Los vestuaristas, tatuadores y estilistas construyen junto a los artistas identidades en las calles y en los escenarios.
Por Paloma Navarro Nicoletti para Vice
“Hoy los pibes marcan tendencia porque se atreven a algo distinto”, dice Andrés Baglivo de 44 años, diseñador y estilista argentino, creador del proyecto artístico de ropa Roberto Sánchez, que ha vestido a artistas musicales como Miguel, Maluma, Molotov, Illya Kuryaki y Duki.
Hoy los jóvenes urbanos se animan a mezclar estilos, no se casan con un estampado, ni con un color. Se trata de generaciones que viven sin etiquetas; los que nacieron a finales de los 80, principios de los 90 y los 2000 avanzan sin ataduras y con menos prejuicios sociales. Es por eso que las calles están inundadas de colores, parches, uñas pintadas de negro y pelos rosas. Y es verdad que se atreven a más, antes no se veía tan frecuentemente a los pibes y las pibas con tatuajes en la cara: cruces, rayas, rosas o letras. Hasta hace poco tiempo ser diferente estaba mal visto.
Ellos se rebelan contra la producción en serie y valoran la prenda como un objeto sagrado. Así como un músico que lanza un single único e irrepetible, los artistas de la ropa generan objetos particulares sin repetir los moldes de las grandes industrias. El trabajo en conjunto de estos estilistas es cada vez más frecuente, la moda que acompaña a los músicos arriba de los escenarios completa una idea artística que no vemos en los shoppings. Publicidad
Roberto Sánchez ni siquiera es una tienda online; es un club y es un proyecto artístico de ropa. Para comprar algo de esta marca hay que contactar a Andrés, pedir el catálogo personalmente y esperar a que te responda. En sus prendas se identifica un estilo de los 80, 90 y 2000. Él hace una fusión de épocas, como hizo Sandro con su música durante décadas, como el trap hace la suya con distintos géneros musicales. “No me interesa un local en un shopping, ni tener una tienda que venda al por mayor, no hago colecciones ni ropa por temporada. Soy como un músico, mis canciones son mis prendas: cada una tiene una esencia y una identidad. Metí en una licuadora lo que me gustaba y conocía. Creé ropa deportiva con estilo sin regirme por la tendencia”.
Las prendas de Andrés Baglivo están selladas por sus logos más populares: un león que supone la reapropiación de la medusa de Versace y una frase en blanco y rojo que dice “Air Sánchez”. Es un juego que probó y funciona. “Mi obra cobra realidad cuando el artista la tiene puesta arriba del escenario. A poca gente le queda tan cool mi ropa como al Duki, mi obra está completa cuando esa magia existe”.
El trap es degenerado, ya lo dijo Ca7riel. No hay un solo género musical, hay un lenguaje que une sonidos, letras y telas. Así trabaja Pilar Repetti, de 28 años, en un showroom ubicado en el límite de Capital y Provincia de Buenos Aires: con un conjunto de marcas independientes, uniendo ideas y personas que hacen ropa.
Ella tiene un proyecto de indumentaria llamado Ropa en Personas. Comenzó haciéndose ropa a ella misma a los 26 años para dejar de consumir las marcas de los shoppings que solo producen en serie. Empezó a diseñar venciendo al sistema: en Ropa en Persona hay un diálogo, cada uno de sus diseños está enfocado en la persona que la compra. Cuenta que la relación con artistas de la música se dio de manera orgánica: Bándalos Chinos, Lo’ Pibitos, Lupe, Dillom, entre otros, se acercaron a ella porque les gustaban sus diseños y ella los vistió porque les gustaba su música.
Pilar confecciona productos sostenibles. Se asegura de no tener sobrante de stock, no desecha como sí hacen las grandes marcas. Usa algodón orgánico y hace suprarreciclaje (del inglés upcycling); es decir, toma prendas que son consideradas de descarte y las interviene para reutilizar en un futuro. Su ropa se caracteriza por ser grande, lisa y cómoda. “Hago remeras que parecen vestidos, faldas que luego podés usar como tops. Tomo artículos que ya están hechos y busco la manera de reinventarme. Rompo y vuelvo a coser, así como el trap, que toma elementos de otras corrientes artísticas y estéticas y todo el tiempo renace. La ropa es una excusa para conocer gente increíble que tiene todo tipo de pasiones”.
Otro proyecto sustentable es el de Camilo Albanez, un chileno de 30 años que empezó a hacer ropa a los 18 en Iquique, su ciudad natal. A los 23 se mudó a Buenos Aires, trabajó en ferias de ropa vintage y a través del reciclaje comenzó a crear su marca de manera independiente. Hoy logra vivir de su proyecto y cuenta que continúa reciclando y que también hace prendas nuevas. Trabaja con colores neutros, blancos, negros y plateados, él define esos colores como “la noche y la elegancia”.
Camilo dice que el encuentro con artistas musicales es un trabajo que no solo se limita a vestirlos: los acompaña y los aconseja. “Empecé con Nina en 2019 y después seguí con Marilina Bertoldi, Paco Amoroso, Cazzu, entre otros. A ellos les gusta mi estética, a mí lo que tocan. Trabajamos en conjunto con nuestros matices. Ya no se dice: ‘si sos rockero te tenés que vestir así o si sos trapero tenés que vestir de otra manera’, creo que hoy las cosas cambiaron, no existen barreras, siento que se conectan todos los mundos y se puede jugar más con la imaginación”.
