El silencio nos hace hombres

Hace pocos días el periodista tucumano, Martín Dzienczarski  (Agencia de Prensa Alternativa y La Gaceta) publicó una nota en la revista Cosecha Roja titulada “volví a cruzarme con el docente que abusó de mí”. En esas líneas  relata sus sentimientos  al toparse con el hombre que abusó de él durante su trayectoria escolar, las situaciones concretas de abuso y su derrotero los años siguientes.

Los hechos

Martín fue alumno del experimental universitaria Gymnasium, y los abusos que sufrió sucedieron entre los años 2000 y 2002, perpetrados por un docente que según fuentes extraoficiales continúa siendo parte de la institución educativa.  Las siguientes palabras tienen como punto de partida aquello que esboza al final de la nota Martin, yo le creo.  Elijo creerle a él, y  a todas las personas que se animan a exponer/denunciar situaciones de abusos y violencias vividas durante su infancia.

El valiente relato de este periodista conmueve. Pero el hecho de que las circunstancias bajo las cuales el abusador actuó hace unos años sigan siendo las mismas preocupa y alarma a cualquier persona que se interese por la integridad de los niños, niñas y adolescentes. Es válido suponer que este relato no sea un caso aislado, puede haber muchos más. El silencio que nuestra sociedad impone sobre el abuso sexual infantil hace que al día de la fecha no podamos saber cuántas pueden haber sido las víctimas del docente, ni hasta qué punto llegaron las situaciones de abuso.

Existen medidas que se deberían tomar por parte de las autoridades de la UNT para esclarecer los hechos y apartar al docente de su cargo. Pero también existen medidas que todos aquellos alumnos que fueron abusados por este docente pueden llevar a cabo. El reciente marco normativo que marca la ley 27.206 de respeto a los tiempos de las víctimas, estipula que la prescripción de los delitos contra la integridad sexual y de trata queda suspendida mientras la víctima fuera menor de edad, y que, incluso habiendo cumplido la mayoría de edad, hasta cuando pueda hacer la denuncia y dispone la inhabilitación especial perpetua cuando el delito sea cometido aprovechando el victimario su cargo, profesión o empleo.

Los dichos

La circulación de la nota de Martín Dzienczarski rápidamente sacó a la luz una serie de cometarios por parte de miembros de la comunidad gymnasista, madres, padres y ex alumnos comentaron lo que sabían al respecto. Los rumores de abusos por parte del profesor para con los alumnos son conocidos por todos, a tal punto que se realizaron en instancias públicas: se llegó a satirizar al docente llamándolo “el violín”.

Es interesante preguntarnos ¿cuantos adultos pueden haber escuchado a niños y adolescentes referirse a un docente como “el violín” y no sospecharon que podría haber situaciones de violencia sexual? ¿Cómo es que una comunidad tan activa y comunicada como la gymnasista no logró tomar cartas en el asunto de modo efectivo sobre este tema?

El abuso sexual infantil, lamentablemente, es una realidad latente que cuesta visibilizar, no importa la clase social ni las preferencias ideológicas, todos los niños, niñas y adolescentes pueden estar en situación de vulnerabilidad. Según UNICEF, una de cada cinco niñas, y uno de cada trece niños son abusados sexualmente en América Latina y el Caribe.

Una pequeña pauta para el análisis

Durante el año 2017 los y las tucumanas llevamos adelante un debate sobre el ingreso de niñas y adolescentes al Gymnasium. Toda la cultura institucional empezó a temblar ante la posibilidad de que mujeres asistan a clases y campamentos junto con los históricos estudiantes varones.  Gran parte de la comunidad de gymasistas de distintas generaciones esgrimieron variados argumentos en contra de la propuesta. Una huella del miedo que despertó en los hombres el acceso al derecho al voto de las mujeres se vislumbró en el 2017 en Tucumán. El viento reaccionario del patriarcado siempre se reedita, pero sigue teniendo las mismas bases. Entendiendo al patriarcado como el modo que tienen nuestra cultura para marcar diferencias y jerarquías entre hombres y mujeres, favoreciendo a los hombres.

El derecho de niñas y adolescentes a tomar clases junto a niños y adolescentes varones finalmente se consiguió. El debate nos sirvió para vislumbrar una arista más del patriarcado, el daño que generó la educación diferenciada. Ese paradigma educativo fracasó, entre otras cosas, porque reproduce y profundiza las diferencias culturales entre hombres y mujeres al punto tal de mostrarlas como naturales, lo cual termina produciendo discriminación hacia las mujeres, y perpetuando la desigualdad.

La implementación plena de la ley 26.150 de Educación Sexual Integral se presenta como uno de los pasos necesarios a seguir por cualquier institución educativa que deje atrás la educación diferencia.

Pero en el debate del año pasado hicimos poco hincapié en lo perjudicial del patriarcado para los niños y adolescentes varones. La cultura de “los hombres” busca reproducir ideales de masculinidad que muchas veces tiene que ver con la resistencia al dolor. Con la posibilidad de negarnos a reconocernos víctimas de violencia, con la inscripción en la piel de “no llores, no seas maricón”.

Esas pautas culturales generan hermosas experiencias de sociabilidad entre hombres, como bien pueden relatar muchos de los egresados de gymnasium. El “lado b” es que también afianza una cultura del silencio respecto a las violencias, mucho más a la posibilidad de ser víctimas de violencia sexual. La construcción de la masculinidad supone una excesiva resistencia ante la vulnerabilidad. Un ejemplo de ello es la resistencia que tenemos generalmente los hombres a recurrir  por voluntad propia al sistema de salud en busca de asistencia.

Callar, naturalizar y satirizar una situación grave como el abuso sexual infantil forma parte fundamental de esa maquinaria cultural que nos hace hombres. Hombres incapaces de ser víctimas, incapaces de habitar la fragilidad.

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