Norma Irma Morales de Cortiñas partió de este mundo dejando millones de lazos familiares en todo el país. Miles de personas sentimos que se nos fue una abuela. Su lucha comenzó por la búsqueda de su hijo Gustavo Cortiñas, militante del Partido Justicialista y de la Organización Montoneros que fue detenido desaparecido el 15 de abril de 1977.
Norita, como la conocemos todos, dio vida a una de las organizaciones claves para la democracia Argentina: Madres de Plaza de Mayo, línea fundadora.
Hija de emigrantes catalanes, se crió junto a cuatros hermanas mujeres en Buenos aires. Su infancia y adolescencia fueron etapas de mucho amor, se auto definió como una niña revoltosa y graciosa. “Tuvimos una vida de clase media, modesta, pero en tiempos de Estado de Bienestar”. Norita fue ama de casa y allí también enseñaba bordado. Su interés por la política creció en charlas junto con sus hijos. El día de la desaparición de su hijo Gustavo comenzó una larga lucha que luego se hizo colectiva e histórica, y que transformó a esa madre en la madre de todo un pueblo.
“Comenzó el vía crucis de la búsqueda, hacer habeas corpus, hace más de 38 años hice el primero y aún sigo haciéndolo. Una vez el juez me preguntó porque después de tantos años seguía presentando. Me sorprendió, y le dije que antes de morir quiero saber donde está mi hijo. Y sino que lo sepa mi familia”.
La historia de Argentina, en boca de Norita, tiene un tono cálido y firme. Ella recuerda y denuncia la complicidad eclesiástica y civil durante la dictadura. También reclama por todas las injusticias y acompaña con su cuerpo todas las causas justas.
Conocí a Nora en una actividad por el matrimonio igualitario allá por el año 2010, muchas jóvenes tuvieron la oportunidad de conocerla en las marchas por el aborto legal, seguro y gratuito, otros en las marchas contra a violencia institucional, a favor de los pueblos originarios, en concentraciones contra el FMI, acompañando a los familiares de Santiago Maldonado y un sinfín de causas. Las rondas de madres en Plaza de Mayo crecieron en círculos cada vez más grandes acompañando la lucha contra todas las injusticias.
De Norita aprendimos que la política es transversal, que poner el cuerpo es necesario y que el cansancio y la desilusión no son una opción. Sus palabras siempre fueron un manto de contención para quienes las escuchábamos:
“Todo es visceral y espontáneo, ir a la plaza aún es visceral y espontáneo”
“No tiene que haber ni perdón, ni olvido ni reconciliación. Con los genocidas no hay reconciliación, solo está la cárcel”.
“Todavía no se sabe mucho de que todo esto empezó con el afán de Estados Unidos de dominar el mundo. Para después sacar las riquezas”.
“La crítica es la base de la independencia”.
“A las madres nunca nos pudieron manejar, fuimos muy rebeldes”.
“Perder un hijo es siempre una tragedia, pero hay que elaborarlo para no quedar prendida en ese laberinto y ayudar a quienes están en la misma situación. La soledad nunca es buena receta si se quiere saber la verdad”.
El dolor por la partida nos atraviesa, porque las madres nos acompañaron en todas las marchas. Crecieron y nos hicieron crecer, nos dieron ánimos y también fueron ejemplo de lucha. Hay una fuerza muy potente que se da cuando la energía y la repetición van de la mano, allí necesariamente el gesto se vuelve ritual. Norita sembró rituales en todas las marchas, con su cuerpo pequeño y aparentemente frágil, pero acompañado de su voz firme y de sus convicciones inclaudicables, como una madre política nos habilitó en la lucha.
Más allá de la creencia de cada una, cuando personas tan importantes para la vida de millones parten, es imposible no desearles la inmortalidad. Nos tocará repasar sus palabras e ir una y otra vez a su encuentro, en las marchas, en las plazas y allí donde surja una necesidad. Por que nos lo dijo ella, allí las madres siempre van a estar.
Hasta la victoria siempre Norita, venceremos.
