A más de un año de pandemia mundial, todavía hay 130 países que no comenzaron sus campañas de vacunación. Sólo 10 países concentran el 80 por ciento de las dosis. En este contexto, la campaña #LiberenLasPantentes cobra una gran relevancia. La Organización Mundial del Comercio junto a más de 50 países, entre los que está Argentina, solicitó suspender los derechos de propiedad intelectual de las tecnologías médicas para COVID-19 mientras dure la pandemia. Marcos Arias Amicone, abogado, docente y coordinador del Comité de Ética en Investigación UNT-CONICET, analiza la responsabilidad de los Estados, individual y colectivamente considerados, y la necesidad global de salir de esta situación entre todos.
El problema originario en relación a las patentes sobre medicamentos es la necesidad de articular el derecho de acceso a los medicamentos y el derecho al progreso científico, que incluye el derecho de aprovecharse de las innovaciones que una persona crea o realiza, es decir, la propiedad intelectual. Esto fue inicialmente objeto de grandes debates, básicamente por dos motivos: la industria farmacéutica quería exclusividad de las patentes durante períodos prolongados de tiempo para compensar el tiempo de investigación y desarrollo de los nuevos productos; y durante ese tiempo fijaban ellos el precio de mercado del medicamento, convirtiéndolo artificialmente en un producto muy caro (por la exclusividad y por la falta de competencia respecto de esa nueva droga o intervención médica).
En la actualidad, el problema de las patentes sobre la vacuna para el COVID-19 es variado: no es el mismo, pero tampoco es tan diferente. Por un lado, porque muchas de las vacunas que existen actualmente fueron creadas con aportes estatales durante su proceso de desarrollo y creación, de modo que la propiedad intelectual de esa innovación no es privada, sino pública, de los Estados. Por otro lado, los costos de las vacunas no son excesivamente altos, de modo de impedir el acceso a los medicamentos de los países más pobres. Finalmente, el mecanismo de acceso equitativo a las vacunas que está tratando de implementar la Organización Mundial de la Salud, el mecanismo COVAX (Colaboración para un acceso equitativo mundial a las vacunas contra la COVID-19), que si bien no está siendo todo lo efectivo que se esperaba, mitiga en mucho los efectos indeseados de la distribución concentrada o inequitativa de las vacunas.
En la pandemia que estamos actualmente viviendo, además, los países (tanto ricos como pobres) entienden (o deberían entender) que no se salvan solos: de poco vale la inmunización exclusiva de los países ricos si los países vecinos (ricos o pobres) siguen con un nivel de contagios tan alto que se mantiene la amenaza al sistema sanitario local. No obstante, es claro que la concentración de cantidad de vacunas en Estados Unidos, por citar solo un ejemplo, da a entender que hay sociedades que les cuesta concebir la solidaridad global.
En ese contexto, el reclamo actual de liberar las patentes cambia respecto del planteo de hace treinta años: hoy no es “liberen las patentes porque el monopolio permite a las farmacéuticas ganar indebidamente demasiado dinero por demasiado tiempo” sino que es “liberen las patentes para que podamos incrementar la producción global de vacunas”. El reclamo inicial estaba vinculado a la codicia atribuida a la industria farmacéutica. El reclamo actual está vinculado a la necesidad global de salir de esta situación entre todos. Lo que une a ambos reclamos es un reclamo de justicia: cuando la exclusividad sobre los derechos de propiedad intelectual impide el acceso al medicamento a sectores desaventajados de la población mundial, produce muertes.
Eso da lugar a nuevos planteamientos que, me parece, sofistican un poco la discusión que subyace a la consigna “liberen las patentes”: colaboración interempresarial, regalías para la empresa considerada dueña de la propiedad intelectual, reducción de costos por la interacción con el sector estatal, etc. No es estrictamente una liberación de los derechos de propiedad intelectual sobre las innovaciones médicas, sino de compartir la tecnología descubierta, para permitir mayor producción a un ritmo más elevado; pero incluso contemplando la posibilidad de compensar o de dar regalías a las empresas titulares de esos derechos de propiedad intelectual.
Para que esta nueva concepción acerca de los derechos de propiedad intelectual pueda convertirse en algo real y no en una mera declaración, quienes deben jugar un rol clave son los Estados, tanto individualmente considerados (de acuerdo a su relativa fuerza internacional) como los mecanismos de agrupación de Estados. Los organismos multilaterales (tanto la OMC como la OMS, cada uno en sus propios ámbitos), o los organismos regionales (MERCOSUR, UE), deben favorecer la cooperación para evitar diferentes tipos de problemas, en particular, dos.
Uno, que la negociación individual torne variable el precio (y permita que países con más recursos ofrezcan más dinero por la vacuna, generando preferencia en su entrega). Un precio uniforme en todos los países (y controles entre los países) desincentiva la posibilidad de preferir a algunos y postergar a otros por razones exclusivamente económicas. El otro, la convergencia y cooperación entre países hace más fácil el control mutuo sobre la acumulación indebida de vacunas, al menos haciendo más complicado que un sólo Estado acumule las dosis de vacunas y se impida una vacunación sostenida y equitativa a nivel mundial. Para eso, como dije más arriba, COVAX es una herramienta que podría mejorarse y jugar un rol central.
Por otro lado, los Estados también pueden mitigar las quejas que podrían provenir de los titulares de la propiedad intelectual, favoreciendo mecanismos que permitan incrementar la escala mundial de producción de vacunas. Es decir, no se está planteando una expropiación (lo cual sería muy engorroso y diferiría de país a país), sino un incremento de la producción con reconocimiento de las regalías para el titular del descubrimiento. Además, eso generaría un efecto dominó virtuoso: nuevos laboratorios que tengan estándares altos de producción de medicamentos, nuevos profesionales exigidos a tener estándares altos de funcionamiento; difusión y popularización de las normas de armonización internacional sobre medicamentos, etc.
Me parece que no contamos ya con personalidades altruistas como Albert Sabin, que renunció a los beneficios económicos de su innovación (vacuna vía oral contra la poliomielitis, superando la vacuna inyectable de Salk) a fin de lograr una mayor, más rápida distribución y mejor acceso a la salud de los destinatarios de su innovación.
Hoy tenemos que encontrar mecanismos que nos permitan articular la codicia con la empatía, los derechos de las empresas con las exigencias de la población, las demandas por el reconocimiento de la propiedad intelectual con la solidaridad global.
Son los Estados, individual y colectivamente considerados, quienes tienen la responsabilidad de liderar estos procesos y lograr esas articulaciones.
Por que piensan que el mundo deberia comportarse de forma comunista cuando en realidad es capitalista? No seria mejor concentrar esfuerzos en mejorar la economia y la competitividad para estar mejor como pais en el mundo en que vivimos en lugar de llorar ser pobres y serlo cada dia mas por culpa de esta forma estupida de quejarse de las reglas del juego en lugar de jugar para ganar?