Un joven en situación de calle fue compactado dentro de un camión recolector de basura en pleno centro de San Miguel de Tucumán. El hecho, que dejó al joven con fractura de pelvis, expone con crudeza la deshumanización y el abandono de quienes habitan las periferias. Escribe Hugo Heredia
Actualmente, se encuentra hospitalizado con fractura de pelvis y traumatismo abdominal, en estado reservado. Escribe Hugo Heredia.
El camión recolector de la basura acaba de pasar por nuestras casas.
En el centro de la ciudad, un contenedor de basura se convirtió en el hogar de los índices de la exclusión, donde la indigencia y la estadística de pobreza se abrazan a los desechos de una noche otoñal fría. Casi terminan compactados por una narrativa que sumerge en el olvido las ideas de justicia e igualdad social, esas que gritan desde las periferias de nuestro gran San Miguel de Tucumán, y de nuestra provincia, a la espera de décadas sin respuestas de los gobiernos pasados y actuales que no pueden bajo ningún concepto eludir sus responsabilidades por la precarización de nuestras vidas, en todos sus aspectos.
Según los últimos anuncios del INDEC, nuestra provincia, con unas cifras cuestionadas, tiene un 41 % de pobreza, y un 7,3% de personas en situación de indigencia. Bastaron unos pocos días para que la grandilocuencia con la cual casi se festeja una curva descendente de los índices, se den con la cruda realidad, más allá del discurso: una persona en un contenedor. Era la indigencia hecha carne, el índice de pobreza personificado, gritando su exclusión desde el corazón mismo de la ciudad.
Quizás, entre otras cosas, debamos discernir entre el ruido de las narrativas políticas preelectorales, los festejos por resultados estadísticos cuestionados, frente a la realidad social que vivimos, que compartimos, con toda su carga de deshumanización.
Un cuerpo durmiendo en un contenedor de basura, entre las cuatro avenidas, que rápidamente se viralizó es el mapa vivo de la desigualdad. Las heridas de la compactación son un punto porcentual en el índice de pobreza, cada mirada, el reflejo, quizás, de la indiferencia social.
El odio desde hace tiempo se tomó la agenda. Ocurre por la profundización del giro individualista y la falta de soluciones colectivas. Hay demasiada injusticia en el hecho del jovencito de 26 años que, como un símbolo, revuelve las entrañas de nuestra sociedad. Hay otros hechos, muchos, que multiplicados, a veces los gana la invisibilización.
En el centro de la ciudad entran y salen decenas de miles de habitantes por día. Circulan y vuelvan a las barriadas, a las periferias, desde los territorios y pertenencias sociales más diversas. Sin embargo, un ‘compactado’ por el sistema, irrumpió en el centro, se quedó sumergido, dormido, desde la marginalidad periférica en un basurero de una avenida céntrica. No circuló, no volvió a su hábitat de pertenencia. Se quedó como muestra de cómo estamos en cuanto a indicadores sociales en la provincia, no solo desde el punto de vista estadístico, sino humano.
Su presencia es un contraste ambulante que denunció la compactación de vidas, producto de una sociedad que lo desechó, un Estado que lo ignoró y políticas que lo excluyeron. Nuestra mayor preocupación es que no es el único, ni el último, sino que existe una trama social que habilita estos acontecimientos casi a diario.
Las periferias de las ciudades, en general, más allá de nuestros confines, así como la traza urbana, y los pueblos del interior de Tucumán, conviven desde hace tiempo con la precarización de la estructura de la vida en todos sus aspectos. Hay una historia que ya se cuenta en varias generaciones. Con las periferias hay una deuda social, política, democrática, de nuevas narrativas sobre ellas y, sobre todo, de cohabitar sus dolores y esperanzas.
Solo un par de ejemplos actuales, entre tantos, de cómo construimos la ciudad desde la segregación espacial y territorial, es que se piensan en fuertes inversiones en el “puerto madero” tucumano como una extensión del barrio norte, allí donde funciona la estación Mitre. Pero no hay un plan maestro del gran San Miguel de Tucuman para volver a la integración y reforma urbana que nos haga construir una ciudad y provincia soñada.
Otro elemento que refleja esta situación es el constante discurso punitivo sobre quienes habitan las periferias y las prácticas represivas que viven cotidianamente, sin que medie una solución de fondo de las problemáticas que las aquejan, las inseguridades materiales y de la falta de derechos básicos en las que viven. (Si, las periferias están vivas).
Dicen por ahí que violenta no es la periferia, violenta es la estructura de una ciudad que crea la periferia. (Para hacer uso de ella).
“Y ¿qué podemos preguntar? ¿qué le queda a una población empobrecida? Ya sólo quedan los límites de una ciudad, donde tendrá que luchar por el derecho a vivir, comer y vivir con dignidad. Todos somos corresponsables de pensar en una ciudad inteligente y sostenible, que ponga en agenda la dignidad humana, sin excepciones.”
Pe. Vilson Groh
En la era de la digitalización, donde la información es cambiante y fluye a velocidades vertiginosas, la historia de este habitante de la periferia y miembro de nuestra sociedad tucumana se viralizó. Pero, ¿qué valor tiene la visibilidad digital si no se traduce en acciones concretas para revertir su situación? Necesitamos digitalizar la solidaridad, organizarnos y exigir acciones que dignifiquen la vida en la periferia, y la sociedad toda con ello, según nuestras propias urgencias y prioridades colectivas.
Desde el humo de las ollas de nuestro pueblo, desde el tejido comunitario, solidario, y organizativo, hay que construir el poder para cambiar este estado de las cosas, y no solo dedicarse a administrar el estado de las mismas. Ya sabemos la estadística, que es pura estática social. Hay que ponerse en movimiento. (Como el pibe, resistiendo entre el ruido de la compactadora).
Aunque en el vértigo de la información la noticia se haga vieja en poco tiempo, debemos saber que la deshumanización no es un hecho aislado, sino una consecuencia de las desigualdades sociales y económicas. En este contexto sombrío, la esperanza persiste. Su presencia nos desafía a imaginar, construir y materializar entre todos un futuro diferente, donde la dignidad humana sea respetada y hagamos realidad una ciudad y sociedad más igualitaria, partiendo de nuestras diferencias ya existentes, para cambiarlas.
Acaba de pasar el camión con los recolectores de la basura. No llegue a sacarla, y escucho la compactación de la misma.