Hijo de Vecino 1

Lecturas de fin de semana: A los hijos del vecino nos cuesta ser patriotas

Marea Emocional es un espacio de formación en la escritura narrativa coordinado por María José Bovi. En los talleres individuales la propuesta es de construcción de obra discursiva. En los grupales, se trabaja con diversas propuestas de escritura, entre ellas: Narrar Los Cuerpos, Prohibido No Mirar, Narrar Mi Memoria. En este espacio, compartiremos producciones escriturales de autores/as que se encuentran trabajando en dicho espacio y que serán ilustrados por artistas plásticos nucleados en la Editorial Garambainas.

La producción literaria en el NOA —y desde él— crece de manera exponencial, año a año. Esta sección se presenta como un espacio de publicación editorial, literario y escritural para difundir estas voces que se encuentran en trabajo de escritura, lectura y edición.

La ilustración pertenece a Mauro Gatti

Ilustrador y Artista Plástico Tucumano. Socio de la Cooperativa Tropa Circa y parte del Staff de La Nota Tucumán ig: @elmaurogatti

A los hijos del vecino nos cuesta ser patriotas

Bruno Bazán

@untalbruno88

Ciudad Autónoma de Buenos Aires 

En las primeras décadas de este siglo parece un dato incuestionable que no hay una parcela de tierra para cada persona. Los patriotas son los dueños de la tierra, el resto del mundo nace con la desigualdad inscripta en la frente y, en la letra chica de esa inscripción, está el destino de andar buscando toda la vida donde vivir. 

Quienes alquilamos, quienes no tenemos apellidos con nombres de calle, quienes no conocemos ni podemos reconstruir nuestro árbol genealógico más allá de una abuela o bisabuela, nos alejamos del mantra de la patria. Sospecho que el contrato de alquiler es el tataranieto del contrato social. Alguna vez creí que la distribución de los territorios respondía a ideas y cálculos racionales. Ahora entiendo que no existe tal cosa como un criterio racional para dividir la tierra y que todo derecho legítimo es el resultado de la mezcla de violencia, sangre derramada y el paso del tiempo. 

Durante mi infancia imaginaba a la patria como un club deportivo al cual accedían las familias con camionetas 4×4, objeto indiscutido de distinción social que, además, contrastaba mucho con el peugeot 504 rojo que había conseguido mi papá, y que tenía que andar siempre con alguien en el asiento de acompañante chequeando la puerta que gustaba abrirse en pleno viaje.  

Hijo de Vecino 1
ilustración de Mauro Gatti

La educación pública se encargó con mucho esfuerzo de que la patria sea un sentimiento compartido, y eso se inculcó mediante la práctica psicomágica que dimos a llamar “acto escolar”. Mis actos fueron rodeados de empanadilla de cayote, de trenzas muy ajustadas para las niñas, de disfraz de mazamorreras, banderines de plástico, el himno, el locro y  las empanadas. Mi mamá y mi abuela fueron condición de posibilidad de esa idea fantasmagórica de patria, sobre todo, porque los personajes que mis compañeras representaban se parecían a mi abuela, quien dedicó su vida a ser empleada doméstica y vendedora de empanadillas, bollos con chicharrón y tamales. 

El Kirchnerismo se encargó de popularizar un poco la palabra, de sacarla de la exclusividad patricia y ponerla a circular en remeras y banderas. “La patria es el otro” fue una expresión hermosa que ofició de puente, de transición y de identificación, pero como sucede con las frases, en general, y con las frases políticas, en particular, aparecen, se cargan de sentido y luego se disipan. Solo retornan las mejores, las que anidan junto a algún sentimiento y están siempre latentes: ¡Viva Perón, carajo! ¡Hasta la Victoria siempre! ¡Viva la Revolución!

En los años de la patria es el otro, para muchas personas la Patria estaba encarnada en esa chica que volaba por los aires en los actos en Avenida de Mayo. “¿Qué se sentirá ser la mismísima Argentina?”, nos preguntamos con mis amigos de la facultad, con la profundidad y arrogancia que sólo los estudiantes de Filosofía y Letras pueden albergar. 

Los hijos del vecino en Tucumán vimos cosas hermosas, en la tele, porque si bien la patria somos todos  la versión full hd voladora estaba más seguido en CABA. Un 9 de julio, con visita presidencial incluida, nos tocó ser patriotas. Cuando no existe la costumbre de encarnar algo deseable y eso sobreviene con poca anticipación, la sensación de estar faltos de recursos supera la alegría de los acontecimientos. Una preocupación compartida de esos días era si la chica Patria podía volar sin chocar con las  frondosas copas de los árboles del parque. Otra era la mugre de la ciudad y el peligro de que algún gorila arranque las naranjas de la calle y la revolee sobre las autoridades, en mi provincia las naranjas están siempre al servicio de la protesta. Ser capital por un día en nuestra casa era lo más cerca del sentimiento patriota que podríamos estar. 

