Se recuperaron 56 residentes del Cotolengo Don Orione

Una labor mancomunada obtuvo con éxito la mejoría de 56 residentes del Don Orione, las claves para este logro fueron la compañía, los cuidados permanentes y la humanización de profesionales y voluntarios.

Cuando el pasado 24 de agosto se activó el protocolo para coronavirus en el Pequeño Cottolengo Don Orione, institución que tiene a cargo por tradición histórica la asistencia a personas con distintas discapacidades que se encuentran desamparadas, equipos especializados en emergentología del Siprosa, personal interno y voluntarios del Cottolengo desempeñaron conjuntamente una labor que hizo posible la recuperación de gran parte de los residentes con base en el afecto y en los cuidados, ganando así una de las peores batallas que estos pacientes de alto riesgo habían enfrentado.

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Sobre el procedimiento

La emergentóloga referente del equipo de trabajo de Salud en el Pequeño Cottolengo Don Orione, la doctora Dive Mohamed, contó que la primera intervención por parte del Siprosa fue el 24 de agosto, cuando se determinó la presencia de una paciente positiva.

“Ese mismo día desde el Ministerio nos reunieron a médicos y enfermeras emergentólogos para que hiciéramos un diagnóstico de situación. Comenzamos con una suerte de triage hospitalario en cada uno de los hogares, evaluando signos vitales, alteraciones sea de frecuencia respiratoria, cardíaca, presión arterial, saturación en cada uno de los pacientes y en el caso de que tuviéramos alguna duda se les practicaba el examen respiratorio correspondiente y determinábamos quién tenía criterio de internación y quién no”, contó la especialista, al tiempo que agregó, en el séptimo día, se hizo un hisopado general a todos los residentes donde se determinaron 56 casos positivos de Covid-19.

En esa etapa, comenta Mohamed, se procedió a dividir a los pacientes positivos en una casa de aislamiento y a los asintomáticos en los hogares, uno para varones y otro para mujeres. “En los días sucesivos continuamos con el triage, tuvimos gran participación de la misma gente del Cottolengo que quedó aislada junto a los pacientes y ellos nos ayudaron en la atención, porque tienen requerimientos diferentes respecto a la población general, debido a sus patologías de base que necesitábamos conocer a fondo y en ese sentido los trabajadores estuvieron a disposición para brindarnos esa información y asistirnos desde adentro”, explicó la profesional.

El Departamento de Enfermería destinó 12 enfermeros del Sistema a esta labor y se contó con seis más por medio del Cottolengo. Además, ocho asistentes estuvieron encargados de bañar, vestir y alimentar a los pacientes durante todos los días. “Hubo en el transcurso de estos 21 días un total de 13 derivaciones de las cuales cuatro fallecieron a causa del covid-19; el resto permaneció en el hogar. Pudimos evitar una situación muy crítica con este trabajo, sabemos que no ganamos la guerra, esto es una batalla, por eso estamos planificando los pasos a seguir de aquí en adelante”, dijo Mohamed.

La coordinadora de los tres hogares del Cottolengo, Natalia Zarate, definió su función como un estar al cuidado permanente de los residentes, ante todas sus necesidades y siempre en compañía y con la ayuda de los auxiliares. Cuando se activó el protocolo los empleados se preguntaron, en caso de decidir irse ¿quién quedaría con ellos, quién los atendería? y sin dudarlo decidieron quedarse.

“Yo estuve en la sala de negativos hasta que empecé con síntomas, entonces pasé a la de positivos. Desde el inicio la atención fue las 24 horas del día, no dormimos algunas veces, otras no comimos, porque todo el tiempo era contener ante algo distinto, entrada y salida de ambulancias, momentos de angustia en los que no sabíamos qué iba a pasar, si nos volveríamos a ver. Son muchos sentimientos encontrados porque la mejoría de los que iban superando al virus nos generaba alegría, pero la espera de saber de nuestros pacientes derivados nos generó mucha angustia y enorme tristeza por los que partieron”, relató Natalia.

