Navidad, vírgenes y mujeres trans

El domingo, un grupo de mujeres trans y travestis participó de una misa y un almuerzo navideño organizado por un grupo de personas creyentes y cercanas a la comunidad trans. Un pedido de justicia, un acto de fe, y deudas pendientes con las disidencias.

Mientras el sol tucumano parte la tierra, un grupo de mujeres trabaja arduamente en un almuerzo navideño solidario para mujeres trans y travestis. Durante la mañana del domingo se celebró una misa oficiada por el obispo Carlos Sanchez en la iglesia de la Merced, allí asistieron aquellas personas que creen, allí se pidió por sus familiares enfermos y justicia por las mujeres trans y travestis que no están.

Concluida la misa, todos se prepararon para poner en funcionamiento el almuerzo navideño. Paella de entrada, arrollado de pollo, verdura  y papas al horno fueron el plato principal; panacotta con salsa de frutos rojos de postre.

Ocho mesas redondas ubicadas en un salón lindante a la iglesia recibieron a mujeres trans de distintas edades. Todas  ellas fueron convocadas por Vivi, una creyente de la palabra de dios y quien está en contacto con la comunidad trans desde hace varios meses. Vivi parece ser la prueba de que “la palabra de Dios” no siempre es interpretada  para discriminar y excluir.

 En esta ocasión, un grupo de mujeres se embarcaron en la misión de acompañar a aquellas personas que aún viven en condiciones de exclusión y pobreza.  Todo esto suena extraño para quien escribe, ajeno a toda creencia religiosa, ajeno incluso hasta en el uso de ciertos términos en el lenguaje.

Luego de servida la entrada, el cura que preside la Iglesia se dispone a cantar. Mis oídos ya estaban recordando desde la lejanía aquellos canticos clásicos de esta religión, pero en vez de “cordero de dios” y “ave maría” el primer tema que  entonó fue la versión en español de un clásico de Paul Anka “A mi manera”. Un canto tímido proveniente de las mesas no tardó en hacerse oír y acompañar la canción, y si bien todo sonaba con ese tono a iglesia,  esta vez, no sonaba a discriminación.

El canto continuó. Servir comida, picar hielo y organizar todo fue un trabajo en equipo. Siempre una o dos compañeras  de cada mesa tomaban la posta y se acercaban a colaborar, y otras tomaron la posta de levantar y llevar a la cocina una vez terminado  el plato.

Luego de un repertorio clásico, irrumpieron los temas de LiaCrucet, Gilda, Shakira y Gladys la bomba tucumana. Y en un baile familiar y performáticotodo se volvió una fiesta. La alegría, la destreza  individual y la felicidad compartida se adueñaron del salón.  Al momento de decir unas palabras habló Gaby, una mujer trans que con tono pausado y firme agradeció el encuentro y pidió por el bienestar de todos.

Habló también Laura Moreira, hermana de Cynthia Moreira, pidió justicia por el transfemicidio de su hermana y arengó a todas las allí presentes a continuar estando juntas. Una de las asistentes tenía un mensaje en la parte trasera de su remera “la unión hace la fuerza”, y ese mensaje parecía replicarse en las palabras de Gaby y de Laura.

Al finalizar el almuerzo cada asistente se llevó una donación que la red de mujeres de Caritas y fieles de la iglesia fueron consiguiendo por donaciones de empresas y de familias particulares. Cada caja contenía alimentos  y utensilios para la armar una mesa navideña.

La caridad no me parece en sí algo bueno, un poco por esa idea de Emanuel Kant que esboza en su ética del deber,  en donde dice que la caridad es una acción que se realiza siguiendo nuestras inclinaciones, y por el placer de sentirnos mejores nosotros mismos, y otro poco porque quienes velamos por un Estado presente entendemos que todas  las personas merecen casa, trabajo y comida porque esos son derechos humanos. Pero en esta acción de caridad, esos argumentos quedaron lejos, me parecieron secos y torpes.  Esta acción,  que quienes trabajan allí llaman “gesto”, permitió algo concreto y efectivo, el encuentro, el compartir y el poder tener  comida en la mesa para la noche buena. Esa mesa que muchos de nosotros tenemos desde siempre, aunque no creamos en Dios ni en la virgen, pero que para muchas compañeras trans no fue posible debido a la exclusión sistemática de la que fueron víctimas, y del que muchas veces esa iglesia también fue cómplice.

“La casa se llenó de fiesta. Porque ellas nos entregaron y compartieron todo. Yo creo mucho en el Dios que habita en ellas”, dice una de las organizadoras, con una convicción que abruma.

Si existe un dios, ojalá que sea aquel en el que creen todas aquellas personas que compartieron el almuerzo. Ojalá que habite efectivamente en ellas, y logre justicia por todas las que están siendo violentadas por la policía y las redes de trata, discriminadas por una sociedad educada para el odio e invisibilizadas por el Estado.

Probablemente a muchas personas les haga ruido leer que hay mujeres trans y travestis que son creyentes, rezan y van a misa. Esa rareza que pueden sentir es también  producto de la exclusión. Creer o no creer en un dios, se ha constituido en otro privilegio cisgenero.

Susy Shock dijo en su última visita a Tucumán, que los tiempos y las formas trans son otros y que no debemos intentar modificarlo  todo desde nuestra corrección política cisgenero.  Y  en esta jornada de baile y creencias compartida con mujeres trans y travestis encontré una sensación de bienestar que jamás creí encontrar dentro de los muros de una iglesia. Que no es otra, sino la misma que en otras ocasiones se llenó de gente que milita en contra de nuestros derechos. Pero que quizás, como el resto de las instituciones, sea otra si tiene a compañeras trans dentro. O quizás no, pero no mía, ni nuestra la decisión.

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