Soy parte del grupo cada vez más extenso de argentinos que nació y vivió toda su vida en democracia. Me di cuenta de este hecho en los festejos del bicentenario del año 2010. Todo ese año con mis amigos hacíamos chistes sobre la patria voladora, en referencia a la performance de los actos oficiales que consistió en una mujer colgando en las alturas y bailando, representando a la patria. La patria voladora pasó por Tucuman en el desfile del 9 de Julio. También en ese tiempo bromeamos con la expresión “hijo de la democracia”, con mucha sorna y con la liviandad de la juventud, esa que nos hace vivirlo todo como protagonistas.
Creo que los jóvenes del dos mil y pico, tuvimos muy cerca la memoria oral de quienes vivieron la última dictadura cívico militar y a la vez la experiencia propia de una vida democrática naturalizada. Luego mis intereses hicieron que indague un poco más en el devenir político y conceptual sobre democracia, autoritarismo y fascismo. Fui parte de la generación que presenció en vivo y directo la condena de Antonio Domingo Bussi en el año 2008. En aquel tiempo me costaba mucho entender cómo un genocida había sido votado democráticamente para gobernar la provincia. Creo que ahora lo entiendo.
A muchos de nosotros nos cuesta reconocer el surgimiento de perfiles autoritarios y fascistas. Parece ser que esos términos sólo los aprehendemos sobre el pasado y no podemos reconocerlo cuando los tenemos frente a nuestros ojos. En el 2019 cuando una mujer entró con una biblia a la casa de gobierno de Bolivia, las redes se inundaron de un debate poco claro. Nadie podía decir con claridad si era un golpe de Estado o no lo que estaba sucediendo. Finalmente en 2022 en la causa llamada Golpe de Estado II, Yanine Añez fue condenada a 10 años de prisión por incumplimiento de deberes y resoluciones contrarias a la constitución y a las leyes. La intervención policial y militar, la asunción irregular y la violenta represión fueron las causas de su condena.
Nos cuesta reconocer el fascismo
Para Feierstein en su libro “La construcción del Enano fascista” 1, el fascismo no es una ideología fija sino una tecnología del poder que consiste en la construcción de un “otro” como amenaza. Esto quiere decir que no vamos a ver exactamente la repetición de las mismas prácticas del siglo XX en las formas neofascistas del siglo XXI.
Para tomar una definición breve del autor diremos que “el fascismo es un conjunto de procedimientos destinados a consolidar el poder mediante la generación de enemistad y la creación de sujetos sumisos y temerosos” . Esta consolidación se lleva adelante mediante la legitimación de discursos de odio, de violencia simbólica y de la represión.
El fascismo, al igual que la democracia, no requiere tanto de que todos tengamos en nuestra mente una serie de conceptos y un listado de atributos que lo identifiquen sino que necesita que las personas adhieran a una visión del mundo hecha cuerpo y sostenida en prácticas cotidianas.
Hay un mito sobre la expresión los argentinos tienen un enano fascista dentro que suele adjudicarse a la periodista italiana Oriana Fallaci en una entrevista con Bernador Neustadt, aunque no hay registro de esa expresión. La italiana sí dijo en los 80 con claridad que los periodistas fueron cómplices civiles de la dictadura y del fascismo. Durante el retorno democrático en los 80 se usó mucho esa expresión y cada tanto podes escucharla en el presente. Feierstein retoma esta expresión no para resolver el mito, sino para alumbrar aquello que el fascimo requiere: la habilitación de ciertas prácticas y comportamientos.
Para Feirestein: “el enano fascista no es un monstruo externo, sino una presencia insidiosa en nuestras prácticas diarias, en el modo en que nos vinculamos con quienes consideramos diferentes o inferiores” . Este modo de vincularnos en el presente está mediado por las redes sociales y los medios de comunicación, asistimos a una cotidiana muestra de violencia y exclusión de un otro, y también a la manipulación de las emociones por medio de la repetición de mensajes e ideas que, si bien son falsas, se repiten como verdaderas.
