Revisionismo feminista de la Reforma Universitaria de 1918

Por Natalia Bustelo para el dossier “Vidas y andanzas de la Reforma (1918-2018) #1: Reforma Universitaria y Feminismo” de La tinta


“Los partidarios de la inferioridad mental de la mujer
quieren cerrarle el acceso a todas las carreras liberales,
condenándola al vasallaje del hogar,
donde debe agotarse en las funciones de la reproducción para complacer al amo,
entregada durante toda su vida a la crianza de los hijos”.
Mercedes Gauna, “La mujer”, La Cumbre, enero de 1918.

En su extendido y masivo despliegue argentino, el movimiento de la Reforma Universitaria no contó con ninguna mujer entre sus líderes. Tampoco los reclamos por el acceso a la educación superior de las mujeres y, más en general, por la igualdad civil y política fueron incorporados a la agenda reformista. Sin duda, la Reforma y el movimiento feminista -que a fines de la década del diez también registraba un importante despliegue- tuvieron menos compenetración de la que desde el presente anhelaríamos. Pero esa decepción no nos impide recuperar algunos de sus encuentros más sugerentes.

Cuando a mediados de 1918 estallaba en Córdoba la revuelta estudiantil que daba inicio a la Reforma Universitaria, varias mujeres estudiaban en la Facultad porteña de Medicina y las cursantes en la Facultad de Filosofía y Letras alcanzaban el tercio de la matrícula. Un grupo de egresadas vinculadas al Partido Socialista habían fundado en abril de aquel año la Unión Feminista Nacional y entre 1919 y 1921 iba a editar, como órgano de la Unión, “Nuestra Causa. Revista mensual del movimiento feminista”.


Luego de sortear diversas trabas institucionales y culturales, las mujeres habían comenzado a ingresar a la Universidad de Buenos Aires a fines del siglo XIX. Por entonces los estudiantes organizaban las primeras asociaciones orientadas a exigir a las autoridades universitarias y al gobierno una reforma que mejorara la educación.


Las mujeres, por su parte, fundaban en 1901 el Consejo Nacional de Mujeres para reclamar derechos civiles, entre los que se encontraba el de recibir formación en medicina, abogacía e ingeniería y la habilitación para el ejercicio de esas profesiones liberales. En 1906 las mujeres que se identificaron con una mayor igualación entre los géneros se alejaron del Consejo para fundar el Centro Feminista y al año siguiente la asociación Universitarias Argentinas. Durante el Centenario de la Revolución de Mayo, esas universitarias organizaron el Congreso Femenino Internacional de la República Argentina, en el que casi cien mujeres discutieron durante cinco días, entre otras cuestiones, el derecho a recibir educación. En los mismos días, el Consejo dispuso un Congreso de las Mujeres Patrióticas y el nacionalismo viril y belicista que este evento reforzó se prolongaría durante la Reforma tanto a través de algunos grupos de mujeres como de agrupaciones de profesores y estudiantes antirreformistas.

En 1908 las reformas universitarias que reclamaban los estudiantes parecían acercarse a las exigencias igualitaristas del feminismo. En enero de ese año una centena de jóvenes universitarios de Sudamérica se reunía en Montevideo en el primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos. Clotilde Luisi, la primera abogada de América Latina y ya una decidida feminista, no solo formaba parte de la delegación de estudiantes uruguayos, sino que asumía la presentación del proyecto de fundación de la Liga de Estudiantes Americanos.

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La Liga organizaría su Segundo Congreso en 1910 en Buenos Aires y el Tercero en 1912 en Lima. Ellos no volverían a contar con la presencia de mujeres. Es que la Liga decidía inscribir sus reclamos de democratización universitaria en esas Repúblicas oligárquicas del continente que legitimaban tanto las desigualdades de género como las económicas, étnicas y políticas.


La revuelta estudiantil de 1918, en cambio, iniciaba una sociabilidad que tenía como su mayor novedad la vinculación de la democracia de las universidades con la democratización de las sociedades, o incluso con esa emancipación de la humanidad por la que venían luchando diversas expresiones de las izquierdas.


