Ocupar los escenarios y la escena

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Foto de Matilde Terán

El 21 de noviembre de 2019 se sancionó la Ley “de cupo femenino” sobre los escenarios. Una manera de generar oportunidades que la industria de la música no estaba dispuesta a ceder sin una ley que lo promueva. Si bien aumentó el número de mujeres y personas LGBTIQ+ en ocupar los escenarios, aún quedan prejuicios y estereotipos que desterrar.

Lo que se conoce como los inicios del feminismo, allá hacia fines de 1700, tuvo que ver con la proclama de las mujeres por no ser nombradas ni reconocidas como ciudadanas en la declaración de los derechos del hombre, durante el proceso del fin de los viejos sistemas políticos. Luego, un par de siglos más tarde, una de las primeras luchas que popularizó al feminismo como movimiento fue el reclamo de las mujeres por el derecho al voto y un poco después, al cupo de participación política. 

Si hay algo que ha ocupado desde siempre espacio en las agendas feministas, es el eterno reclamo de ser reconocidas por nuestras capacidades y no por lo que se consideran nuestros roles o atributos de género. El feminismo siempre está luchando (entre otras cosas) por ocupar espacios y que además en estos haya participaciones equitativas entre hombres, mujeres y diversidades.

El 21 de noviembre de 2019 en Argentina se sancionó la ley “de cupo femenino” sobre los escenarios. Y como toda ley de cupo, ésta no fue una excepción en reavivar polémicas en torno a cómo las mujeres y diversidades accedemos a espacios de participación. En concreto, la ley promueve que cualquier grilla, estatal o privada, debe tener al menos un 30% de participación de mujeres y/o diversidades sobre el escenario. Algo que parece lógico ante una gran mayoría de artistas, músicos y bandas de varones heterocis siendo durante décadas los protagonistas de la escena musical.

Ahora, la polémica que reavivan las leyes de cupo es cuestionar quienes se “merecen” ocupar ciertos lugares y si tienen “las capacidades” para hacerlo.

Con y sin ley de cupo, siempre resuena el comentario que cuestiona cómo llega un grupo de mujeres y/o diversidades a ser parte de una grilla, y ese cuestionamiento a veces crece proporcionalmente según el nivel de popularidad.  “Suenan mal pero son lindas”, “el productor se las quiere cul3ar” “están de moda las bandas de chicas”, sólo por recordar algunos comentarios que deslegitiman el talento de una artista o grupo.

En 2019, Marilina Bertoldi ganó el Gardel de Oro, el premio nacional más prestigioso del sector musical, por su disco Prender un Fuego. Sobre el escenario, mientras recibía el premio, Marilina dijo: “estuve haciendo investigaciones sobre esto. La única mujer que ganó este premio hace 19 años fue Mercedes Sosa. Este año ganó una lesbiana”. 

Marilina competía contra otros artistas -varones- con trayectoria de años en la escena musical argentina, como Babasónicos, Los auténticos decadentes y Andrés Calamaro. Por supuesto que los cuestionamientos en relación a si ella “merecía” ese premio o no, no tardaron en llegar y las críticas no fueron directamente sobre ella como artista, sino también sobre la legitimidad del premio como un galardón de prestigio. 

Este ejemplo grafica una situación muy cotidiana que opera aún hoy dentro del sentido común, tanto de quienes viven de la música como de sus consumidores. 

En la escala con la que se valora a artistas de la música todavía persisten los sexismos. Por ejemplo, ¿cuántas veces escuchamos decir de una artista mujer que es prodigiosa, talentosa y atractiva? ¿y de un varón? Esos tres atributos generalmente no son parte de la misma frase con la que se valora a las mujeres en la escena musical. 

Las divisiones y los estereotipos de género también pesan en espacios en donde se mide la popularidad de mujeres y varones. Y esa popularidad no es juzgada igualitariamente. Sobre las mujeres, lesbianas y trans de la escena musical, es mucho más difícil legitimar la experiencia o habilidad artística que con varones heterocis, a quienes una valoración como el talento y la confianza en escena, les son atribuidos menos mezquinamente que a las mujeres.

Entonces, retomo lo que mencionaba al principio en relación a las polémicas que generan las leyes que establecen cupos de participación. Reavivan discursos arraigados en el sexismo y a veces también en la meritocracia, pero más allá de eso, la ley de cupo femenino genera oportunidades que la industria de la música no estaba dispuesta a ceder sin una ley que lo promueva. Desde su sanción pasaron muy pocos años aún, pero los porcentajes de participación de mujeres y diversidades en escena crecen, y esto tiene múltiples impactos positivos sobre artistas que pueden consolidarse como tales debido a la mayor cantidad de ofertas para formar parte de grillas. 

La época del hombre consagrado al nivel de deidad en el rock va quedando atrás. Hoy la escena es más diversa, y vemos bandas integradas por mujeres, disidencias, mixtas, ocupando escenarios, generando referencias para otras generaciones de niñas y adolescentes que ven como una posibilidad desarrollarse como artistas y no quedar relegadas  tan sólo al lugar de la groupie o fan. 

Mariana Rodríguez Fuentes es música, integrante de Remedios Descarada, lic. en Ciencias de la Comunicación, lesbiana feminista.

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