“Dar volta por cima”; ocurrencias sobre la obra de Alfredo Frías

La artista y docente Carlota Beltrame propone una reflexión alrededor de la producción pictórica contemporánea, a partir de una mirada sobre la obra del artista tucumano Alfredo Frías, quien reside en Ciudad de Buenos Aires.

Por Carlota Beltrame

Comencemos por una pregunta, ¿por qué todavía pintar o dibujar? En efecto, durante muchos siglos, a las disciplinas tradicionales como el dibujo y la pintura (pero también la escultura) se les ha atribuido la mímesis como rol inmanente desde la cual el espectador debía comenzar para poder inferir una idea-otra, que siempre se hallaba por fuera de la obra. Pero, como sabemos, a partir del S XX las cosas cambiaron y el sentido del arte se apoyó en sus potencialidades interpretativas más que en las destrezas desarrolladas para darle lugar al arte. Desde que la fotografía fuera creada, pero quizás más aceleradamente desde la expansión del campo escultórico, aquellas disciplinas fueron tentadas a explorar y a ocupar posiciones ampliadas aceptando como un gran desafío el hecho de que éstas nunca más se hallarían limitadas por las condiciones de un medio en particular. Entonces, cuando pensamos que más allá de la mera mímesis, que más allá de la mera representación, el arte es la idea, ¿por qué insistir en la práctica de “un medio en particular”? Quiero decir, ¿por qué insistir pintando sobre tela o dibujando sobre papel? Y más aún, ¿por qué hacerlo en términos de figuración, ahora que la obra oculta de Hilma af Klimt ha salido a la luz para renovar nuestro encantamiento ante el arte abstracto, cuya forma es el mensaje?

Después de todos estos cambios, en los que la retirada de dios señala el momento de un nuevo comienzo, dibujar y pintar como lo hace Alfredo Frías parece el resultado de una melancólica obcecación. Quizás lo sea, pero en este punto es preciso aclarar que la permanencia voluntaria en los lugares comunes es tanto un desafío a la imaginación como un acto de resistencia. Sólo así comprenderemos que la obra de Alfredo actúa como un señuelo pues, ajena a las estrategias del arte conceptual anglosajón hegemónico que deja poco lugar para la intimidad de la mano, nos demuestra que la figuración no ha muerto y que, incluso, puede formar parte de los conceptualismos contemporáneos.

Permítanme citar a Luis Camnitzer y a su idea de que el arte conceptual no se define exclusivamente por la hibridez de la forma, su reduccionismo, su desmaterialización o su textuación, su contenido o sus materiales y soportes, sino (y ante todo) por las estrategias de los procedimientos creativos y la materia con los que trabaja el artista. Asimismo, permítanme también hacer mención del hermoso y reconocido texto de Giorgio Agamben, ¿Qué es ser contemporáneo” (2008):

La “contemporaneidad” respecto al presente, es una desconexión y un desfasaje. Pertenece verdaderamente a su tiempo, es efectivamente contemporáneo aquel que no termina de calzar ni se adecua a sus pretensiones, siendo por ello, inactual. Justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, es capaz, más que el resto, de percibir y de aferrarse su tiempo.

Estos autores (el uno proveniente del mundo de las artes visuales, de la filosofía el otro), nos llevan de la mano para entrar en el aspecto más interesante y complejo de la obra de Alfredo ya que a pesar de su permanencia en las disciplinas tradicionales del dibujo y la pintura, puede sortear airoso aquella abrumadora nostalgia por el oficio y el relato que tantas veces nos toma por sorpresa imposibilitando toda cognición sobre el poder y la violencia que reinan en el mundo. Junto a esos autores, o más bien, merced a su pensamiento, comprendemos que tanto Kavafis como la Hermandad Prerrafaelita constelan en la rica genealogía que anima el trabajo de Alfredo Frías porque él mismo ha decidido visitarlos y porque en la “inactualidad” que estas amorosas visitas presuponen, no sólo se consolida una paradójica y rabiosa y contemporaneidad, sino también (y esto es menos evidente todavía), el compromiso con lo político que implica una declaración de soberanía sexual de los cuerpos, en los que se agazapan la otredad y la diferencia.

Es curioso es constatar que, cooptado por las estrategias que lo hacen meramente rentable, el mercado del arte contemporáneo busca determinar los grados de “contemporaneidad conceptual” con los que un objeto artístico es habilitado como bien de consumo material. Por esta razón, la inútil y obcecada tenacidad de una obra disciplinar, termina por otorgarle un valor intrínseco de resistencia dando volta por cima al capitalismo absoluto que todo lo convierte en mercancía y porque, es precisamente negando las formas que hegemonizan la escena artística, como la obra de Alfredo Frías, sigue habilitando un lugar para la utopía.

Retrato de Florencia Qualina. Acuarela sobre papel. 35 x 50 cm. 2019
Alfredo Frías, “Retrato de Florencia Qualina”. Acuarela sobre papel, 35 x 50 cm. 2019.

“Dar volta por cima” es una expresión en portugués que significa “salir de una encerrona, superar un escollo físico o conceptual”. La “contemporaneidad” respecto al presente, es una desconexión y un desfasaje. Pertenece verdaderamente a su tiempo, es efectivamente contemporáneo aquel que no termina de calzar  ni se adecua a sus pretensiones, siendo por ello, inactual. Justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, es capaz, más que el resto, de percibir y de aferrarse su tiempo.

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