“Cuando empecé con los síntomas no podía atender el teléfono, no tenía fuerzas, no me sentía bien y si bien sabíamos que el virus estaba entre nosotros y nos podía tocar, no sabíamos cómo iba a ser para cada uno, porque funciona de manera distinta en cada organismo. Mi fortaleza fue la fe y la oración, entregarme a Dios y pedirle que nos cuide, en todo momento vi su mano y más tranquilos con mis compañeros nos sentimos elegidos para esta tarea de cuidar a los residentes durante este tiempo”, afirma.

“Ver a mis compañeras enfermeras asistiendo a residentes en situaciones muy críticas, dándolo todo mientras contenían las lágrimas, eso me quedó muy grabado, tuvimos momentos de mucho llanto, el ritmo que llevamos no era cotidiano y muchas veces por las noches necesitábamos aislarnos un poco y desahogar para que no nos vieran y no se pusieran mal. Yo le agradezco a Dios porque pudimos responder y cuidarlos, Don Orione nos enseña que el prójimo es Cristo en la Tierra, qué mejor que servirlos a ellos en momento de enfermedad”, reflexionó.

Cuando la vocación y el amor sanan

Graciela, personal integrante del Cottolengo, se contagió a los siete días y continuó asistiendo. Para ella no había otra opción y la respuesta vino plenamente del corazón: “Esta es nuestra otra familia, nuestra casa, esto no es un trabajo donde se cumple un horario y te vas, a veces venimos incluso en nuestros días de descanso, festejamos cumpleaños, recibimos de su parte todo el amor del mundo y siempre nos esperan de brazos abiertos. Si nos vamos nos dicen que nos extrañaron con un abrazo. Una de las chicas me preguntó cómo haría para devolverme todo el cuidado, pero Dios nos puso aquí, nuestro trabajo es servir con amor y eso no tiene precio”.

En el llanto de Graciela se conjugan emociones de tristeza y alegría, volver a los hogares y dejar la segunda casa. “Cuando una de nosotras se ponía más negativa se apoyaba en la otra. Con mis compañeras nos abrazamos, lloramos juntas, nos ayudamos y estuvimos una al lado de la otra cuando no tenés casi a nadie”, dijo entre lágrimas acompañando el pedido a la sociedad: “Cuídense, no salgan, si salen protéjanse, si la gente hiciera caso no estaríamos como ahora, el virus está en todos lados. La familia siempre estará, no hay que reunirse, esa es la manera de protegernos y de proteger a los demás”.

Valeria Sánchez es desde el 24 de agosto voluntaria y si bien está acostumbrada a cubrir reemplazos de vacaciones en la institución, esta vez fue distinto. En esta oportunidad sentía la necesidad de estar y ya venía analizando con su marido cómo se organizarían en el hogar si la necesitaban: “La decisión no me tomó más de 10 minutos, mi familia me apoyó porque tengo mis hijos de 13, 8 y 3 años. Di positivo después de un largo tiempo en contacto, pero afortunadamente tuve síntomas muy leves, nunca me caí y pude seguir estando para colaborar con los chicos. Muchos de ellos no pueden caminar o hablar y esto fue un gran aprendizaje. El amor que ellos te dan no tiene precio”.

La misma emoción invade a Dolores Concha, personal del Cottolengo que comentó que se casó recientemente y aun así se entregó a la labor de asistencia de quienes la necesitaban: “Son muchas emociones encontradas, todo esto está pasando, los chicos están bien y ahora quedan mis compañeras. Mi sí fue rotundo, esta es mi vida, los chicos me dieron todo lo que soy y lo que tengo, tenía que aportar mi granito de arena”.

Gladys es una de las internas que se recuperó y contó que lo tomó de forma positiva: “Estuve internada dos semanas y media en el Sanatorio Roca, me dieron tratamiento y me recuperé. Volví contenta a dormir en mi cama, estoy tranquila esperando que se recuperen mis compañeros”. Por esa tranquilidad un grupo de valientes trabajó sin descanso y por esa tranquilidad y la de tantos, lo harían una y mil veces más.

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