PORTADA 9

Entre el calor de la democracia y la tormenta política

En un domingo marcado por una temperatura abrasadora, la autora se sumerge en el acto de votar, un gesto que se vuelve un desafío de coraje en medio de tiempos inciertos. La crónica, que abarca desde la antesala de las elecciones hasta el día del balotaje, teje reflexiones sobre la identidad política argentina, la memoria histórica y la inevitable pérdida de la relación con la política en medio de cambios electorales inesperados. Un relato que transcurre entre la amenaza del olvido y la resistencia por preservar la dignidad en un país neurótico por excelencia.

Domingo 22 de octubre

La sensación térmica es de cuarenta y dos grados, hoy elegimos presidente y el cuerpo se pega en todo lo que toca. La piel se moja mientras espero para entrar al cuarto oscuro, falta el aire. El peligro es tan grande que no lo nombramos, estos últimos años crecieron las formas del miedo, proliferaron las figuras geométricas del odio reproduciéndose –por cansancio o desesperanza-  hasta deformarse.  Ir a votar se volvió un acto de coraje, de dignidad (esa que tanto buscamos los argentinos aunque no sepamos muy bien cómo conseguirla). En tiempos donde todo parece reducirse a los valores de un mercado que no controlamos, la dignidad es como el aura perdida.

Cuando salgo de la escuela les escribo a mis amigas, sintiéndome protagonista de alguna película apocalíptica de los ’90… dos noches atrás nos auto convocamos con la excusa del calor y la birra, pero en realidad nos preocupaba en qué país íbamos a despertar el lunes. Nadie sabe muy bien cómo o por donde le va a cambiar la vida… de algo nos despedimos, sin saber bien de qué. Brindamos. Más allá del resultado, en dos semanas hay que pagar el alquiler, los servicios, llenar la heladera y peregrinar por los cajeros, en las calles todos hablamos de lo mismo: la falta. Somos un país neurótico por excelencia. 

Si el promedio de lo que dura una generación es entre 20 y 30 años, siendo generosos podríamos decir que este país tuvo apenas un recambio generacional desde el capítulo más horroroso de nuestra historia. Es decir, por primera vez en la historia de la independencia argentina,  llegamos a los cuarenta años de democracia sin interrupciones. Hay algo en nosotros de primavera estudiantil todavía. 

Prendo la tele para seguir el conteo, apago el aire acondicionado y abro la ventana porque la temperatura está bajando, dicen que se viene una tormenta. Las tormentas siempre son mucho en Tucumán porque se castiga salvajemente el sur. Seis de las principales capitales del país las encabeza Massa, dicen que el Norte Grande está cumpliendo,  levantando el techo. Hay algo en el ambiente de final del mundial y de cómo no me voy a ilusionar. Los datos que llegan de las escuelas empiezan a tejerse, se agudizan los análisis, aparecen las sofisticadas fórmulas acompañadas de predicciones cargadas de alquimia. Algunos dichos quedan flotando como burbujas en el aire: el sesenta por ciento del votante de Milei es masculino, le cuesta llegar al voto femenino; hay dos grietas y una es de género; estamos  abajo del promedio histórico de participación electoral; Juntos por el cambio es la principal víctima del avance de Milei; Patricia y Massa es el más improbable de los escenarios; jornada definida por el voto volátil… 

Se hacen las nueve y Patricia llega al búnker, rápido llegan los abrazos, los números son irreversibles para Juntos por el Cambio que, al final, no estaban ni tan juntos ni tan cambiados. Massa está seis puntos por delante y es inminente el balotaje con Milei. 

Toda tierra y toda época tiene sus respectivos odiadores seriales, escondidos entre filas de militancia, disimulados detrás de las banderas de verdad y justicia, pero sin la Memoria de las abuelas de la Plaza de Mayo. Aquí hay un punto: la verdad y la justicia no significan nada sin arraigo en la memoria, principio organizador de la historia política de cualquier país. Por eso todavía repetimos incansablemente No Olvidamos, por eso todavía los buscamos, porque Iincluso en nuestro tiempo más oscuro, de desaparición forzada, tortura, persecución y exilio, germinó la resistencia y hubo organización. Hasta hoy, cuando el programa político del olvido se convirtió en una real opción, seductora, porque todo lo que toca lleva el nombre de la libertad, sin el peso de la historia. La falsa ilusión de pueblos libres.

Mientras elaboro estas ideas en mi mente, las redes sociales explotan en indignación, las personas amenazan con irse del país si gana Massa, maldicen a viva voz: nos merecemos el dólar a cinco mil. Camuflan la sordera en lo que intenta ser una construcción conceptual compleja, como Argentina, no lo entenderías. Definitivamente no entienden por qué no ganó en primera vuelta el ‘sistema que iba a poner el foco en el ser humano, todo bajo una filosofía muy interesante’. Los pueblos siempre dicen la verdad, el problema es que la verdad nada tiene que ver con la política. Para la llovizna y rápidamente sube la temperatura, volvemos al aplastamiento. 

Jueves 23 de noviembre

La política y yo fuimos amantes estas últimas semanas. Nos supimos amenazadas sin saber exactamente por donde podía venir el puñal pero nos mantuvimos juntas en vela, cuidándonos. Nos refugiamos en un país que ya no existe y nos despedimos de una época social, haciendo lo único que podíamos hacer: política; esa de cigarros y tensión, de excitación, angustia y hasta un poco de dramaturgia en las declamaciones. Rosca hasta altas horas de la madrugada y caminatas nocturnas en el silencio incómodo de los carros cartoneros y las familias que salen a buscar comida en la basura. La pobreza espera a la noche para salir en búsqueda, cuando todos están en sus casas y nadie ve. Se sabe portadora de una incomodidad estética, un depósito de la vergüenza y ahora, además, chivo expiatorio de  la campaña que pregona un ‘reset’ social, sin lugar para la política. 