Durante la segunda mitad de 1918, numerosas mujeres cordobesas se sumaron a las movilizaciones católicas y antireformistas. Ante ello Córdoba Libre, la asociación que masificó el reclamo estudiantil, fundó su sección femenina y en su revista La Montaña ironizó sobre el “sufragismo católico” que usaba como “escudo viril” a las mujeres porque no le interesaba “como al otro los problemas que atañen a la mejor condición jurídica de la mujer, sino que se preocupaba más bien de resolver los problemas que atañen al mejoramiento económico del clero”.

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En Buenos Aires, Alicia Moreau, una de las principales figuras de la Unión Feminista Nacional, era invitada por el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras para inaugurar, en abril de 1918, un ciclo de conferencias en el que disertó sobre “la educación de la mujer y los problemas contemporáneos”. Pero en los años siguientes el Centro fue dirigido por jóvenes que se alejaron del igualitarismo tanto del feminismo como de la Reforma para acercarse a la Liga Patriótica Argentina y su preservación del orden social -que incluía la relegación de las mujeres al ámbito doméstico y a las tareas exclusivas de cuidado-.

Muchas estudiantes asistieron a los actos de la Liga pero además algunas alzaron su voz para exaltar la condición sentimental de la mujer. Entre ellas Celina Balán subrayaba que en esa Facultad habían “recibido sabias lecciones de prudencia y de integridad moral” y que la mujer ponía “la nota de dulce ingenuidad en el conjunto; la mujer, que en lugar de acaudillar multitudes, yo quisiera fuera el ritmo dulcísimo de los consuelos, alma sensitiva para enjugar lágrimas que lloran los vencidos”.

Entre las que refutaron más decididamente la condición de Magdalenas de las universitarias argentinas se destacaron Herminia Brumana y Mercedes Gauna. A comienzos de 1918 Gauna ofrecía en el periódico estudiantil La Cumbre uno de los alegatos locales más contundentes a favor del ingreso de las mujeres a la universidad.


Dado que contamos, sostenía, con indiscutibles pruebas científicas sobre la igualdad entre el hombre y la mujer y con la importante labor que mostraron en el campo de la industria y la ciencia a partir de la Gran Guerra, los obstáculos a la educación universitaria responden exclusivamente a “la tacha egoísta que pesa sobre la inteligencia masculina”.


Iniciada la Reforma, Brumana se encargaba de completar ese alegato desde las revistas estudiantiles porteñas que apostaron a unir la Reforma Universitaria y la Revolución Social. En efecto, BasesClarín e Insurrexit difundieron notas en las que Brumana insistía en su reproche a las mujeres que avalaban y reproducían el lugar relegado que les asignaban las sociedades modernas.

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Las intervenciones de Gauna y Brumana no lograron la convergencia entre Reforma y feminismo, pero seguramente pesaron en el grupo de estudiantes del Liceo de Señoritas de La Plata que en 1920 protagonizó la primera huelga de estudiantes mujeres.

Las señoritas defendían la gestión del “anarquizante” Saúl Taborda en el Colegio Nacional dependiente de la Universidad Nacional de La Plata. Y ante esa participación en la fracción más radicalizada de la Reforma, el rector de esa universidad, Carlos Melo, salía a cuestionar la honra y el derecho a estudiar de las huelguistas. Como respuesta, Carlos Astrada, Héctor Roca, Luis Aznar y otros líderes reformistas platenses impugnaban una vez más al rector y saludaban la identificación de esas “mujeres, casi niñas” con lo que declaraban como el auténtico el espíritu de la Reforma.

El centenario de la Reforma nos encuentra con un movimiento estudiantil poco movilizado y con universidades que están lejos de cumplir la función científica, social y democrática que anhelaron los primeros líderes. Pero ese centenario también coincide con una nueva ola de feminismo que, si superara la tentación de convertirse en juez y verdugo de los varones, podría aportar el entusiasmo y la decisión que aún faltan para construir esas universidades igualitarias que comenzaron a exigir Moreau, Gauna y tantas otras.

* Por Natalia Bustelo para La tinta


Compiladores del Dossier

María Victoria Núñez. Profesora y Licenciada en Historia por la UNC. Forma parte del Programa Historia y Antropología de la Cultura (IDACOR / CONICET-UNC) desde 2011. Es docente adscripta en la cátedra de Historia Argentina I (Escuela de Historia-UNC) y docente en escuelas medias.

Ezequiel Grisendi. Profesor Regular del Departamento de Antropología (FFyH-UNC) e integrante del Programa Historia y Antropología de la Cultura (IDACOR-CONICET).

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