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Muchos varones hacen equilibrio para mantenerse erguidos sobre esta cuarta ola que el feminismo viene haciendo gigante. Este es un mensaje para ellos -y también para los soldados de las 5 P patriarcales (proveedores, preñadores, poderosos, públicos, políticos)-: ¿qué hacer frente la revolución feminista? ¿Dónde pararse ante la crisis política de la masculinidad hegemónica que afecta hasta los pactos sexuales y las formas de amar? ¿Deconstruise es feminizarse? “Es tiempo de hacerse preguntas, de aceptar la desorientación”, proponen Diana Broggi y Mariel Martínez Cabrera. Publicada en Revista Anfibia
Para empezar, una obviedad. No vamos a escribir para el macho violento. Para el maltratador sistemático y prolijito. Para el galancito rompedor. Para el varón que afirma su masculinidad diciéndonos feminazis, locas de mierda o “a vos lo que te falta es una buena…”. Ustedes dirán claro, cómo van a hablarle a alguien que no va a, que no quiere, escucharlas. Que ha aprendido desde niño que el explicativo de la especie humana es el hombre. Que identifica su poder pero no su padecer. Que tiene lengua afilada pero los oídos sordos. Sí, puede ser un poco eso. No nos gusta bailar el tango con casos perdidos.
Pero otro poco, queridos varones, es esto: muchos de ustedes vienen haciendo equilibrio para mantenerse erguidos más o menos dignamente sobre esta cuarta ola que el feminismo viene haciendo gigante. Buen reflejo. Sabemos que es incómodo tratar de hacer pie en una tabla insegura ¡lo sabemos hace tanto! Y eso que nos hizo fuertes también nos hizo feministas. Y esto quiere decir que nos hizo sororas. Empáticas. Liberadas y liberadoras.
Queremos hablar con esos varones, con esos que son nuestros compañeros y que se pueden hacer preguntas. Legítimas preguntas, como por ejemplo: ¿cuál es la forma en que el feminismo los interpela? ¿Hay lugar para los varones en esta ola? ¿ser feminista es estar deconstruide? ¿los varones cis se quieren deconstruir? ¿Pueden? ¿Están todos cortados por la misma tijera? ¿La tijera es el patriarcado? ¿Y entonces el feminismo que es?
Algo de esto ronda, ¿no?, no sólo en sus cabezas sino también en sus cuerpos. Sí, esa división entre lo que se piensa y lo que se siente también ha sido una división inútil, nociva, funcional a una lógica que coloca las emociones del lado más débil. Hay que animarse a que estas preguntas les trastabillen la razón y la sinrazón, porque no es sólo desde la conciencia vamos a ganarle al patriarcado que se nos ha colado, se les ha colado compañeros, hasta en las formas de amar.
La tarea de preguntarse todo va a exigirles involucrarse íntegramente, con conciencia plena pero también con alma y cuerpo dispuestos. No es una tarea sencilla (nunca lo fue para nosotras) pero sí necesaria: el mandato patriarcal de masculinidad, compañeros, también los tiene como víctimas y los hace infelices. Y nosotras queremos ser felices. Queremos que ustedes también sean más libres. El mundo sin capitalismo y patriarcado será un mundo más bonito. En ese mundo no estarán obligados a cantar: “esta noche me emborracho bien, me mamo bien mamao pa` no pensar”.
Estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir
Aquí estamos, intentando pensar juntes. Hay un saber que compartimos: el feminismo no es la tortilla al revés, no es un mandato de dominación sobre ninguna identidad. No. Es una casa, un camino amable que estamos construyendo para que entremos todes, para que podamos andar por él más fraternas, más hermanos. No es un tribunal de faltas, un escrutador de malas formas, de conductas tercas. Porque ha sucedido: en estos últimos tiempos muchos varones han optado por ponerse a la defensiva, defendiendo vaya a saber qué. Muchos han sentido que cuestionar sus privilegios, repensar el uso del poder y de la violencia significaba una amenaza para su “ser hombre” que ha representado, desde tiempos inmemoriales, ser lo más parecido posible a una masculinidad hegemónica que ha parido desigualdad, injusticia, dolor. Ser un soldado fiel de las P del patriarcado: proveedor, preñador, poderoso, público, político. Ser un sujeto que afirma su condición frente a los otros sujetos dominando a lo diferente. Habitar un sistema que se define por la negatividad. Ser lo que la otra no es, dueño de los territorios que la otra tiene vedados.
