Ivana Acevedo es una vecina de Tafí Viejo. El domingo al mediodía subió un video en sus redes sobre una situación que la obligó a pasar gran parte de su mañana en una comisaría de la ciudad.
Todo comenzó cuando Ivana cruzaba la calle para comprar pan, mientras su familia la esperaba en casa. Un hombre detuvo su andar para decirle obscenidades. Ella le respondió y le pidió que deje de hacer eso, pero lejos de encontrar disculpas en ese momento el hombre empezó a insultarla mientras subía a su automóvil. A los gritos de “Anda puta, puta de mierda”, el acosador intentó iniciar su retirada cuando justo pasó la policía del municipio e intervino.
La situación concluyó, por ahora, en la comisaría tomando declaración a ambos. Pero Ivana debe volver a ratificar la denuncia, la policía tiene que investigar, revisar cámaras y entrevistar a testigos. Una mañana tranquila en familia para una mujer que salió a comprar pan se convirtió en un largo proceso, porque en este caso ella decidió responder a la violencia que implica los comentarios lascivos sobre su cuerpo por parte de un desconocido.
La denuncia fue tomada siguiendo la ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres, en donde se establecen tipos y modalidades de violencia. Desde hace muchos años, en Argentina y en el mundo se vienen denunciando la violencia en el espacio público como el acoso callejero. En el video donde cuenta lo sucedido, Ivana invita a todas las personas a involucrarse en este asunto, a fin de cuentas todos estamos en la vía pública y muchas veces somos testigos silenciosos de esta práctica.
El acoso callejero en el mundo
La violencia hacia las mujeres en el espacio público sucede en todos los continentes, desde hace décadas organismos internacionales vienen realizando un trabajo para analizar, investigar y generar respuestas a este problema. Según la última encuesta internacional realizada por Ipsos junto a L oréal Paris, en Argentina el 91% de las mujeres vivió por lo menos una situación de abusos callejeros en su vida. En Ciudad Autónoma de Buenos Aires se sancionó una ley contra el acoso callejero número 5.742, allí se penaliza el acoso y se tipifica las prácticas que caen bajo esta denominación : los comentarios sexuales, las fotografías y grabaciones sin consentimiento, el contacto físico indebido y sin consentimiento, la persecución y el arrinconamiento, la masturbacion, mostrar partes íntimas del cuerpo y realizar gestos obscenos.
En muchos países se sancionaron leyes y se llevaron a cabo distintas medidas para evitar el acoso callejero. Las normativas suelen tener como pena el pago de una multa, la realización de trabajo comunitario y en muy pocos casos la prisión. Es muy difícil pensar que la respuesta a un problema cultural tan arraigado venga de la mano del derecho penal que pocas veces ha dado respuestas eficientes a la violencia por motivos de género.
En muchas ciudades del mundo el acoso se vive en trenes y subtes. En Río de Janeiro, Tokio, Egipto, México y otros se dispusieron vagones exclusivos para mujeres como un modo de dar una respuesta a los reclamos. Pero es imprescindible entender que no hay una sola medida que pueda frenar esta práctica sino que es necesario políticas integrales y un acompañamiento de la sociedad.
Separar a las mujeres en un vagón implica, además, el mensaje de que desistimos de modificar la conducta de los hombres en el tren. Y genera muchos otros problemas en concreto, por ejemplo, ¿qué pasa con las mujeres que por decisión o error se suben a otros vagones? ¿Cómo se educa a la sociedad para concientizar e intervenir ante estas situaciones de abusos en la vía pública? ¿Dónde deberían viajar las personas del colectivo LGBTI?
Un tema cultural que afecta la salud mental
Le consultamos a Agostina Tosi sobre este tema, ella es psicóloga y activista.
¿Cómo explicamos el acoso callejero? ¿Por qué decimos que es violencia?
El acoso callejero es una modalidad de violencia, porque así incluso su nombre lo indica. Cuando hay acoso estamos hablando de conductas violentas. Es importante acudir al nombre y a la manera de decir y de significar las cosas porque durante muchísimos años, ha sido siempre mal llamado piropo. El piropo existe, por supuesto, es aquello que existe en la esfera del consentimiento, entre personas en las que hay confianza construida. Solo en ese contexto es válido el piropo.
