XI Bienal Argentina de Fotografía Documental en Tucumán. Un festival que se plantó en una trinchera

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Por Jorge Figueroa
(Dr. en Artes y redactor de La Gaceta de Tucumán)

Contra los ataques a la cultura, aquí y allá, contra una política que ajusta la educación, y al conjunto de trabajadores, la XI edición de la Bienal Argentina de Fotografía Documental logró verse como una trinchera de resistencia.

Generalmente las bienales son lugares de exposición de obras, pero estos encuentros se han instalado desde hace años también como espacios de movilización, de debate hacia adentro y afuera, de intervenciones públicas, de reflexiones.

Este festival de Fotografía que creó en 2002 la Fundación Infoto, que hoy dirigen Julio Pantoja y Agustín Indri, y que tradicionalmente se desarrollaba en una decena de espacios expositivos, se encontró, con un único lugar: el del Ente Cultural. Fue llamativa la ausencia de la Universidad de Tucumán que en otras ediciones había estado presente con el Centro Cultural Virla y el MUNT, como así también en espacios del municipio de San Miguel de Tucumán.

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Así las cosas, nuevamente se observó que la fotografía y el cine son las actividades que más entusiasman a los jóvenes en esta provincia, principalmente. Y como había aclarado Eduardo Gil, “los fotógrafos ya no le pedimos permiso al mundo del arte para llamarnos artistas visuales” (2018), cuando “el siluetazo” cumplía 35 años. “Toda fotografía es verdad, pero es un recorte de ella, una mirada. La cámara es mi herramienta política”, aseguró por estos días Pablo Piovano, uno de los expositores.

En esta bienal también aprendimos que lo que siempre denominamos, aquí y en el país, como “la” performance en Estados Unidos y otros países puede llamarse “el” performance y no “la”. En una entrevista que le hice para el diario La Gaceta de Tucumán, la académica Diana Taylor insistió mucho en subrayar que esa dualidad -correcta en cualquier caso- acompaña las hibridaciones y diversidades del concepto mismo de performance. Así también se preocupó por extenderlo a otras prácticas culturales que pueden suceder en las calles, más allá de las artes visuales, como las rondas de las Madres de Plaza de Mayo, un ejemplo contundente para su posición.

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La conferencia de Diana Taylor (que un día antes visitó el Espacio para la Memoria Escuelita de Famaillá) fue ovacionada por una Sala Caviglia desbordada de un público entusiasta, cuya capacidad dejó decenas y decenas sin poder disfrutarla. Lo mismo pasó con la proyección del estreno nacional del documental “Sara Facio: haber estado ahí”, de la cineasta Cinthia Rajschmir.

Y luego fue el momento de la inauguración, en los distintos pisos, entrepisos y subsuelo del Espacio Lola Mora, visitado por una multitud (dícese de aquello que parece mucho pero de lo que no se puede estimar con certeza). Es una cantidad poco frecuente en alguna muestra o acto en ese lugar.

Una edición de escena

Cuando se dispone de unos metros cuadrados para montar tamaña exposición (en realidad son siete muestras que confluyen en este espacio), el o los curadores saben que tienen que adoptar decisiones que seguramente no conforman. Pero… “es lo que hay” será la respuesta inmediata, y entonces, ¿qué hacer? En situaciones como éstas la curaduría se transforma en un editora de escena (el chileno Justo Pastor Mellado explora acertadamente este concepto).

En otras palabras: exponemos fotografías que son editadas en muestras que, curador mediante, se ubican en lo que se conoce como postproducción (piense el lector que en unos 400 mt2, aproximados, se montaron 292 obras de 49 artistas). En otras palabras, el ajuste a la Bienal comenzó con la escasa disponibilidad de espacios. Pero no había elección.

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Ensayo

El ensayo sobre los mapuches de Pablo Piovano es un trabajo de investigación, de indagación, que busca visibilizar la situación de un pueblo. “Mapuche: El regreso de las voces antiguas” le llevó cinco años realizarlo, de explorar la relación con una comunidad y entenderla, a la par. Más allá de los premios, se sabe que en febrero habrá una película sobre esta investigación. Y asegura para dejar en claro lo que a veces “cabezas de termo” no lo hacen: “no hay foto que sea objetiva, la objetividad no existe, uno es con su formación o educación o parámetros con los que vivió, con una ética. Eso siempre nos guía y no llegamos vírgenes a un hecho. Hace 30 años era toda una polémica, pero ya está saldada”.

