La obra teatral “Kintsugi (exposición de una ruptura)” propone un viaje íntimo y colectivo a través del dolor de una separación. Inspirada en hechos reales, la puesta entrelaza la experiencia personal de una mujer con la estética y la filosofía japonesa del kintsugi —el arte de reparar con oro los objetos rotos—, para reflexionar sobre los vínculos, el amor y la resiliencia.
La pieza se estrenará los sábados de septiembre a las 21 horas en la Sala Ross (Laprida 135, Tucumán). Las entradas ya están disponibles con precios promocionales en venta anticipada y en boletería del teatro.
Una intimidad compartida
“No es una puesta en escena ni un simulacro de abandono. Imaginé muchos escenarios dramáticos con él. Esta es mi versión de cómo se dieron las cosas”, adelanta el texto de presentación. Desde esa premisa, María, la protagonista, invita al público a ser parte de “su película”, un recorrido donde la reconstrucción de la memoria amorosa se convierte en experiencia teatral y audiovisual.
La propuesta se vale de un puente temporal y espacial: de la cotidianeidad tucumana al imaginario nipón, en un intento por tocar fibras universales ligadas al desamor.
Trayectorias que se cruzan
La obra cuenta con la actuación y dramaturgia de Juliana González, reconocida actriz, docente y comediante con más de 20 años de trayectoria. González viene de un recorrido que abarca la actuación, el stand up, la narración oral y la improvisación, y ha sido distinguida en la Fiesta del Teatro y los Premios Artea.
La dirección está a cargo de Ezequiel Martínez Marinaro, actor y realizador formado en teatro y cine, con obras y cortometrajes premiados en el BAFICI y el Festival Latinoamericano Tucumán Cine. Su experiencia cruza la escena local con proyectos audiovisuales reconocidos a nivel nacional.
El equipo artístico se completa con Camila Caram (asistencia de dirección y arte) y Carolina Bloise (difusión y producción).
Filosofía japonesa, teatro tucumano
El título de la obra remite al kintsugi, técnica japonesa de reparación con resina y polvo de oro que resalta las grietas de los objetos rotos en lugar de ocultarlas. La metáfora funciona como núcleo de la propuesta: aceptar las fracturas de la vida y transformarlas en belleza compartida.