Entre homenajes al Papa Francisco y denuncias de violencia institucional en Tucumán, nos preguntamos: ¿qué dolores conmueven a nuestra humanidad y cuáles preferimos ignorar? Una reflexión urgente sobre la ética, el poder y los cuerpos vulnerables.
Las noticias de Semana Santa en Tucumán y en el país se paralizaron ante la muerte del Papa Francisco. Su relevancia excede la de la comunidad de fieles y marca la relevancia geopolítica del Papa. Desde Lali Espósito, los mandatarios de todos los países hasta aquellas personas históricamente no interesadas en la espiritualidad, todo el mundo sumó sus palabras de despedida del sumo pontífice.
Con una clara perspectiva humanística y en diálogo con la doctrina social de la Iglesia, Francisco sostuvo una crítica contundente al capitalismo salvaje y los efectos deshumanizantes, como así también sostuvo una mirada intercultural en defensa de los más vulnerables y del medio ambiente. En términos teóricos y políticos el Papa sostuvo una concepción ética y relacional de la humanidad que se opone al individualismo mercantil.
El Papa humilde, el papa reformista, el defensor de los pobres, estas y otras tantas expresiones tienen como correlato un trabajo teórico sostenido desde el Vaticano como la publicación de la encíclica “Laudato SI, sobre el cuidado de la casa común” en 2015, en la que expone un posicionamiento de ecología integral, vinculando estrechamente el cuidado del ambiente con el cuidado de las personas. Particularmente me interesa retomar un aparto, el 127 en donde se habla sobre el bien común y el rol del Estado:
“El bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de defender y promover el bien común.”
Las millones de reacciones en torno al fallecimiento del Papa nos hace pensar que parte de su mensaje llegó efectivamente al corazón y la conciencia de muchas personas. Pero también es lícito pensar que quizás en algunos sectores se reproducen rituales sin vincular necesariamente los sentidos que expresó el Pontífice. Conviven en nuestra comunidad los pesares sobre la partida de Francisco, las publicaciones protocolares por el Papa Argentino y la inacción frente a la violencia que viven las personas que nos rodean.
En Argentina vivimos una escala de la violencia entre ciudadanos, una legitimación de la violencia verbal y simbólica por parte del Estado. El presidente Javier Milei gusta de agredir en redes sociales a artistas, a periodistas y cualquier grupo que se oponga a sus ideas. El mismo Papa Francisco fue catalogado como “zurdo”, “imbécil” y “el representante del maligno en la tierra”.
Además de violencia verbal, vimos cómo las fuerzas policiales avanzaron reiteradamente en ejercer violencia sobre quienes protestaban, incluso cuando esas personas eran adultos mayores, adolescentes y personas en evidente estado de vulnerabilidad.
La semana pasada el Comité Nacional para la Prevención de la Tortura sesionó en Tucumán, y como resultado de ello instó a investigar la violencia policial y la situación carcelaria. Vivimos un tiempo en donde el odio hacia las personas privadas de su libertad se promueve en redes sociales. Algunas personas celebran la muerte de los presos, festejan situaciones de tortura en las cárceles y comisarías, y festejan “el trencito”, el nombre que en barrios populares de Tucumán se le puso a los operativos de la policía.
No se sabe con certeza por qué eligen ciertos barrios y no otros, nunca llegamos a enterarnos cómo es posible que se detengan a personas sin cumplir con los protocolos que marcan las leyes vigentes. Esto sucede no solo por decisión policial, sino también porque hemos corrido socialmente los límites de lo aceptable. Los presos, los pobres, los villeros, todos ellos son un otro al cual no solo sacamos de ese conjunto que identificamos como un nosotros, sino que también les quitamos humanidad.
¿Qué nos duele como humanidad? ¿Cuáles son las víctimas que nos generan empatía? ¿Qué formas de dolor nos resultan inaceptables a todos, o por lo menos a la mayoría de los tucumanos?
No podría hacer una estadística, no me gustaría dar números falsos. Pero según la experiencia reciente y el día a día en territorios digitales, seguramente alguien de nuestro entorno familiar, alguien de nuestro grupo de amigos o de trabajo sostiene un goce en base a la violencia que sufren otros. Disfrutan pensando que los presos serán abusados en las cárceles o que las víctimas de los trencitos serán golpeados y detenidos por la policía. Y esto nos debería ocupar de modo urgente.
¿Qué nos duele como humanidad? ¿Cuáles son las víctimas que nos generan empatía? ¿Qué formas de dolor nos resultan inaceptables a todos, o por lo menos a la mayoría de los tucumanos? El mismo día que nos enteramos de la muerte del Papa Francisco se viralizó una denuncia de un grupo de adolescentes de Tafí Viejo. Un video donde se escuchan los gritos ante la violencia policial, fotos del rostro de un joven golpeado y el relato de quienes lo vivieron. En esa denuncia se da algo que en otros operativos no aparece: la posibilidad misma de denunciar y elaborar un relato frente a la violencia vivida. ¿Cuántos golpes y humillaciones en los barrios populares de Tucumán quedan en el olvido?
La legitimidad sobre la violencia institucional en última instancia es social. Tanto por acción u omisión. En estos días revivieron múltiples imágenes y videos sobre las acciones concretas del Papa Francisco. Como el lavado de pies a los presos en Jueves Santos, la recepciones y el diálogo con pueblos originarios y el llamado a la juventud a hacer lío. ¿Que diría el Papa Francisco sobre la situación que vive la comunidad Indio Colalao quienes el domingo de Pascuas se enfrentaron al desalojo de sus animales y del territorio que habitan hace 180 años? ¿Cuál sería su reacción ante la violencia de la policía en los barrios populares? ¿Cuál sería el trato hacia las personas LGBT de la provincia?
La liturgia, el conjunto de ritos y prácticas que expresan las creencias de una comunidad, no está desprovista de posicionamientos éticos. Las misas no son en vano, el silencio cómplice y el goce sobre el sufrimiento de ciertas personas es contradictorio a la doctrina social de la iglesia. Y es la base moral del desarrollo concreto del capitalismo salvaje.
La muerte de un Papá conmociona. Por la investidura . Por qué se trata del jefe de la Iglesia Católica con todo lo que ellos significa. Pero también está el hombre y en este caso si miró a todas las personas y tuvo un discurso amoroso en el sentido pleno.
Por otro lado y simultáneamente está el día a día cada vez más violento al que se refiere la nota de Bruno .Lo más preocupante es la normalización de la violencia..A los más débiles no les queda opción pero los que gozamos de ciertos privilegios tenemos la obligación de no hacerlo y por lo menos incomodar a los que la ejercen. Seamos coherentes : lloremos a un Papá y trabajemos para poner en práctica sus palabras.
EXCELENTE NOTA .