¿Por qué queremos grabarlo todo?

PORTADA 46

Desde hace algunos años ir a un recital tiene algunas diferencias notables, el celular está presente en todos los show. Tenemos una tendencia a grabar todo lo que sucede, incluso aunque sepamos que el contenido que estamos realizando difícilmente sea mejor que el registro profesional que hacen desde la organización del evento.

Los celulares y las redes sociales hace tiempo nos invitaron a un mundo en el que podíamos compartir lo que nos gustaba y lo que hacíamos de nuestras vidas. La costumbre y el consumo sostenido de estas redes hicieron que la invitación se convierta en una obligación, ¿si no publico nada este fin de semana, realmente tuve fin de semana?.

Dejando de lado a las personas que trabajan con sus redes sociales, quienes efectivamente adquieren compromisos y ganan dinero por alguno de sus contenidos, y que por ello, no pueden dejar de subir a diario lo que hace, es importante pensar por qué personas de a pie sacamos nuestro celular y nos disponemos a grabar parte o la totalidad de un show musical.

Debo confesar que también lo hice, mi vínculo con el teléfono no es distinto que el de la media de la población, mis amigos quizás digan que está por encima de la media. Miro la pantalla cada vez que estoy aburrido, para chequear notificaciones o ver la hora y alguna noticia. Chequeo Twitter (me niego a decirle X), canales de difusión y chats grupales solo para ver qué está pasando. También saqué fotos o grabé historias en los recitales, con un teléfono de baja calidad que nunca refleja lo que quiero mostrar y mucho menos graba bien el sonido.

Ser usuario de redes se ha convertido en sinónimo de ser consumidor, y muchas veces tenemos problemas con este consumo. Sacamos una foto para contarles a nuestros pocos seguidores que estamos en el recital, para que la persona con la que nos coqueteamos sepa que no estamos en casa esperando o para decir de algún modo que existimos. Grabar videos para etiquetar a amigos y que la salida grupal quede con registro. Documentar de modo difuso todo el evento para luego hacer un video en TikTok, estas y otras tareas para muchas personas son indispensables.

Existir en redes sociales se ha vuelto cada vez más un deber ser más que un disfrute. Sostener una imagen pública es un desafío incluso para quienes solo quieren hacer amigos o buscar pareja. Algunas personas eligen mostrar su cuerpo, entonces hay cientos de fotos en poses similares, otras hacen videos de rutinas de actividad física y demás. Algunos eligen mostrar el día a día, todas sus ingestas y el primer plano de los platos.

Los usuarios con gustos artísticos eligen también fotos y las referencias, música, poesía y otros planos, aunque se trate solamente de una tarde tomando mates con amigos, hacen un contenido con intenciones de profundidad existencial.

No es posible imaginar una retracción de la población al uso del celular. Por eso es necesario detenernos en los beneficios y en los daños que puede generarnos la costumbre de grabar todo cada vez que salimos de casa.

Particularmente en los shows artísticos se vuelve molesto para quienes deciden no tener el celular en la mano y disfrutar del espectáculo, pero en muchas ocasiones también para los artistas. Desde el escenario un artistas vé solo celulares y no los rostros del público, la interacción se multiplica con los seguidores de cada usuario pero se desvanece con quienes de hecho están cara a cara. Ser público en el presente corre el riesgo de ocupar el rol de trípode de una performance, de un objetivo parado registrando y viendo el show por la pantalla, para luego revivirlo y contar como fue también mediante videos.

Desde la cantante Adele hasta el grupo de Corea del Sur Black Pink hicieron mención a este tema en sus multitudinarios shows, pidiendo a su público que deje de grabar para poder verlos a la cara. Otros artistas,como Taylor Swift o la banda Coldplay diseñaron momentos del espectáculo para hacer que los celulares interactúan a modo de iluminación, ese camino para ser el más prometedor, ya que si no pueden quitar el celular de nuestras manos por lo menos nos ponen a hacer cosas que también sirve para el registro profesional.

Décadas atrás en la movida del rock nacional el problema con el público eran las banderas, para dar cuenta de la presencia cada grupo quería ser visto y nombrado, pero aun esa práctica tenía una finalidad de interacción con el escenario. Antes de que cada persona tenga una cámara en el bolsillo, asistir a un recital era sinónimo de desconexión de la rutina, del trabajo o la escuela. Y a su vez, representaba el ingreso a un mundo en el que solo importaba la música, sus mensajes y nuestros amigos. Cantar, saltar y gritar sin tener las manos ocupadas sosteniendo un objeto y sin miedo a que nos roben el teléfono es una experiencia que todos deberíamos poder vivir.

festival bandera

Todos los seres humanos hacemos lo mismo pero con motivaciones muy distintas. Hay personas que van a recitales solo por contar que fueron, y ni siquiera tienen un gusto particular por el artista que convoca. Hay otros a los que les gusta lo que están por ver pero no pueden salir del modo trípode al modo espectador. Existe un placer particular que se da cuando fijamos nuestra atención en un hecho artístico, en el teatro le dicen convivio, en otras disciplinas le dicen experiencia estética o contemplativa. Se trata más o menos de tener el privilegio de encontrarnos con todos los sentidos puestos en un algo que está siendo frente a nuestros ojos sin ninguna finalidad posterior. El filósofo alemán, Immanuel Kant, llama a esta práctica placer desinteresado.

Lejos de la mirada que juzga y de cualquier intento de prohibición, y esperando no sonar snob por traer conceptos de estética al asunto, la invitación sería problematizar nuestro lugar de consumidores de imágenes y reproductores de contenido, y permitirnos de nuevo por momentos ver el show, abrazar lo que pasa sin que exista un registro de eso. Sentir la música y dejar que lo que suceda se escape con el paso del tiempo, conectar con el artista sin producir nada.

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