Pero hete aquí que los ladrillos de esta estructura se están desmoronando. Eso decimos cuando cantamos que se va a caer. Decimos: el feminismo vino a erosionar las bases y los techos de una fortaleza enclenque. Decimos: la fuerza de esta ola es interpeladora, hace que con la defensa cerrada o la pregunta sincera muchos varones estén desorientados. La incertidumbre es ineludible y la negación es una frazada cortísima que deja o los pies o la cabeza desnudos. Hay que interrogarse a fondo. Hay que preguntarse genuinamente cómo es que hay que hacer. De eso dependen nuestros vínculos futuros, la forma que tome el mundo nuevo, la manera en que construyamos el poder.
Es un poco, también, esto: además de nuestra organización, de lo que nuestros movimientos liberadores vienen a mover, las P patriarcales están en crisis. El ejercicio del poder masculino ha llevado a la aniquilación de lo diverso, es decir, al fracaso; el arribo de las mujeres a la esfera del trabajo empezó a cuestionar el rol proveedor del hombre; nuestras intervenciones en el ámbito de la política han hecho también nuestro el espacio público; las decisiones que tomamos sobre nuestros cuerpos gestantes y el cuestionamiento al rol de la maternidad los ha sacado del territorio preñador. La masculinidad, ese mandato violento, incólume, poderoso, está en una verdadera crisis. Y qué trole va a tomar para seguir.
A esta altura de los tiempos, la negación, la anulación, el aislamiento como mecanismos defensivos de la masculinidad quedan en un espacio de visibilidad donde lo inconsciente aparece a cielo abierto. O mejor dicho, se develan sus formas no naturales, no mágicas, sostenedoras de una estructura aniquiladora que ha permeado las subjetividades desde que hemos empezado a habitar el mundo. Estos mecanismos de defensa de la neurosis obsesiva que Freud había descrito (“ay Segismundo, cuánta vanidad, el orgasmo clitoriano se te escapa de las manos”, diría la gran Liliana Felipe) ya los percibimos como de manual. Al macho de manual ya le conocemos hasta el inconsciente. Ya no hay formas sutiles de preservación de una masculinidad neurótica como tampoco hay una aceptación obediente de la descripción de nuestra supuesta histeria (“ay Segismundo de tan macho ya no encaja, no me digas que el placer es pura paja” –Gracias, Liliana-). Ya no hay forma de no ver.
¿Y entonces? ¿Qué trole hay tomar? Porque es seguro que en el que veníamos no nos lleva a buen destino. El trole de la masculinidad hegemónica es categórico, no permite dudar, hace que las incertidumbres se escondan, se taponen. Pero las preguntas están. Existen y se reproducen. Este es el tiempo de las preguntas. De aceptar la desorientación. De buscar nuevas formas de ser varón. Unas formas que conmuevan profundamente hacia el deseo de ser felices.
De chiquilín te miraba de afuera
Hay algo que se debe sentir como una molestia. Como una piedrita en el zapato que hace que no se sepa si hay que quedarse parado un rato, si hay que descalzarse en medio de la calle y buscarla, si hay que disimular y seguir caminando con un cascote limándole el dedo gordo. A juzgar por las discusiones que las movilizaciones de mujeres han suscitado, debe sentirse así. Ir, no ir, acompañar, cómo. Los paros de mujeres evidenciaron que nosotras movemos el mundo y que si queremos, lo paramos. Ante esa materialidad, los varones se han preguntado dónde ubicarse. Tanto se lo han preguntado, que su incertidumbre ha ocupado durante los días previos a aquellas medidas de fuerza gran parte de la circulación de opinión en medios y redes sociales. Decimos que las preguntas siempre están bien. Quizás estas, aunque levemente inofensivas al mandato de la masculinidad, hayan sido una especie de comienzo.