Toda la semana previa a las elecciones me mantuvo alerta el miedo constante de perder mi documento, también tenía pesadillas donde me quedaba dormida para ir a votar. El cuerpo se estaba preparando para la partida de mi amante. Por la noche nos leíamos hasta quedarnos dormidas, yo le leía Rosenzvaig y ella me ponía el Método Rebord. Teníamos un ritual todas las mañanas, escuchábamos a Jairo Stracchia y a María O’Donnel. Hacíamos juntas las compras y analizábamos cada eslabón de la cadena productiva de la Argentina, sentíamos una especie de felicidad culposa cuando recibíamos la devolución del IVA. Pensé mucho en mi abuelo, ¿qué pensaría él de todo esto? ¿Pelearíamos? probablemente sí ¿pero por qué?… me descubrí en un hallazgo obvio pero impensado: él comunicaba la política pero no era un militante. Ser el secretario de prensa de Palito Ortega se parecía más a algo así como institucionalizar al diario íntimo, transformarlo en producto legítimo para el mercado de la política menemista. 

Palito gobernador significaba que todo era posible para todos y a los ídolos hay que cuidarlos. Mi abuelo había sido un hacedor del fenómeno ante el que hoy sucumbíamos, la fetichización de la política. Murió sin saberlo, como suele pasar con el lugar que nos toca ocupar en la historia.  Ese fue el hallazgo.

El día del balotaje, me invitaron al casamiento de una pareja que no conocía, me  propuse enamorarme de la idea. Fui a votar por la mañana, algo que nunca había hecho antes, y descubrí un paisaje distinto. El cierre de las mesas se volvió eterno, el cambio de habito trastornó mi percepción del tiempo y aunque era temprano cuando llegué a la escuela, el calor ya derretía el asfalto y un vientito tibio bailaba en todas direcciones, envolviéndonos. Cuando volví mi novio me advirtió, parece que gana Milei ¿no? Me irritó el comentario, ‘si no sabe de política’ pensé, pero la extraviada era yo. 

Afuera de la capilla, la gente perseguía a los novios para felicitarlos, tomarse fotos, llovía arroz, había lágrimas y muchos abrazos. Yo revisaba mi celular de manera tan frenética que olvidé que caminaba sobre una lomada con tacos y casi me doblo el tobillo. Durante las primeras horas apenas pude seguir las conversaciones, ponía una sonrisa en piloto automático pero me mantenía mentalmente disociada. Eran las siete de la tarde cuando noté que mi querida amante empezaba a perder cuerpo hasta transformarse en un triste fantasma. Entonces me di cuenta: no me había preparado para la pérdida. Cerca de las nueve hicimos un pacto, bailamos y celebramos el amor de los novios desconocidos y nos mordimos las lágrimas, derrotadas pero convencidas, con la cabeza en alto.   

Días después del resultado, la policía de Brasil reprimiría ferozmente a los hinchas argentinos en el Maracaná. Abiertamente materializaron su odio con palos mientras, del otro lado, todos mirábamos con impotencia. El capitán -que tan bien nos representa- no se quedó quieto, el equipo lo siguió, respondiendo a la provocación. El Dibu pegó el manotazo de arquero en plena tribuna porque sabe que también es parte del campo de juego. Después, la Selección se retiró de la cancha, pero no estaba abandonando el partido, estaba  poniendo las condiciones de la camiseta, porque poder ponerlas es lo que nos hace dignos. 

Pensé, qué increíble es el inconsciente colectivo. A esa sí la ganamos. 

Existe un ámbito del tejido social donde se fabrican los vínculos, se construyen alianzas, nos cuidamos a nosotros mismos cuidando al Otro, y viceversa. Se llama política y se inscribe en un tiempo y espacio determinado para fundamentarlo. No es un fin en sí mismo, sino la condición de posibilidad de todo lo que nos compete como especie humana. No impone reglas, muestra las que ya rigen entre nosotros, enuncia lo que todavía no se enunció. Nietzsche dijo alguna vez: Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. No hay nada más parecido al abismo que no ser de nadie ni de nada. Eso no es libertad, es la más absoluta soledad.

Pienso en la pandemia y sus consecuencias, parece lejana pero no lo está. Pienso en la dictadura y los familiares de los desaparecidos, esas heridas siguen abiertas, los traumas no se acaban, se trabajan. Pienso en Menem, pienso en Bush y en el conflicto del Medio oriente. Pienso en la inteligencia artificial, la bolsa de Nueva York, las inversiones chinas. Pienso en Mercedes Sosa y en Charly García. Este es el país más analizado en todo el mundo pero parece que seguimos en el closet, en la oscuridad, inmóviles. Parece que todos, sin excepción, en algún momento echamos mano de respuestas viejas porque nos incomoda hacer nuevas preguntas. La grieta. Un país con un pueblo que actúa ser dos pero es el mismo, por eso Messi es nuestro ídolo y Eva Perón nuestro mito. No se trata de gustos o creencias, sino de quienes somos y quienes decimos ser. La verdadera soberanía es poner las condiciones para la propia identidad. Esta mañana escuché a Milei presidente electo respondiendo a Fantino en una entrevista: ‘No les vamos a quitar la comida pero les vamos a dar libertad’. Cláusulas frente al hambre y su contraste, la ‘libertad’. Una oración adversativa para tiempos adversos.   

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  1. Excelente tu nota Belén. La comparto totalmente. Lo triste es que además, siento que nuestra República cada vez se parece más a un lento y previsible naufragio. Espero, con todo mi ser, estar equivocada.

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