Desde antes de la asunción de Javier Milei a la presidencia se empezaron a legitimar expresiones más violentas en la discusión política. Para muchos esto se trató solamente de un cambio de estilo, de una superación de la paquetería y el modo formal de hablar. Incluso fue visto como algo positivo, como un modo que facilita la comunicación y permite hablar de las cosas importantes en términos en los que todo el mundo pueda entender. Pero allí, en esa simplificación y caídas de caretas entraron los insultos, los agravios, las metáforas, las comparaciones y prejuicios vinculados a la sexualidad y una lógica de exclusión manifiesta y brutal.
¿Cómo mueren las democracias ?
Existen múltiples formas de categorizar las democracias, más allá de la visión moral que podamos tener sobre la democracia de cierto país en particular. Guillermo O’Donnell, por ejemplo, utilizó la noción de democracia de alta y baja densidad para categorizar procesos democráticos con mejores o peores calidad democrática.
En 2018, dos profesores de Harvard dedicados a la ciencia política, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron el libro Como Mueren las Democracias2, buscando indagar sobre aquellas formas en las que el sistema democrático de un país es debilitado. Este libro sale en razón de la aparición de Donald Trump y su primera presidencia de Estados Unidos, y contiene además análisis sobre la democracia en Venezuela.
La tesis central del trabajo es que las democracias ya no mueren por un golpe de Estado en manos de las fuerzas militares, sino que lo hacen de modo gradual, siendo mayormente deterioradas desde adentro, por quienes tienen a su cargo el sostenimiento de las instituciones. Las democracias mueren lentamente cuando se transforman en un régimen autocrático, debilitando los organismos de control y las normas democráticas en favor de cumplir la voluntad de un líder o de un grupo reducido de personas.
En este libro señalan cuatro indicadores clave para reconocer cuando las democracias se erosionan desde adentro.
- Rechazo o débil compromiso con las reglas democráticas del juego. Por ejemplo, el poco respeto a la constitución nacional.
- Negación de la legitimidad de los oponentes políticos. Sucede cuando en vez de considerar adversarios se considera a la oposición como enemigos a eliminar, con metáforas como “cáncer” a extirpar.
- Tolerancia o fomento de violencia. Desde el Ministerio de Seguridad y desde presidencia se viene legitimando cada vez más la represión violenta como un modo de resolver conflictos.
- Restricción de libertades civiles y disposición a socavar a los opositores. Esto puede ser atacar la libertad de expresión, atacar el derecho a la protesta o la independencia del Poder Judicial, designando jueces por decreto.
Resulta difícil leer un libro que hable de la muerte de la democracia, personalmente no creo que la muerte sea un destino del sistema democrático. Pero si me parece interesante pensar qué autores distintos como Feierstein desde Argentina o Levitsky y Ziblatt desde Estados Unidos, comparten el interés por desarrollar modos de explicación del presente, para dar cuenta de que, aunque sea una mera repetición del pasado, no por eso está alejado del autoritarismo y el fascimo.
Asistimos a la vuelta de discursos y prácticas fascistas, aceptarlo no nos brinda ninguna solución instantánea, pero si nos puede posicionar en un camino de preguntas y búsqueda de otras herramientas. No hay una sola respuesta al fascimo ni alcanza con apelar a los valores positivos universales como “el amor vence al odio”, pero si es necesario pensar cuántas de nuestras prácticas cotidianas, de nuestros sentires y modos de expresar lo que nos pasa se impregnan de fascismo.
Las discusiones teóricas no acabarán nunca, quizás siempre nombramos por su nombre a los procesos políticos una vez que hayan concluido. Pero así como el fascismo, el antifascismo también se expresa en acciones y prácticas concretas. Detener una práctica, decir basta ante un daño, hacer que importe aquello que parece no importar, evitar la reproducción innecesaria de la violencia en cualquiera de sus modos, todos ellos son prácticas antifascistas, y también el germen de las respuestas que necesitamos.
Que nos importe la democracia, que nos importe el respeto por los mecanismo de control de las instituciones, que una vez más podamos frenar y dejar de aceptar el agravio como modo de hacer política quizás nunca sean el posteo con más likes ni el último slogan de moda en redes sociales, pero sí son modos de cuidar nuestra democracia de hacerla más fuerte, de volver a dotar de sentido y de importancia este modo de ordenar nuestras vidas.