En noviembre fue una de las artistas de la tercera Marcha Plurinacional del Orgullo de los Valles Calchaquíes. Un retrato de Quillay Méndez, coplera trans indígena de Humahuaca de 24 años.
Autora: Anuka Fernández Fuks
Fotos: Dafna Alfie
El nombre Quillay viene de un árbol de gran tamaño, que puede llegar a medir de quince a veinte metros. Su tronco está cubierto de una corteza gruesa y cenicienta. Sus flores tienen pétalos blanquecinos. Crece, sobre todo, en la región central de Chile, en lugares donde el agua escasea y es utilizado para reforestar.
Quillay Méndez tiene, a veces, la mirada suave y la voz potente. A veces, la mirada apretada y la voz de felpa. Depende del estado de ánimo y del contexto. Depende de lo que cante o lo que hable. Es alta, gruesa, frondosa como el árbol del que toma su nombre. Nació hace 24 años en Humahuaca, localidad jujeña, a dos horas de la capital. Su mamá es tilcareña y su papá es de la comunidad indígena de Chorrillos. Allí en Humahuaca hizo toda su trayectoria escolar hasta el secundario, donde conoció la danza folclórica.
“En ese entonces mi cuerpo se escapaba de la heteronorma. Era un cuerpo más amariconado, un cuerpo más delicado del que estaba planteado socialmente como aceptado para un varón. Comencé a abrazar la identidad marica desde ese lugar y fue un camino muy lindo”, cuenta a LatFem.
Pero lo lindo también tuvo sus momentos pantanosos. En la escuela su identidad marica era motivo de burla entre sus compañeros. Esos que se reían de Quillay durante el día, eran los mismos que a la noche la buscaban y le pedían que se fuera con ellos. “Las maricas que fui conociendo necesitaban del alcohol para poder serlo. Yo notaba que cuando estaban alcoholizadas, sus cuerpos eran libres, bromeaban, amaban y jugaban”, dice. Y entonces, se fue abriendo espacios compartiendo un vino cerca del río, en las peñas o detrás del Monumento a los Héroes de la Independencia.
Su familia reaccionó con enojo a su devenir marica. Pero ese enojo, según ella, fue una forma extraña de protegerla. Eso le dijo su mamá en una charla que tuvieron hace poco tiempo. Cuando terminó la secundaria, Quillay se fue a San Salvador de Jujuy. Dice que se fue para estudiar pero también porque se decepcionó de su comunidad. “Me fui atemorizada, era típico que me insultaran en los bailes”, relata. En la capital provincial hizo el profesorado de expresión corporal y comenzó a adentrarse en la lucha por los derechos de las personas LGBTQ+. En ese mismo lugar gestó su primera obra de danza teatro Existimos y resistimos.
Humahuaca queda a poco más de seis horas de Cafayate, en la provincia vecina de Salta, donde está ahora Quillay para participar de latercera Marcha Plurinacional del Orgullo de los Valles Calchaquíes. Escucha atenta a quienes toman la palabra en la ronda previa a la movilización que llevarán a cabo al día siguiente por las calles cafayateñas. Bajo la noche calurosa, cuarenta compañeras y compañeros de distintos lugares intercambian experiencias y miradas sobre la ancestralidad. Quillay no parece estar cansada, sin embargo acaba de recorrer 1400 kilómetros desde Buenos Aires, donde estuvo trabajando durante un tiempo y donde acompañó al Malón de la Paz por las calles porteñas.
“La cara de india no se quita”
Mientras circulan los vasos de vino y las empanadas en el jardín de la Casona del Ser, a diez cuadras del centro de Cafayate, Quillay levanta la mano, pide la palabra y dice: “Habitar el territorio es un acto revolucionario. Hemos crecido en lugares donde las travestis no existían. Somos obligadas a emigrar de nuestras localidades. Tenemos que salir del territorio para transicionar, tomar hormonas y hacernos operaciones. Cargamos ancestralidad. Nuestra cara de india no se nos quita y nos tenemos que sentir orgullosas de eso”.
La Ley de Identidad de género se sancionó en el año 2012. En noviembre de 2019, la Secretaría de Salud incorporó una norma que determina que el tratamiento hormonal deberá ser cien por ciento gratuito. Cuatro años después, no todas las provincias, los municipios y localidades la cumplen. Quillay no conoció la ley hasta que se mudó a San Salvador, en 2017. Hoy está transicionando y como muchas de sus compañeras debe viajar una vez por mes desde Humahuaca a la capital o a Palpalá para buscar sus hormonas. Además, tiene que aprovechar ese viaje para hacerse estudios médicos porque sólo ahí están los centros de atención travesti trans. “Ni hablar de las operaciones garantizadas por ley. Tenemos compañeras que esperan su turno desde hace más de dos años”, dice.
