula y tembló de miedo por entrar a otro quirófano. En este caso era en un sanatorio que no era como me imaginaba una sala de operaciones, sino más bien una habitación con puerta corrediza de vidrio, que si la gente pasaba por el pasillo te veía en ese momento hostil con el cuerpo desnudo. Me dejaron en la sala de recuperación unas horas. A cuatro camas, había un chico joven de unos veinte años al cual le habían hecho una operación estética, intuyo que papada y nariz, tenía un yeso en el tabique, moretones y una banda elástica que le sostenía la cabeza. Vomitó hasta que se fue. No pude dejar de pensar en ese momento: ¿qué hay en esa leyenda de que la belleza duele? 

En el 2010, a un año de mi operación, Silvina Luna entraba al quirófano de Aníbal Lotocki para aumentar sus glúteos. El médico mezcló su grasa con polimetil metacrilato y se lo inyectó. El mismo material que se usa para fabricar prótesis óseas o dentales también se usa para cirugías estéticas, la diferencia es que si entra al torrente sanguíneo provoca complicaciones. Al parecer eso no está ni en la letra chica. Al tiempo de esa cirugía, Silvina comenzó con insuficiencia renal crónica causada por una intoxicación de ese material que le había colocado el mismo médico en el que ella confió su belleza. Ella se entregó porque era un hombre de la salud, alguien a quién uno piensa con ética profesional y humanidad. Todo me parece violento, sobre todo ese fibrón sobre la piel deslizándose marcandote los pedazos de vos que no te corresponden según sabe quién. 

La  muerte de Silvina me hizo llorar un jueves a la tarde mientras hacía el programa de radio. Las redes y la televisión se llenaron de titulares sobre su deceso: “Murió Silvina Luna a los 43 años”, “Las últimas palabras de Silvina antes de Morir” “El adiós a Silvina Luna – mala aplicación de metacrilato”, “Murió la actriz y modelo Silvina Luna: el adiós de los famosos y  todas las repercusiones”. La sentí cerca y pensé en la cantidad de personas que pasan por esos quirófanos clandestinos para acercarse a una belleza que es inexistente porque no hay parámetro. Es adictivo, es merca, es la raya que acomodás con la tarjeta del bondi. Scrolleas el Instagram y ves culos, tetas y cinturas que quisieras tener para ser cada vez más inalcanzable y vos ser el modelo de todas las que quieren inyectarse en la clandestinidad. Parecerse a otrxs es borrar la propia identidad, las propias marcas con las que nacemos, como mi nariz que casi la tengo olvidada. Lo que no me olvido es el comentario de Fotolog que decía que mi nariz era un chorizo. No sé quién habrá sido, un hater del 2000, un anónimo, pero yo lo escuché y me operé. Porque si no, estaba fuera del sistema, fuera del catálogo. 

La socióloga especializada en feminismo, Esther Pineda define la violencia estética como el “conjunto de narrativas, representaciones, prácticas e instituciones que ejercen una presión perjudicial y formas de discriminación sobre las mujeres para obligarlas a responder al canon de belleza imperante”. Habla sobre la violencia psicológica que tiene consecuencias físicas en las mujeres producto de la imposición de esos cánones. Lo más terrorífico es que las mujeres siempre son responsabilizadas por hacerse operaciones, pero el ojo se corre de quién realiza estos actos criminales colocando productos prohibidos en los cuerpos. Es acá también dónde aparecen las marcas del patriarcado que bajan línea de manera sigilosa por las redes y los medios de comunicación. Esa violencia que nos obliga a vernos iguales para reconocernos iguales como si fuésemos trozos de carne listos para venderse a una sociedad de las apariencias. Si tu cuerpo no es deseable, pasás a estar en la lista de las nadie. 

A mí me da vergüenza  decir que me operé —lo digo muchas veces—. Siento que fracasé en mi propio discurso, en mi propio cariño. Pero hago también otra lectura de mí, tenía 16 años, no era la que soy ahora. Me depilaba con cera cada quince dias, no quería que se viera un pelo y me miraba al espejo muchas veces, la nariz, el hueso, el perfil, los puntos negros. Despotricaba contra mí misma. No sé en qué momento se hacen los clicks, ahora me cuesta aceptar ese lado superficial que me une al mundo de la farándula y de las apariencias. ¿Qué pasaba conmigo si yo usaba mochilas con pines y escuchaba Los Jóvenes Pordioseros y me vestía con polleras reversibles y me quería hacer rastas? No sé en qué mundo paralelo me pasó la cirugía estética. 

Ahora creo que después de la vergüenza, el paso siguiente es abrazarse y confiar en la memoria de los cuerpos. Los cuerpos que quedan, que aman en su singularidad. La singularidad debería ser belleza y la sensualidad aquello que siempre nos brota.  

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1 comentario
  1. Conty, me encanta encontrarte escribiendo. A elevar esa voz y continuar extirpado todo eso que quedó enquistado en medio del camino y no sabemos en qué lugar del cuerpo se quedó.
    Me encantó, me sentí sumamente identificada, sobre todo porque venimos del mismo colegio, de la misma mirada juzgadora.
    Te leo y es inevitable escuchar el tono de tu voz de fondo, con tus expresiones, es como si me lo estuvieras contando vos en persona. Gracias por este regalo. Me encanta encontrarte escribiendo, te lo repito, porque me pone muy feliz. 😊

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