Argentina 1985, el Oscar y las trampas de la ilusión

Argentina 1985

La versión sobre el Juicio a las Juntas del realizador Santiago Mitre –asociado en el guion con Santiago Llinás- ha obtenido la nominación al Oscar 2022 en la categoría “Mejor Película Extranjera” (léase “mejor película en idioma no inglés”). Es la octava oportunidad en la que el cine argentino es candidato a este premio, tras La tregua, Sergio Renán, 1974), Camila (María Luisa Bemberg, 1984), La historia oficial (Luis Puenzo, 1985), Tango, no me dejes nunca (Carlos Saura, 1998) (¿alguien se acuerda ella?), El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001); El secreto de sus ojos (2009), también de Campanella, y Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014). De éstas, como es sabido, La Historia Oficial y El secreto de sus ojos resultaron ganadoras.

Candidatura al Oscar para Argentina 1985 –algo cantado después del premio Golden Globe, junto a múltiples nominaciones en otras instancias internacionales de premiación- que hace que las aguas vuelven a agitarse, entre la apología y el rechazo. Por un lado, algunas miradas provenientes del campo cinematográfico que desde un enclave de acentuada politización le imputan al film de Mitre un determinado sesgo ideológico, el no haber atendido al protagonismo de organizaciones y movimientos sociales como Madres de Plaza de Mayo, la construcción del fiscal Strassera como héroe individual en desmedro de la acción colectiva, la exaltación de la instancia institucional por encima de la lucha política, el tratamiento que se hace de la figura de Raúl Alfonsín (se lo minimiza o se lo resguarda, según el bando de la apreciación), el no haberse ocupado de las raíces del proceso dictatorial, la reencarnación que ofrece de la “Teoría de los dos demonios”, el no ser todo lo contestataria que supuestamente debería ser… A estas objeciones se suman otras como la aplicación del molde de la narración clásica, su condición de cine industrial ceñido ahora a los imperativos de las plataformas de streaming, su didactismo y algunos otros cuestionamientos menos atendibles como el que se queja por el uso del humor en un relato sobre este tipo de hechos.

Por otra parte, se hace necesario insistir con la siguiente observación: Argentina 1985 –este olmo al que se le piden tantas peras- no es sino un correcto thriller judicial, focalizado en el desarrollo narrativo de un suceso específico, cierto que clave en la historia contemporánea de nuestro país y en nuestra experiencia de la democracia.

Todo relato, toda historia contada –aun la que cuenta hechos de la Historia- supone focalización, y toda focalización supone algo que queda fuera de foco y fuera de encuadre. Eso sí, el cine permite un recurso que le es propio, el “fuera de campo”, aquello que no aparece en pantalla, pero incide en los hechos que sí aparecen. No es precisamente una omisión, ni una invisibilización. Para una cobertura narrativa de toda la dimensión histórico-social-política de ese particular momento están todas las historias audiovisuales que se pueden contar, sin que haya necesidad de un mapa que se iguale al territorio.

Argentina 1985 no es propiamente una película de esas que suelen rotularse por su contenido como “políticas”. En todo caso, políticas son las reverberaciones que provoca, la discusión que suscita, las ondas expansivas de debate y polémica que produce. Mitre es un director que no suele sentirse muy cómodo con lo político, basta revisar El estudiante (2011), donde la política está representada como la mera tranza.

En cuanto al “didactismo”. ¿por qué resultaría desacertado la construcción de un relato que favorezca la accesibilidad del público masivo, sobre todo las nuevas generaciones, a un episodio fundamental en la historia de nuestro país, y con esa accesibilidad las enseñanzas que se puedan extraer de ella?.

Y con respecto a la reproducción de la “Teoría de los dos demonios” (la idea de que el terrorismo de Estado desatado por el Gobierno militar fue una reacción al terrorismo de la acción revolucionaria armada, léase “la subversión”), a quienes señalan esto cabe advertirles que al tratar de identificar los elementos del filme donde se manifestaría este esquema no sean aquellos que en los hechos narrados representan el clima de época de ese momento histórico. Pretender, por ejemplo, un Strassera que en sus pronunciamientos –aún más específicamente, en su alegato- abogue en contra de la “Teoría de los dos demonios” equivaldría al desvelo por un giro análogo al de Había una vez en Hollywood (2019), donde Quentin Tarantino “corregía” el horror de la historia histórica por obra y gracia de la magia del cine, haciendo que se frustren los crímenes del Clan Mason.

Mientras tanto, en el marco más mundano de los Premios Oscar, dentro de la categoría donde compite Argentina 1985, al parecer la favorita es la alemana Sin novedad en el frente, de Edward Berger, otra trasposición de la novela de Erich Maria Remarque, una película bélica antibelicista de gran despliegue escénico y dramático, que no agrega nada a otras producciones recientes del género, como la multipremiada 1917 (Sam Mendes, 2019).

Por su parte, las otras contrincantes no se ven con tantas posibilidades a favor, ya sea el drama intimista coming-of-age belga Close (Lukas Dhont, 2022), de gran belleza y fuerza dramática, pero con escaso lugar dentro de los parámetros hollywoodenses; EO, del veterano cineasta polaco Jerzy Skolimowski, es demasiada intelectual y existencialista; y la irlandesa The Quiet Girl, de Colm Bairéad, puede resultar en exceso minimalista.

Más acorde a los gustos y la corrección política de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, Argentina 1985 tiene su propio peso en el camino hacia la estatuilla de oro. Por supuesto, las expectativas nativas en torno a esta trayectoria se nutren ahora del ardor encendido con el triunfo argentino en el Mundial de Fútbol de Qatar. Es inevitable que volvamos a ilusionarnos –como reza el himno popular “Muchachos”- esta vez con una película que en verdad no tiene gran estatura estética, cuya mayor significación está en haber devenido en una especie de dispositivo acelerador de partículas del imaginario cultural e ideológico, vehículo de reencuentro con la Historia y materia de discusiones muy saludables, en este contexto de nuestra Argentina de hoy donde la falsa verdad, el odio y el fascismo infectan la escena pública con sus ferias de atrocidades. Y algo más: no viene para nada mal otra dosis de potencial alegría, en un país donde las únicas fuentes de alegría son el deporte, la ciencia y el arte, incluido –por supuesto- el arte cinematográfico. No obstante, que la ilusión con sus promesas de alegría no le reste espacio al necesario debate, sin que éste gire en torno a la ilusión de reclamarle a un film lo que no está en su talla brindar. Toda película es el trazo de las películas que hace falta hacer.

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