Es que nosotras las mujeres hemos sido criadas para comprender, para registrar, preocuparnos incluso más por ustedes que por nosotras mismas. Por eso percibimos su desolación, la angustia que es síntoma de la pérdida de algo que no es sólo la toma de la calle como el espacio público por excelencia sino también el salirse del protagonismo de la escena. Aceptar el no lugar. Correrse del centro político.
¿Qué hacer, varón que se siente atravesado por la lucha feminista pero que también se siente incómodo? En principio, la incomodad parece ser un buen lugar. Moverse de los espacios de seguridad que han sido levantados sobre las inseguridades de otres. Entender que el feminismo que estamos construyendo es uno de los procesos de masas más grandes de los últimos tiempos y encontrar la forma no de mirarlo maravillados como si fuese un desfile antropológico de sexualidades pero tampoco de irrumpir con pecho al viento para volver a ocupar el trono. Dejar de concebir al feminismo como una amenaza o como un movimiento sectorial. Empezarse a conmover, que es moverse desde dentro.
Y tener ojo. Nosotras también sabemos de la utilización de nuestras reivindicaciones y demandas por parte del mismo poder que nos subyuga. Hemos visto a los ejecutores de la crueldad sosteniendo el cartelito del Ni Una Menos. Se han sumado a nuestras marchas sectores que sostienen este régimen de dueñidad –al decir de Rita Segato- que es lo mismo que decir de patriarcalidad despiadada. Pero calmar la incertidumbre con una racionalidad analítica de lo que por supuesto es evidente también para nosotras, no es surfear la ola. Es andar nadando perrito en el medio de un mar embravecido. Hay que tener ojo porque el machismo se reinventa. No sólo se viste del enemigo. A veces también se disfraza de progresismo, de impostura, de deconstrucciones de fachada, de la ñata contra el vidrio en un cafetín de Buenos Aires.
Ya nunca me verás como me vieras
Ahora que no los ven. Tal vez esta crisis tenga algo de identitaria y del lugar social que nombra y produce el estereotipo a seguir a rajatabla, la serie de preceptos rígidos, el alto precio de los privilegios que empiezan a perder naturalidad y aceptación. Quizás estemos en un momento en el cual la crisis abre la necesidad imperiosa de romper los mandatos poco evidenciados y cuestionados, transitando la real interpelación a correrse, a enfrentarlos no desde la culpa, sino con la responsabilidad que se necesita si es que realmente se quiere transitar este tiempo del feminismo.
Les compañeres de El loco Rodriguez (colectivo de filosofía y psicoanálisis) dicen “ni cómplices ni culpables”. La complicidad es un lugar del que se puede salir más fácil, vemos cómo muchos de ustedes han aprendido a romperla. Pero la culpabilidad hay que trabajarla sin adoptar la postura de victimarios que no han tomado la decisión de serlo, porque eso bloquea toda posibilidad de reflexión. La postura progre-culposa no habilita transformación alguna y no deja lugar a la creación de una posición situada, con un marco político que contenga las contradicciones a transitar en el aprender a.
Al mismo tiempo, este proceso no debe darse con bombos y platillos; no es necesario que ustedes, varones, estén a oscuras, pero sí es necesario que no estén en el centro de la escena. No sería saludable que eso ocurra mientras “dan la nota” de intentar deconstruirse. No se autocomplazcan en espectacularidades reflexivas de escenario para que alguna parte de la culpa patriarcal empiece a ceder.
