Las infancias trans en las escuelas argentinas

Hace unas semanas, Tiziana, la niña trans salteña que meses atrás fue noticia por recibir su DNI acorde a la identidad autopercibida, tuvo que cambiar de colegio porque sus maestras se negaban a llamarla por el nombre que figura en su DNI. La injusticia que vivió la niña se repite en otros establecimientos escolares, y nos encontramos frente a una realidad que ya no puede seguir siendo negada.


Las infancias y adolescencias trans son una realidad en las escuelas de Argentina.  Esta realidad que cobra cada vez mayor presencia, las experiencias en escuelas de gestión estatal y privadas se multiplican, y junto a ello, también se multiplican situaciones de violencia para estos niños, niñas y adolescente.

Resulta importante remarcar que estas situaciones no son nuevas, las infancias y adolescencias trans no son producto de un cambio cultural. Todas las personas trans adultas refieren haber tenido infancias, y aquellas que sobrevivieron relatan la sistematicidad con la que el mundo adulto intentaba colocarlas de nuevo en el sistema binario, en esa coherencia que nuestra cultura impone incluso mediante torturas, esto es : nacer con pene y ser necesariamente hombre heterosexual, o nacer con vulva y ser necesariamente mujer heterosexual.

La identidad de género no surge como una declamación de un día para otro, ni significa el resultado una decisión arbitraria que toma una persona. Según los Principios de Yogyakarta[1]  “se entiende por identidad de género la profundamente sentida experiencia interna e individual del género de cada persona, que podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo el sentido personal del cuerpo (que, de tener la libertad para escogerlo, podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole) y otras expresiones de género, incluyendo el vestido, el modo de hablar y los amaneramientos.”

Esta definición nos permite entender que el profundo sentir que las personas expresan no aparece en un momento determinado de la vida. Ampliar la mirada más allá de lo que el sentido común expresa sobre lo que es ser hombre y lo que es ser mujer, requiere también salirnos de esa necesidad de pedir un saber científico positivista: un test, una serie de reglas o un protocolo de acción.  Sabemos que hay infancias trans porque esas personas hablan, y expresan de distintos modos que su sentir no es acorde a la identidad asignada según el único y solo dato que occidente hemos tomado para determinar a una persona: la genitalidad.

La Escuela, ¿un lugar para todos?

A partir de esta realidad, para quienes conforman la comunidad educativa se presentan una serie de asuntos que resulta indispensable pensar. Lo primero quizás es decidir si vamos a ser parte de la cadena de violencia que expulsa a las personas trans del sistema educativo, dejando a las mujeres travestis y trans en situación de extrema vulnerabilidad, o si vamos a intentar contribuir a que estas infancias puedan hacer efectivo su derecho a la educación.  Fracasó el sistema educativo cada vez que una travesti de 13 o 14 años terminó siendo prostituida, violentada y arrojadas a los márgenes geográficos, políticos y humanitarios de nuestra sociedad. Fracasamos como sociedad al entregar a esas infancias y adolescencias al mundo de la trata, del narcotráfico y el consumo hipócrita que los varones heterosexuales y cis hacen de los cuerpos travestis y trans. A ellos, a los  que discriminan de día pero buscan de noche, les entregamos infancias y adolescencias cada vez que expulsamos directa o indirectamente a un niño, niña o adolescente trans.

Puede ser que antes de las leyes del matrimonio igualitario e identidad de género muchas personas no estaban enteradas de esta realidad. Porque aunque las cosas sucedan frente a nuestros ojos, el prejuicio y la cultura nos preparan para ignorarlas, o sino como explicar que miles de personas presenciamos situaciones de violencias de distinto tipo por parte  abuelos o bisabuelos  hacia  abuelas, en esos años donde la pauta cultural decía que “los trapos sucios se lavan que casa”.  El tiempo de no ver la violencia patriarcal sobre las mujeres y femineidades quedó atrás, se lograron leyes que le ponen nombre a cada tipo de violencia, y eso también vale para la violencia sobre el colectivo trans y travesti.

La ley 27.743 de identidad de género marca un punto de inflexión entre lo que podemos o no hacer como ciudadanos/as ante las personas trans,  entre ellas en su articula 12 habla del trato digno y dice que :

Deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por niñas, niños y adolescentes, que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su documento nacional de identidad. A su solo requerimiento, el nombre de pila adoptado deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier otra gestión o servicio, tanto en los ámbitos públicos como privados.