El acoso se trata de otra cosa, en donde la persona que recibe el comentario no es un interlocutor válido, no es una persona que esté ahí ubicada en carácter de sujeto y de sujeto de derecho, sino muy por lo contrario, es únicamente un objeto depositario del comentario sexista del otro.
¿Crees que todavía está invisibilizado lo que genera el acoso callejero en las mujeres?
Los micromachismos son los también llamados a veces violencias invisibles. No porque sea algo minúsculo ni poco importante, sino por la característica celular de la práctica. Es decir, celular en el sentido de que está muy inmiscuida, desvanecida y desdibujada en la esfera de lo cotidiano. Históricamente ha existido de una manera muy naturalizada, hasta bien vista y avalada la historia del mal llamado piropo, del acoso callejero, como una costumbre cultural.
Es importante tener presente esto no solo porque es una cosa casi de todos los días, de todas las personas, mujeres y disidencias que habitamos las calles, sino también porque televisivamente se nos ha enseñado a ser así. Recordemos, por ejemplo, algunos programas de la televisión, principalmente de la década de los 90, en donde reinaban las observaciones sobre el cuerpo puntualmente de las mujeres, la cosificación de los cuerpos de las mujeres, donde estaba puesto el foco sobre la mujer desde ese lugar. Algo clave porque resulta que eso ha ido delineando la manera de percibirse la autoestima. Es muy frecuente escuchar a personas que hasta el día de hoy sienten su autoestima un poco dañada de acuerdo a lo que le gritan o no le gritan en la calle, de acuerdo a lo que le dicen o no le dicen en la calle.
Toda violencia tiene sus injerencias en el campo de la salud mental, porque ningún acto violento, micro o macro es sin consecuencia subjetiva. Y también consecuencia social, por supuesto, todo interfiere en la subjetividad cuando de violencia se trata. Nos pase o no nos pase en primera persona, es una problemática social y cultural, el problema de la violencia sexista. No pronunciarnos y no decir nada nos convierte un poco en cómplices.
¿Qué podemos decir sobre las conducta de los varones o de los grupos de varones que acosan?
Creo que hay algo de las masculinidades que se sienten un poco contrariadas o atacadas cada vez que sucede alguno de estos actos. Imaginemos un grupo de pibes, pasan unas chicas, les gritan alguna cosa y capaz que alguno de estos pibes se siente incómodo frente a eso que ha hecho su compañero, sin embargo participa desde la risa, el chiste sexista, de una cosa que finalmente hacen los hombres en general.
Los hombres blancos cisgéneros heterosexuales, que tienen estas conductas, son conductas que las tienen para sí mismos, eso es otra cosa que hay que rescatar acá. Es una descarga para la demostración del poder. Te digo algo no solamente porque quiero, sino también porque puedo. El resto de las personas que no acosamos a la gente, podemos mirar y pensar muchas cosas, pero no andamos opinando sobre el cuerpo del otro.
Las personas que tienen estas prácticas lo hacen no solamente porque quieren, sino porque hay una sociedad que lo habilita, hay un patriarcado que lo aloja. Hay un punto clave del por qué a veces, los hombres o las masculinidades de este estilo tienden a no pronunciarse, a quedarse callados cómplices y a no decir nada. Por temor a que tambaleé la propia masculinidad y siempre ese temor es frente al otro. El temor de que se ponga en cuestión mi masculinidad delante de mis amigos, delante del otro. Porque si digo que no está bueno, entonces me van a decir que yo no soy lo suficientemente macho, que si acaso a mí no me gusta, empiezan a ponerse en juego también todos estos cánones de masculinidad del cómo deber ser hombre hoy.
Cada vez que una mujer decide levantar la voz y no dejar pasar la situación de acoso se inicia un camino que reabre el debate. Pocas veces, como en el caso de Ivana, se llega a contar con intervención de la ley, en la mayoría de las situaciones la violencia queda en el silencio.
Quienes son víctimas cargan con la tarea de sobreponerse, a la vez que desarrollan cientos de estrategias para evitar estas situaciones, que siempre suceden. ¿Cuántos crímenes como el de Paola Tacacho tendremos que presenciar para que el Poder Judicial tome cartas en el asunto ante denuncias de acoso? ¿Qué diremos en nuestros grupos de hombres, en nuestras familias y en las crianzas sobre el acoso callejero? ¿Cuántas personas trabajan hoy en los tres poderes del Estado para dar respuesta a esta realidad?