La radicalidad es intransigente y es hermosa. Hoy en actos de justicia plena las pibas nos escriben las hojas de ruta: muchachos en los paneles hablando de ustedes mismos: no; muchachos pensando soluciones para feminizar la política sin asumirse en crisis: no; muchachos ensayando nuevas fórmulas de pólvora con soberbia y egocentrismo: no. Por favor, no.
Pero como la negación tampoco nos gusta y no es para nada nuestro mecanismo, nosotras tenemos algunas propuestas para compartirles: creemos en que tienen que feminizarse. Y no se trata aquí (sólo) de la orientación sexual, de la elección sobre con quién acostarse; esa obsesión por el control de las camas la vivimos y sufrimos nosotras: no la queremos repetir. Pensamos el feminizarse como el aprender otros patrones culturales y relacionales. Es, por ejemplo, el registro, el cuidado, la garantía emocional de los vínculos, todo lo que históricamente hemos hecho y hacemos las femeneidades. Es, tal vez, dejar de contabilizar amantes cual ganado y animarse a lo incontrolable del encuentro con le otre por fuera de los patrones aprendidos. Porque sí muchachos, también el patriarcado les enseñó las formas amatorias ¿y saben qué? no funcionan.
Feminizarse como búsqueda legítima frente a la crisis política de la masculinidad hegemónica: ustedes también perciben que la cosa tiene que cambiar porque así no va más, porque resistirse es una opción conservadora. Feminizarse porque el patriarcado duele; y que les quiten privilegios va a partirles la cabeza, pero será mejor partida que podrida por la formación de siglos en estereotipos, mandatos y pensamientos dicotómicos, binarios. Feminizarse y transitar todos los tonos de grises, saber que no hay certezas absolutas y que si llegaran a tenerlas estarían equivocados, otra vez.
Nosotras podemos acompañar todo esto porque también lo necesitamos: que hagan, que se la jueguen, que rompan esta escena y se animen a crear otras. Otros relatos. Otros tangos.
Fuerza canejo, sufra y no llore, que un hombre macho no debe llorar
Y acá estamos, en los últimos compases de un tango a contramano. De un tango sudaca que marcha por la diversidad, como canta la gran Susy Shock. De un tango que nos deja bailar a todes. “Es un tango putx, es un tango torta, es un tango trava y es un tango trans”.
De algo estamos seguras: a la revolución la vamos a hacer bailando una melodía que nos incluya. Y para eso, compañeros, hay que desaprender. Nosotras, de chiquitas, aprendimos a llorar. Y el llanto no nos impidió nunca organizarnos en la queja, en la batalla, en el salir afuera de nosotras mismas. Aprendimos nuevas formas de belleza. Aprendimos que la feminidad no es sinónimo de debilidad sino que puede ser fortaleza colectiva. Al mismo tiempo aprendimos a desarmar y renegar de esa feminidad que nos construyó, a romper los corsés y corpiños para construir nuevas formas de habitarnos. Tenemos de ejemplo a las libertarias, a las sufragistas, a las madres, a las revolucionarias de todo nuestro continente. Y como ellas, nos reconocemos hermanas en la misma lucha que nos parió y que nos une.
¿Qué tango vamos a hacer juntes, compañeros? ¿No habrá de ser uno que los deje llorar? ¿Uno que no los obligue a marcarnos los pasos? ¿Uno que cuando diga muerte al macho los haga capaces de leer la metáfora? ¿Uno que le encaje 34 puñaladas a cada mandato que les susurra desde niños ser los más visibles, los protagonistas, lo héroes de toda historia? ¿Uno que les permita, de vez en cuando, disfrutar de la belleza del baile de otres? ¿Uno que pueda ser canción de protesta ante los privilegios y sus precios?
¡Qué tango vamos a hacer compañeros! Sólo es cuestión de aceptar ser parte de una orquesta que no dirigen. Sólo es cuestión de armonía. Sólo es un poco más empatía en los acordes diversos. Sólo es animarse a bailar, inciertos, desnudos, carentes de verdades crueles, vestidos de las preguntas que los empiezan a atravesar.