Quienes transitamos las instituciones del Estado, sabemos que los legajos, expedientes y papeles con firmas valen. Importan y significan cosas. Nos acostumbramos a hacer año a año una serie de papeleo de modo automático. Y quizás por esto, cuando un niño, niña o adolescente trans expresa su identidad en la escuela, en lo primero en lo que se piensa es en lo formal y lo legal.

¿Qué hacer?, ¿Cómo actuar?, son preguntas recurrentes. La respuesta inicial sería ¿Qué hacer con qué?  Y ¿cómo actuar con qué?. Y podríamos sumar: ¿Dejaremos que la falta de concordancia entre DNI y lo que expresa un estudiante represente un problema?, ¿Queremos ser cómplices de la deserción escolar de un estudiante?, ¿los formularios importan más que las personas?

Tanto el reconocimiento de la identidad de género como la educación son derechos humanos.  Y el artículo 13 de la ley de Identidad de género  marca lo siguiente:

Toda norma, reglamentación o procedimiento deberá respetar el derecho humano a la identidad de género de las personas. Ninguna norma, reglamentación o procedimiento podrá limitar, restringir, excluir o suprimir el ejercicio del derecho a la identidad de género de las personas, debiendo interpretarse y aplicarse las normas siempre a favor del acceso al mismo.

Este artículo de la ley viene a reafirmar lo que dice el derecho internacional. Un vez más, coloca la humanidad en primer lugar. No podemos violentar a niños, niñas y adolescentes en nombre de ningún acuerdo de convivencia escolar, ni algún trámite o registro nominal, por más validez legal que tenga. El artículo nos obliga a adecuar las normas para respetar las identidades, que es lo mismo que pedir que seamos un poco más humanos y un poco menos burócratas sin corazón.

La única razón por la que docentes de la escuela salteña Alejandro Fauffin, llamaban  en masculino a Tiziana, es por transodio. Y si pudieron seguir llamándola en masculino aún luego de la obtención de DNI, es porque toda una comunidad educativa miraba para otro lado. La violencia sobre los niñas, niñas y adolescentes en el ámbito educativo nunca sucede sin la complicidad de la comunidad, porque si garantizar derechos es una responsabilidad de todos, cuando un/a docente discrimina y vulnera derechos, es porque todos estamos mirando para otro lado

La investigadora Argentina Sandra Carli, advierte que en el presente la configuración de las infancias se redefine, la regulación familiar, escolar y estatal que los adultos hacemos sobre las infancias tiende a modificarse. Nos debemos como comunidad educativa repensar las representaciones sobre las infancias, y anclar nuestras intervenciones pedagógicas atendiendo a la particularidad. No es la escuela la encargada de hacer “hombres” y “mujeres”, no es su rol ser la policía del género de las infancias, sino garantizar el conocimiento suficiente y necesario para que cada niño, niña y adolescente ejerza sus derechos de modo pleno.

Gabriela Mansilla, presidenta de la asociación “Infancias Libres” de madres padres y tutores de niños y niñas trans, cuenta que es necesario reformular la ley 26.150 de Educación Sexual integral, y trabajar por una infancia en donde se reconozcan todos los cuerpos. Porque la violencia que ejerce el sistema binario la sufren las personas desde la primera infancia. Porque la fábrica de producir “hombres” y “mujeres” ha generado mucho daño, estereotipos de género para las personas cis, y la total exclusión para las personas trans.  “La genitalidad no define la identidad de mi hija trans”, dice uno de los carteles que Gabriela lleva a las marchas. Porque allí, en la genitalidad es donde el odio y la discriminación argumenta. Allí, diciendo que un cuerpo con pene no puede ser  mujer, y un cuerpo con vulva no puede ser varón.

El modelo de educación bancaria y escuela normalizadora ha quedado atrás, y esto lo vivimos día a día en la realidad educativa. En las experiencias de las personas trans ese modelo representó mayoritariamente la exclusión al acceso a la educación, y para que eso se detenga no es necesario ni preferible generar “un protocolo”, porque las personas no son todas iguales.

Susy Shock, poeta y artista, dice que “Para abrir el corazón no es necesario mucha ciencia”. Ojalá seamos capaces de levantar la voz  ante prácticas discriminatorias por identidad de género.  Ojalá.

 


[1] Principios de Yogyakarta: Principios sobre la aplicación de la legislación internacional de derechos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género. El documento fue elaborado por 16 expertos en derecho internacional de los derechos humanos de diversos países, ​académicos y activistas. El documento contiene 29 principios, aprobados por unanimidad por los mencionados expertos, e incluye recomendaciones a los gobiernos, las instituciones, la sociedad civil y a la propia organización de las Naciones Unidas. Entre los firmantes se encuentra Mauro Cabral, activista argentino por los derechos de las personas intersex y trans.

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