En San Salvador a pesar de poder vivir con más libertad su identidad marica, Quillay conoció la discriminación racial: “Lo LGBT está muy blanqueado, es muy elitista”. En Humahuaca nunca hubo marcha del orgullo. En San Salvador, en cambio, sí. Y hasta este año, Quillay formaba parte de la comisión organizadora. El punto de quiebre fue una reunión que tuvieron en pleno auge de la Reforma Constitucional de Gerardo Morales.
—A nosotras no nos afecta— aseguraron algunas de sus compañeras.
—¿Cómo qué no?— respondió Quillay
“Somos maricas docentes, artistas, indígenas. Es obvio que la reforma vulnera nuestros derechos”, dice ahora. Ese debate terminó con una victoria, cuenta, porque marcharon por las calles con un cartel enorme y lleno de arcoiris del orgullo donde se leía: “Abajo la reforma”. Quillay es una de lxs miles de jujeñxs que desde junio estuvieron en las calles y en la ruta manifestándose mientras el gobierno provincial reprimía con balas y gases. “Eso es una acción revolucionaria habitar el territorio por más de que nos cueste la mirada del hermano racializado como diciendo ‘¿y esta qué es?’”, asegura.
Es imposible pasar desapercibida. Aunque no llevemos el discurso desde la palabra, nuestro cuerpo dice todo.
Corre que corre a cantar
Quillay tiene dos años, está en un festival en Humahuaca, con su mamá de la mano. Ella la alza, se coloca en medio de la ronda y comienza a coplear. La envuelve el sonido de las cajas y voces agudas. Levanta la mirada al cielo y ve muchos sombreros.
Ese es el primer recuerdo vago, difuso, onírico que tiene Quillay de las coplas. En ese momento no entendía bien lo que pasaba. “En la cosmovisión andina hay muchas cosas que no se entienden pero se sienten acá”, dice y se toca el pecho.
Después, a los cinco años, mientras su papá y su mamá trabajaban y mientras sus hermanos mayores buscaban trabajo en Buenos Aires, Quillay iba a las plazas a cantarle coplas a los turistas.
“Los que cantan coplas son indios, pobres, del campo y borrachos”. Eso le dijo una vez un compañero de la primaria.
Quillay no quiso cantar más en la plaza, ni en la casa, ni acompañar a su mamá a los festivales.
En Bolivia y Argentina, la corpachada es una celebración donde se hacen ofrendas a la Pachamama. Fue en agosto, en uno de esos rituales, organizados por Mariela, una de las maestras de su secundaria – hoy su amiga-, donde Quillay volvería a encontrarse con las coplas. Esa noche de invierno, ella no copleó pero volvió a su casa con una pregunta: por qué ya no cantaba. A la corpachada siguiente, se tomó un vaso de vino, pidió la caja prestada y volvió a coplear. “Me sentí en paz”, dice. Desde entonces, no paró.
El canto no se va. Puede ser que cada tanto se pierda, pero vuelve
“Corre que corre he venido
corre que corre a cantar
con mis amigas las travestis unidas
vamos a marchar”
Esa fue la primera copla que Quillay Méndez cantó en una marcha del orgullo, en el escenario de la ciudad de Perico, a pocos kilómetros de la capital jujeña. Ahora, algunos años después, en una noche calurosa, con los cerros cafayateños a sus espaldas y cien personas escuchándola en mitad de la calle, Quillay canta:
Aquí están ya las travestis,
aquí están qué le has de hacer
Quillay no tiene muchas referentes travas o trans copleras. “La Lorena es un acto de amor muy grande”, dice. Se refiere a Lorena Carpanchay, coplera calchaquí que como Quillay es también una de las artistas que participa de la Marcha Plurinacional del Orgullo en Cafayate. Para Quillay la referencia coplera en su comunidad fue su abuelo Marcelino.
Hace un par de años atrás, Quillay y su familia lo fueron a visitar al campo – ahí donde hoy las megamineras abren sus caminos-. En un momento en que estaban los dos solos en su habitación, Quillay le cuenta que volvió a cantar. Entonces, su abuelo que no hablaba mucho, la miró durante unos segundos y le hizo una seña con la cabeza, como si asintiera un par de veces. Quillay entendió el gesto y copleó sola para él.
El abuelo se levantó de la cama, abrió su ropero y sacó una caja. Una caja con su nombre y apellido: Marcelino Méndez. “Él me la regaló porque ya no copleaba, ya vivía en otro tiempo”, cuenta. Esa fue la primera caja coplera de Quillay, la que usa una vez cada tanto, en ocasiones especiales.
La cobertura colaborativa entre LatFem y La Nota Tucumán de la Tercera marcha plurinacional del orgullo de los Valles Calchaquíes fue realizada con el apoyo de Wikimedia Argentina en el marco del Programa Comunicar Diversidad.