En el día de la primavera y de los y las estudiantes me senté a ver historias en redes sociales, noté como se multiplicaron al infinito los filtros con coronas de flores y lo que es ya una clásica estética de cuentos de hadas. Colores claros, ojos verdes o celestes y rostros absolutamente blancos abundan en los perfiles. Lo que usted está por leer no forma parte de un análisis especialista en redes ni de un usuario ávido en entornos digitales, son solo aportes desde un usuario marrón que habita con cierto grado de ingenuidad las redes, y vé que los rostros marrones rara vez aparecen en las redes.
El ideal de belleza ya no se construye exclusivamente desde los medios masivos de comunicación y las publicidades, no solamente está la tapa de revista semanal con cuerpos irreales, sino que tenemos un serie de performance y de proyecciones de belleza que cada usuario/a puede reproducir autónomamente desde sus cuentas. Luego del filtro, también se puede proceder con el recorte de nuestros cuerpos con cualquier app de edición, achicamos el abdomen y tapamos todo lo que creemos debe ser tapado con algunos brillos alrededor. A simple vista pareciera que todxs somos más lindxs con uno que otro filtro, ¿no. ¿Qué más podemos decir de nuestra belleza de filtros?
En nuestra era rige el refrán de “una imagen vale más que mil palabras”, por eso resulta indispensable poder reflexionar y mirar de modo crítico cuáles son las imágenes que generamos, de qué herramientas nos rodeamos y qué estamos comunicando cuando generamos contenidos.
Las herramientas para pensarnos son múltiples, una opción posible es poner a dialogar estas reflexiones con la educación sexual integral. Sencillamente porque la ESI es una propuesta pedagógica que promueve el ejercicio de los derechos y la construcción colectiva de sentidos.
Lejos del nokia 1100
Para empezar a pensar desde la ESI, es necesario dejar atrás nuestro propio filtro adultocentrista, ese prejuicio inculcado que nos dice que todo tiempo pasado fue mejor o que antes no había problemas como los que hay ahora en relación a redes.
Durante la década del 2000, en la prehistoria de los celulares, también existían modos de ser, parecer y representarse ante los demás. Alcanza con buscar en la memoria ese pin, ese parche o ese peinado que me identificaba como parte de una onda, como seguir de alguna banda y como parecido a ciertas personas.
Parecer y representarnos de otros modos está desde siempre, es parte de nuestra humanidad, lo nuevo es la posibilidad de una existencia virtual con muchas más herramientas que un poco de maquillaje o un pañuelo. Cada dispositivo cuenta con la posibilidad de editarlos, y generalmente, esa edición apunta sobre nuestra piel, y tiende todo hacia el ideal de cuerpo blanco.
Podríamos afirmar que ser bello, para millones de usuarios y para los soportes digitales, es sinónimo de ser un poco más claro, tener la piel más lisa e impoluta. Y no es cuestión de pensar que todo consumo es pasivo y sin agencia, ni mucho menos pensar que alejándonos del celular o pasando menos tiempo en redes se puede modificar en algo el modo en que en este presente percibimos lo bello. Todo lo contrario.
Remedios Zafra, desde España, nos habla de esto que se transformó en nuestro escenario cotidiano, nuestro cuarto propio-conectado. La autora traza puentes entre el cuarto propio que propone Virginia Wolf y lo piensa en el contexto de cultura-red. No podemos seguir creyendo que la virtualidad sólo genera riesgos para los usuarios, ni tampoco pensar que toda performance digital es solo un juego o arte sin más.
Tenemos a disposición una potencia creativa quizás como nunca antes en la historia. Y entonces la respuesta a aquellos riesgos es la posibilidad de transformar las redes. Respecto a la posibilidad de construir una mirada colectiva que refleje nuevos sentidos, Zafra dice: “Como en todo pacto simbólico, no basta con la voluntad individual de transgredir el pacto (ya sea en las pantallas o en el cara a cara). Un cambio simbólico precisa de una revolución colectiva, enfatizo: colectiva; la ideación de nuevas figuraciones capaces de inspirar y contagiar otros imaginarios posibles o revisar los clásicos; una revolución que de manera necesaria exige la intervención profunda en las industrias creadoras de imaginario y visualidad, la puesta a prueba de su capacidad de contagio. En este sentido, Internet sigue siendo el mejor instrumento para dicha tarea, pues disemina el poder de intervención y contagio en cada uno de nuestros cuartos propios conectados.”
¿Qué tiene que ver la ESI?
Sin querer caer en psicologismos ni reduccionismos de ningún tipo, es claro que nuestro vínculo con la imagen digital está mediado de nuestra construcción identitaria, y del modo en el que nos relacionamos con otras personas. La afectividad, el cuidado del cuerpo y la salud, la perspectiva de género, el ejercicio de derechos y la diversidad son 5 los ejes conceptuales planteados allá en el 2008 para trabajar ESI en las aulas.
A 15 años de la aprobación de la ley 26.150, de Educación Sexual Integral, pudimos corroborar que no solo necesitamos trabajar “en las aulas” ni exclusivamente con niños, niñas y adolescentes, sino también con la sociedad toda.
La ESI como política pública es capaz de generar espacios para promover estas nuevas miradas colectivas. La diversidad es mucho más que el pride o el orgullo LGBTIQ, también hay cuerpos racializados que viven en constante estigma y discriminación. Hay activismos de la diversidad corporal que están siendo constantemente bloqueados y restringidos en las redes, que parecen manejar un criterio cis-blanco-hetero-flaco para realziar las normas comunitarias.
La perspectiva de género se actualiza en cada comunidad, en cada fandom, en cada grupo de personas que comparte y genera códigos virtuales, y contenidos de humor y de todo tipo.
El cuidado del cuerpo y la salud también debería incluir los debates en torno al racismo estructural que vive nuestro país y poder hablar de cuerpos marrones, de la belleza marrón, de nuestros ojos, de nuestro ser de otro modo que no es ser blanco.
Y el ejercicio de nuestros derechos puede ayudarnos a hablar de ciudadanía digital, de activismo, de imágenes y representaciones contrahegemónicas y de formas de mostrarnos que muevan los sentidos arraigados.
Solo para concluir con mas preguntas, y en ese ejercicio constante de salir de lo preconceptos, de quienes crecimos cantando “el ojo blindado que me has regalado, me mira mal”, y ahora pensamos que hay otros ojos y otros blindajes sobre los cuales detenernos a pensar: ¿Cuántos espacios colectivos y cuidados tuvimos en nuestra vida para hablar sobre nuestra propia imagen? ¿Podemos construirlos en la virtualidad? ¿Quienes estipulan las normas de cada red y cómo podemos los usuarios tener incidencia directa sobre eso? ¿Quienes no están performando el criterio hegemónico de belleza en estos momentos? ¿Podemos ensayar miradas regionales sobre lo bello y sobre nuestros cuerpos?