“La chica que ayuda en casa” es una trabajadora precarizada

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Una mano de una persona marrón, pegando un stiquer en una vidriera callejera, que dice la frase “Pagar aportes deconstruye” Identidad Marrón. @Identidad Marron callejeando en el Encontrolazo 2019. EPMLTTNB de La Plata.

El 22 de julio es el Día Internacional del Trabajo Doméstico. Esta fecha se estableció en 1983 en Perú durante un encuentro feminista lationoamericano, con el objetivo de visivilizar la falta condiciones de trabajo dignas, la falta de leyes y la discriminación que viven las personas que realizan esta tarea. 

En nuestra sociedad aún están vigentes los estereotipos de género en la distribución del trabajo. Funcionan como reglas implícitas que hacen qué, por ejemplo, el 98% de las personas que trabajan en este rubro sean mujeres. Más aún, existe otra característica que no está cuantificada de cifras oficiales pero si está presente: las mujeres racializadas son gran parte de este grupo. Si bien no hay datos sobre la distribución del trabajo y las etnias, en ciertos trabajos hay mayoría de personas no blancas y en otros mayoría de personas blancas. 

Mujeres precarizadas y racializadas llevan adelante el mantenimiento de la casa, con todo lo que eso implica. En nuestro país desde el año 2013 rige la ley 26.844 de régimen especial de contrato de trabajo para el personal de casas particulares que establece derechos básicos y criterios en cuanto a horas de trabajo por día, descanso para las persona que viven en las casas donde trabajan y también un régimen particular para adolescentes de entre 16 y 18 años que trabajan en casas particulares. 

La Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares (CNTCP) es el ente encargado de fijar periódicamente cuánto debe ser el salario mínimo de las trabajadoras domésticas. La naturalización del trabajo informal, más aún de aquellos que tienen que ver con las tareas de cuidado y donde participan mujeres racializadas, construye un universo de sentidos complejo de desarmar. 

En este sentido, Sandra Hoyos, licenciada en Política Social, docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento y activista de Identidad Marron nos comparte: 

“Las personas que realizan el trabajo  doméstico de forma remunerada son mujeres de sectores empobrecidos que tienen los mayores niveles de precariedad, sin reconocimiento a los principales derechos laborales como ser vacaciones pagas, seguro, aguinaldo, licencia por enfermedad, etc. Para nuestros feminismos es urgente hablar de esto, estamos poniendo en cuestión la distribución del cuidado en las tareas que producen y reproducen la vida, en reclamo de una Ley Integral de Cuidados. Y por ello necesitamos estrategias para una mayor jerarquización y delimitación de las tareas que se llevan adelante, que se ponga en cuestión el no acceso a derechos de todo el sector que cuenta con una legislación que no se cumple. Muchas veces son las mujeres quienes tercerizan ese trabajo hacia otras mujeres. 

En los medios de comunicación podemos ver como la representación de estas trabajadoras, que es étnica y asociada a personas que no son blancas. Podemos identificar que los sectores más pobres tienen un color étnico que no es blanco, por toda nuestra historia. La valorización de las tareas se tiene que traducir en un reconocimiento monetario.”

“Es caro”, “ no lo puedo pagar”, “es como de la familia”

Miles de personas realizan acuerdos de trabajo con trabajadoras domésticas. Familias con grandes casas que cuentan con empleada “cama adentro”, familias que buscan mujeres para que cocinen, laven, planchen y cuiden a sus niños durante 8 horas al día. Personas que viven solas y llaman una vez por semana a una mujer que limpie su monoambiente o deptos pequeños y un sinfín de acuerdos que varía según cada persona y grupo familiar. 

Quien escribe, más de una vez llevó adelante ese tipo de acuerdos. Siendo nieto de trabajadora doméstica me costó hablar, preguntar y contratar a una persona para que limpie mi casa. Cuando pregunté cuánto costaba este trabajo me dieron respuestas distintas, la sensación de estar pagando mal fue constante. Pero como tenemos internalizado un cálculo capitalista, generalmente terminé pagando lo mismo que pagaba la persona que me recomendó a la trabajadora doméstica. 

Finalmente nunca pude sostener ningún vínculo laboral por más informal que sea. Alguna vez me pregunté a  mí mismo “¿cuánto cobraría yo por limpiar el cuarto, la cocina y el baño de un desconocido? ¿Cuánto vale limpiar el inodoro de otra persona? ¿Cuánto vale cocinar y dar de comer a bebes y niños?”. Como trabajador monotributista me respondí: depende el mes, depende la persona y, sobre todo, depende la urgencia económica. 

Sucede que los trabajos que no están reglados de hecho, se reglamentan según las voluntades y las contingencias, es decir, por la voluntad de quienes contratan y por la necesidad de las mujeres. Conscientes de eso, muchas familias de alto poder adquisitivo buscan a trabajadoras domésticas en el interior de las provincias, en zonas rurales,  porque saben que la necesidad es grande y allí pueden establecer criterios que siempre son abusivos y desiguales. 

En muchos casos, luego de años de trabajo la persona que limpia pasa a ser alguien querido dentro del grupo familiar, muchas personas la refieren como “parte de la familia”. Pero el cariño no es cuantificable y sus beneficios no son  tan claros ni garantía de derechos como un régimen jubilatorio, y a veces ese cariño se disipa cuando el cuerpo de una mujer trabajadora no puede viajar en colectivo a diario y sostener 6 u 8 horas de trabajo. Incluso en la situaciones en las que el cariño convierta de hecho a una trabajadora doméstica en parte de la familia, es necesario poder reconocer derechos, porque los derechos laborales construyen ciudadanía y la ciudadanía marca límites a las formas de dominación que el cariño a secas no lo hace. 

Estamos en tiempos de desandar caminos, de deconstrucción de los mandatos del género, de los estereotipos y los roles. Y en este sentido desde Identidad Marrón se dice con firmeza “pagar aportes deconstruye”.

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