Una retrospectiva de Juan Travnik y su homenaje significa un repaso casi histórico de la fotografía en este país. Sus retratos, figuras y paisajes, hablan del presente, “como una huella lumínica del pasado”. Aunque él no lo mencione, ¿cómo no pensar en Jacques Derrida, en su ‘difference’? Ese pasado diferido, que está siempre por venir, y que se inscribe en el presente que no se detiene y no puede atraparse.

Un acierto: reivindicar la galería Fotograma que había creado el mismo Julio Pantoja a principios de los 90, con la muestra “40×50, A 30 años de la Galería Fotograma” curada por su hija, la historiadora Claudia Pantoja. Muchos visitamos ese espacio en ese entonces, aunque (me incluyo) solo con el tiempo y estudios medimos su dimensión y la importancia de sus participantes como el maestro inglés Bill Brandt y la inolvidable Annemarie Heinrich de quien aquí se exhibe el retrato más famoso que se le haya tomado a Eva Perón en sus tiempos de actriz de cine.

Laboratorio

Las exposiciones se completan con “S/L (Sin Lugar) de Diego Toloza y “La tierra es un satélite de la luna” de Luciana Demichelis; y por las muestras colectivas “Olhares” de un proyecto de fotografía social con niños de una favela de Río de Janeiro, curada por Gretel Martínez y Érika Tambke; y “Resistencias reveladas” curada por Diego Aráoz, Verónica Santalla y Maxi Caram, una imponente y diversa muestra en la que puede verse un panorama de la fotografía argentina comprometida, con el aporte de autores de otros países latinoamericanos.

A la par de los debates, el cotidiano convivio con feria de libros, música en vivo y teatro en el patio interior del Ente Cultural y los tradicionales portfolios, el laboratorio de reflexión / acción coordinado por Cora Gamarnik, Jazmín Tesone, Julieta Escardó, Emiliana Miguelez y Gisela Volá se desarrollaba con aplausos, agite y artivismo a sala llena en el Teatro Caviglia.

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Con diferentes respuestas entre los transeúntes, durante la mañana del sábado, el festival se volcó a las calles con acciones performáticas en la Plaza Independencia y en la peatonal Muñecas al 200 formando un pequeño circuito en el que pudieron verse, entre otras, propuestas vinculadas al fatídico incendio de Cromagnon de Flor Calisaya; intervenciones plásticas sobre fotos de los frescos sobre la conquista, de la bóveda de la Catedral de Nadia Salvatierra y “Dactilogramas”, de Luis Collados, quien hizo retratos con una cámara “minutera” (esas viejas cámaras que usaban los fotógrafos de plaza) que fueron intervenidos con sus huellas dactilares de los mismos fotografiados.

La Bienal también se constituyó en un lugar de encuentros y reencuentros donde confluyeron participantes de más de 15 provincias; y también de sorpresas: conmovedor fue que una de las participantes de Buenos Aires halló en una vieja foto a un familiar asesinado del Gymnasium, uno de los colegios secundarios de Tucumán más golpeados por la dictadura militar.

Para el cierre, se hizo entrega de un reconocimiento al maestro Juan Travnik, “por su trayectoria, su calidad humana, y el legado a las siguientes generaciones” quien con evidente emoción convocó a “seguir resistiendo y fortaleciendo espacios como éste para reencontrarnos y confrontar los ataques que viene recibiendo el país y la cultura”.
No hubo, como algunos esperaban, un manifiesto final, pero las posiciones desde las cuales se situó la Bienal frente a las políticas culturales quedaron claras en distintos pronunciamientos que se agitaban en los laboratorios, en las conversaciones cotidianas.

Las exposiciones podrán visitarse hasta el 5 de noviembre en el Ente Cultural de Tucumán, San Martín 251, de lunes a domingo de 9 a 13 y de 16 a 21.

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