Hace pocos días Oriana Sabatini subió a su cuenta de instagram un video donde muestra su cuerpo “tal cual es”, junto a un texto donde relata que por más de 10 años vivió con trastornos de alimentación. Desde el Activismo Gordo, un movimiento que surgió hace más de 10 años y reivindica la diferencia de los cuerpos, vienen abordando este tema en las mismas redes sociales pero sin la aceptación y la empatía de la sociedad, incluso sufriendo constante hostigamiento por quienes relacionan de modo directo obesidad/sobrepeso/gordura con enfermedad. ¿Por qué la palabra que proviene de cuerpos gordos no es tan bien recibida como aquella que se desprenden de cuerpos hegemónicos?
En la primera foto se puede ver a Sol Cardiello hace un año, mostrando y gritando las violencias vividas en un talle único. Los comentarios que recibió fueron sobre el estado de su salud y mucha violencia. En la segunda foto, se puedever a la instagramer Jime agarrandose la cintura, de la misma manera que la anterior. Los comentarios hablan de “valor”, “amor propio”, “belleza”.
La publicación de Oriana causó revuelo en las redes sociales. Más de 8 millones de reproducciones hicieron de este uno de los tópicos de la semana en cada programa televisivo. Miles de personas pusieron una vez más su mirada sobre los cuerpos y la comida repleto de hashtags como aceptación, autoestima, amor propio, body positive.
Cuando personas gordas muestran imágenes positivas sobre su cuerpo, todo el mundo parece saber de medicina, de colesterol, de diabetes y un sinfín de patologías comúnmente vinculadas con “la obesidad”. En cambio, cuando una persona se muestra consumiendo tabaco, o incluso erotizando la práctica de fumar, no existe ese mismo ensañamiento a esbozar argumentos sobre la salud o sobre la apología al consumo de tabaco. Para la moral educada en un binomio flaco=bueno, gordo=malo es más escandaloso ver a una persona gorda mostrar su panza en las redes sociales que ver a una persona promover el consumo de tabaco públicamente, siendo el tabaquismo la causa de muerte de más de 8 millones de personas por año.
Las redes sociales, además, censuran constantemente las cuentas de quienes muestran sus cuerpos gordos como forma de militancia, como una forma de negar e invisibilizar su existencia bajo el amplio argumento de “contenido indebido”.
Suele ocurrir también que nos encontramos con una persona que bajó de peso, y lejos de activar el ojo de médicos clínicos, surgen de nosotros una serie de adjetivos positivos, halagos y felicitaciones, sin saber si la pérdida de peso es resultado de alguna enfermedad o de un malestar por el que transita esa persona. Para nuestro sentido común, estar flaco parece ser siempre una buena noticia.
Si aceptamos esta distinta vara, podemos decir con claridad que lo que molesta no son los problemas de salud de los cuerpos gordos, sino los cuerpos gordos en sí.
El vínculo entre nuestro cuerpo está mediado de discursos, de acciones y de relaciones de poder. No es casual que durante esta época de pandemia, en vez de poner la mirada sobre la comida, la industria de la alimentación, la procedencia de los paquetes que abrimos para cocinar, el daño que genera a nuestra salud ciertos productos o la situación de hambre que viven miles de personas, un debate recurrente sea el de la obesidad. “Los kilos demás de la cuarentena” son el árbol que tapa el bosque.
El mismo modo de vida capitalista e industrial que genera hambre en millones de personas a lo largo del mundo, genera también patologías, enfermedades y el canon de los cuerpos correctos. Usando a esas patologías como chivo expiatorio, como problemas del vínculo entre las personas y la comida.
Flavia Costa[1] llama “dispositivo fitness” al entramado de discursos y prácticas que se promueve como el camino correcto para nuestros cuerpos:
“Lo que se inventa es el cuerpo como superficie de aparición y como alter ego. “To fit” en inglés, significa “quedar bien”, “encajar”, “ajustar”, “cuadrar”, “caber”, ser digno de algo, ser adecuado para algo, estar “en condiciones”, “apto para” un trabajo o una tarea. Y tiene que ver con las exigencias hacia el cuerpo para que “encaje” en el nuevo régimen de aparición-espectáculo. El cuerpo ya no es abordado principalmente como valor de uso ni como valor de cambio (es decir, como fuerza de trabajo), sino como valor de exhibición, y en tanto tal se le extrae una nueva plusvalía.
Pensar en lo que nos costó conseguir los alimentos, pensar en el origen y el negocio que los alimentos que llevamos a nuestra boca tienen. Pensar en el tiempo que nuestro tipo de vida nos deja para poder cocinar y comer. Pensar nuestro cuerpo como identidad, como territorio propio, como hogar. Todas esas ideas alejan, cuestionan y ponen de manifiesto los problemas que como sociedad tenemos en cuanto a los cuerpos y la comida.
Mientras muchos de nosotros seguimos preocupados por “los kilos de más”, los entramados sobre la alimentación, los estereotipos de belleza y el mercado siguen afinando sus intervenciones en nuestras redes sociales, en nuestra comida, en nuestras camas y nuestra mente.
Dialogar por fuera de los discursos patologizantes ya transitados quizás nos ayude a imaginar otras respuestas a estos temas. Gordo el que escribe, gordo/a el/la que lee.
[1] Costa, F. (2008) El dispositivo fitness en la modernidad biológica. Democracia estética, just-in-time, crímenes de fealdad y contagio [En línea]. Jornadas de Cuerpo y Cultura de la UNLP, 15 al 17 de mayo de 2008, La Plata. Disponible en Memoria Académica: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.647 /ev.647.pdf