Estos artistas de la ropa que trabajan a la par se apropian de la vanguardia cultural que vieron en la calle, buscan colores y sonidos musicales que luego fusionan. En este sentido, Karne Palta no surgió como un proyecto de indumentaria, sino como la forma de vida de Diego Sánchez, de 31 años. Así lo cuenta él: “Todas esas cosas que hice de chico, como tocar en bandas, andar en skate y hacer graffiti, son una mezcla de lo que hoy se dio a conocer como un proyecto de ropa. La mayoría de los pibes y pibas que compran lo que hago me conocen por el ámbito de la música, conocen lo que hago, desde ya hay un respeto”. Recientemente Diego se mudó a un departamento / showroom en el Barrio de San Telmo, al sur de Buenos Aires. Ahí combina parches de bandas de los 90 o de dibujos animados con remeras del viejo metal y rock and roll. Duki, Seven Kane, C.R.O, Cazzu y Dillom son algunos de los músicos que usaron sus prendas: buzos con la cara de Marilyn Manson y parches de Iron Maiden.
Marcas en el cuerpo
Otra rebeldía que ahora se presenta como un manifiesto estético son los tatuajes en la cara. Hasta los años 90 lo incorrecto y lo desobediente era tatuarse los brazos o las piernas. Los tatuajes en el rostro solo se veían en las cárceles y pandillas norteamericanas. Publicidad
Hoy, muchos de los jóvenes de la escena urbana trasladaron la música a la piel, dibujando sus párpados y mejillas con frases, líneas, rosas o cruces. Desde Pos Malone hasta Justin Bieber, algunos referentes del rap, trap y hip-hop sub 30 muestran sus tatuajes como una marca identitaria más.
Tomás Maggi, de 25 años, empezó a tatuar en 2016, y en 2019 abrió su propio estudio TotoTatuer en la zona de Palermo en Capital. Para ese entonces circulaba por los mismos bares que algunos jóvenes músicos; empezaron una relación amistosa, tatuó a un par y al poco tiempo comenzó a girar la rueda. “Creo que el flash de tatuarse la cara viene para romper con todos los parámetros sociales”, dice Tomás. Y sigue: “Hoy entendemos que a un pibe con la cara tatuada puede irle bien, no le va a imposibilitar tener trabajo, no le va a impedir hacer lo que quiere hacer”.
Él entiende que, al igual que las letras de las canciones de los músicos que se le acercan, el tatuaje en la cara impacta. Una cruz, una línea, un corazón dibujado en el rostro de estos jóvenes se transforma en un accesorio que como una joya o una tela sobre su cuerpo puede provocar. “Hoy el tatuaje en la cara trasciende cualquier género musical y clase social, es parte de cualquier cuerpo”, dice.
Pero para esta generación todo tiene sabor a poco y una marca en el rostro no es suficiente. Por eso, lo que hay encima de la cabeza es tan importante como la ropa que tapa (o muestra) el cuerpo y los tatuajes en la cara. El pelo también genera identidad.Publicidad
Cortes que fusionan épocas
Pablo Abalos tiene 30 años y es Trankilote. Le dicen así por una canción de Locoplaya que dice “voy tranquilote y suave haciendo que me odien o me amen…”. No estaba en sus planes darle forma a la cabeza de muchos artistas, pero el azar lo llevó a ocuparse de eso.
Él vivía en el sur de la provincia de Buenos Aires, pero se iba a cortar el pelo a una peluquería que quedaba en la Capital. Dice que le gustaba la onda, la energía del lugar. Pidió trabajo ahí y en 2011 se lo dieron. A la semana se enamoró del oficio y decidió dedicarse a ello. Empezó barriendo, lavando cabezas, pero sobre todo prestando mucha atención a cómo se movían los estilistas. Arrancó a cortar el pelo a amigos y familiares hasta que empezaron a recomendarlo; se desembolsó como estilista y creó su propia marca: Grasa.
De a poco fueron cayendo artistas musicales para cortarse el pelo con Pablo en el barrio de Villa Crespo. “Empecé a luquear a Lo’ Pibitos tanto en el salón como en sus camarinos. Fui conociendo gente del ambiente y al mismo tiempo me fueron recomendando. Cada vez que viene un cliente, escucho lo que quiere y lo que le incomoda de su pelo; en función de eso armo un estilo propio, cómodo, que refuerce su personalidad y donde su pelo fluya con naturalidad, al mismo tiempo con un detalle que haga ruido, que moleste al caretaje. Eso es lo que buscan en mí”.
Para él siempre hay algo que se pone de moda, que nace de lo que ciertas marcas o artistas imponen. Sin embargo, dice que la moda de hoy tiene que ser “lo que cada uno se anime a ser”. Pablo busca escapar de lo hegemónico con estilos que se salen de la norma. Con sus cortes volvieron los 90 con guiños a los 70, los 80 y los 2000 también. Claramente los pelos despeinados, desarreglados, de colores, los rapados. Es que el mundo contemporáneo es eso: una mezcla de épocas, de estilos que se diluyen en otros. Imposible definir un único género, porque todos tienen un poco de todos.