Cuando la idea de patria se popularizó, en simultáneo, yo me aburguesé. O mejor dicho, lo hicieron mis ideas. Gustar del pensamiento crítico intelectualoide no parece ser algo que los hijos del vecino podamos hacer sin ser catalogados como traidores. Me disfracé de burgués porque decidí aferrarme al privilegio universitario de pensar y discutir todo, como quien juzga desde arriba y desde afuera, como si al dormir tuviera garantizada una cama cómoda en una propiedad a mi nombre.

Las lecturas progresistas me hacían imposible querer usar con sentimiento la palabra. Mi propia patria desde el 2009 fue la Diversidad, el matrimonio igualitario y la igualdad. Años después, algunas feministas también popularizaron el Matria. Todo esto en un mundo hermoso pero que, al parecer, era reducido. En el micromundo nos parecía posible y deseable llamarle a todo de otro modo. En vez de pueblo decimos comunidad, no usamos mas novio sino vínculo, el afecto es sororidad y todo asunto importante es un teje, el escándalo es un show. La Matria fue un término prestado con potencial de significar mucho, pero solo aprehendido por redes, molesto para esa gente que es dueña de los terrenos de la patria. 

Alquilar es ser foráneo. Alquilar es un peregrinaje periodico, un desvelo, un examen a rendir con una inmobiliaria como jurado. Alquilar es el recuerdo de que uno no tiene donde caerse muerto y que, por eso mismo, no puede permitirse  caer. Alquilar es recordar mes a mes que hay poca gente que tiene muchas casas y mucha gente que no tiene nada. Siempre creí que ser propietario otorga una seguridad sin igual, un cuarto propio, como dice Virginia Wolff, un lugar  donde el tiempo y el mundo pueden entrar en suspenso y el cuerpo puede descansar. 

Luego de más de quince mudanzas acepté que ese suelo firme podría no llegar y que albergar el sueño de la casa propia era más una pesadilla que otra cosa. Superar esas ideas y mandatos requiere de un ejercicio constante de lucha contra el tiempo y la permanencia, porque si no hay nada firme, entonces, todo es pasajero. Para quienes no tenemos tierra el hogar son los afectos, las redes y las pequeñas costumbres que pueden trasladarse de un sitio a otro cada vez que finaliza un alquiler. Quizás por eso nos hicimos tan posmodernas todas, para lidiar mejor con la inmaterialidad de la vivienda. 

A mis 35 años de edad, sin proyectos a mediano o largo plazos, sin trabajo estable y transitando otra vez una gran crisis económica en nuestro país, asisto con asombro a lo que parece ser un avance final de los patriotas y sus inmobiliarias. Ya no alcanza con ser dueños de las casas, también demuestran que prefieren ver familias en la calle o hacinadas en viviendas precarias a ceder un poco en el uso de su patrimonio. Los patriotas de ayer y los libertarios de hoy lograron arrancarnos el sueño de la casa propia, ellos odian los sueños colectivos, a la patria grande, a los planeros, al Estado y a algunas otras cosas más. 

El último armado político del espacio que me representa se llama Unión por la Patria, me enteré por Twitter y todas mis vivencias de hijo del vecino me aturdieron durante unas horas. Pasado el espasmo, llegué a tomar decisiones de coyuntura, en tiempos de crisis uno no puede hacer otra cosa que  sobreponerse. Me tocó apropiarme del término. Defender la patria ahora ya no resulta incómodo, decir Matria no ayuda, enojarme con la realidad no me permitirá accionar tan rápido como pretendía hacerlo. Alquilar no será sencillo en los próximos años de mi vida. Si tuviera la costumbre de tatuarme, me estamparía la palabra Patria en el brazo, solo para andar con algún signo de mi nuevo clivaje moral. Esta estrategia de supervivencia me recuerda a la moral provisional de Descartes, esa moral que se construyó él mismo para tener una salvaguarda, unos asuntos sobre los cuales no iba a aplicar su método de la duda, y sobre todo, unas cláusulas que podían salvarlo de la cárcel o la muerte en caso de que el poder se sienta demasiado cuestionado por su ejercicio de existir pensado. 

Pasé del vacío de sentido al calor del patriotismo en pocos meses. Ahora me encuentro deseando un ejército de locatarios con banderines de plástico agitándose en la calle, unidos por la patria o por nuestras madres, con nuestros contratos de alquiler en manos marchando por las calles del país al canto de “Ya vas a ver, los sueños que vos tiraste van a volver”. Una marcha a pie, en motos, en bici, en Uber, en autos compartidos, colectivos y todo aquel medio que logre emular la fuerza de choque de las 4×4 que rugen en las calles cuando se toca un privilegio. Una marcha que nos haga sentir que la ley de alquileres es apenas el piso y no el techo de nuestra idea de Patria. 

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