El fotógrafo, Ramón Teves, presenta su último trabajo fotográfico hoy, a las 21.00 hs, en la Fundación OSDE.
En algunas horas, en Av. Aconquija 1201, Ramón Teves presentará una mirada del paisaje urbano y algunos personajes de su terruño, a través de una muestra fotográfica que retrata parte de su contexto cotidiano; familiares, amigos y allegados que transitan diferentes circunstancias y estados de ánimo.
Teves se define como fotógrafo (UNT). Trabajó como reportero gráfico desde 1992 en el diario Siglo XXI y en la Agencia Infoto, pero luego de un accidente de tránsito, que lo tuvo inactivo por varios años, comenzó a dedicarse a la producción desde las artes visuales, a partir de su primera serie fotográfica llamada “Feliz año viejo” donde cuenta su proceso de recuperación post-accidente. Desde entonces realizó estudios con Phil Borges (USA), Juan Travnik, Eduardo Gil y Julian Germain (Inglaterra). Fue becario de la Fundación Antorchas, Fundación Telefónica y de la British Council Argentina. Participó en muestras grupales e individuales, salones y espacios de arte y recibió premios y menciones en varios de ellos.
Desde principio de este año, Teves forma parte de Estudio Abasto, un colectivo artístico integrado por miembros de diferentes disciplinas: plástica, fotografía, arquitectura y diseño: Alejandro Contreras Moiraghi, Licenciado en Artes Plásticas (UNT) y Daniel Sánchez, Arquitecto (UNT), con el fin de promover talleres, cursos y eventos culturales que encuentren a la comunidad con producciones artísticas locales.
Sobre Ramón Teves
“Ramón Teves retrata a sus seres cercanos: familiares, amigos, vecinos. La suma de estas imágenes excede la referencia autobiográfica a un entorno de vida propio. Si fuera así, las recorreríamos con fruición, pero como quien entra a una novela de aventuras, sabiendo que, en definitiva, ese mundo narrado es ajeno. Las fotografías de Ramón Teves, en cambio, nos interpelan, aún al borde de cierta incomodidad. Sutilmente, sus personajes encarnan el drama existencial que nos atraviesa como sujetos.
Primera evidencia: los retratos de Teves no se agotan en la presentación de una persona. Obligan al espectador a desviar la mirada hacia todo lo que hay alrededor. Y en esa inspección inducida, generan la sabia sospecha de que los objetos, muebles, pisos, fondos, más que complementar o enfatizar el aura de quien está allí en el centro –su “personalidad”, su “entorno”- provocan en la imagen una disrupción fundamental.
Cuando el género del retrato cobró cuerpo, en la Europa moderna, en consonancia con la afirmación de la burguesía mercantil y la invención de la noción de individuo, los escenarios otorgaban el locus de una identidad, y asimismo los objetos cumplían la función de atributos.
Por más cercano que un chancho muerto pueda estar en el mundo del pequeño Ismael, su inclusión en el centro de la imagen, compitiendo con el rostro, genera extrañeza. No se trata de Ismael sino de todos nosotros: allí donde hemos acuñado una imagen ideal de nuestro ser, la presencia de un cadáver (“lo que soy, serás”) nos enfrenta a lo real de nuestro cuerpo.
Idealismo que Ramón Teves captó sin titubeos en aquellas dos adolescentes atrapadas, sin saber quizás, en el juego narcisista del espejo. Las mismas sandalias, la misma minifalda oscura, la misma remera corta, la misma pose. ¿Qué sostiene el espejo? Un crucifijo torcido. Débil quizás para irrumpir en el idilio de la escena, pero suficiente para que esa circularidad especular abra ante nosotros a un desplazamiento inquietante de implicancias.
¿Ser o no ser? La Gorda, por ser más vieja, sabe. Cierra los ojos y toma estas jugosas frutas. Sólo la renuncia a esa imagen completa de nosotros mismos puede abrirnos el camino de esas pequeñas felicidades que son la vida.
Y Ramón Teves ¿cómo lo supo? Hay un ensayo que nunca será una obra más sino el principio de todas, porque en él registró su verdadero nacimiento. Un choque feroz, que no sólo sucedió entre su moto y un camión desprevenido. Fue una colisión entre la dirección hacia la que él quería girar (un bello día de sol, su propia vida) y aquel camino por el que “debía” seguir (un fotorreportero respetable).
Como un revés del Cristo Scorto de Mantegna, Teves fotografió sus pies heridos desde la cabecera de la cama. Resulta natural que la iconografía cristiana se haga presente en un espacio de experiencia traumática. Pero recuerdo pocos relatos que, tan crudamente, desentrañen el desafío del dictamen divino, que no consiste en seguir los preceptos de una moral sino en sostener, hasta el límite, una ética, una forma de vivir”.
Valeria González
Universidad de Buenos Aires