“Las violencias sobre los cuerpos de las mujeres se multiplican, se profundizan, crece la crueldad, aumenta sin parar, gana en sofisticación”, reflexiona Lala Pasquinelli, abogada, artista e integrante de Mujeres que no Fueron Tapa. Ante esto, un Estado ausente. “Se quebró el pacto social. Nosotras cumplimos, el Estado no”.
Estoy leyendo un libro sobre la vida de Domitila Chungara, lider social diríamos hoy: una mujer con una profunda conciencia de su origen, de su clase, de su ser indígena. Me conmueve, me da rabia, me enfurece, me interpela.
Su historia está entrelazada con la de las luchas de los obreros mineros en Bolivia, en 1952. Ella, en un pueblo minero, ya sabía lo que era el trabajo doméstico no remunerado, y le hizo su propia huelga a su marido para hacerle entender que los patrones pagaban por uno, pero trabajaban dos, y que lo que ella hacía en la casa, era trabajo, tenía valor y que, si lo hacía afuera, en la casa de algún gerente de la compañía, se lo pagaban. Las mujeres se organizaban en el Sindicato de Amas de Casa, para acompañar a sus compañeros en la lucha por sus derechos, se movilizaban, cocinaban, aprendían a cuidar a sus niños, hacían huelgas de hambre, se armaban, hacían lo que hiciera falta para tener una existencia digna y que, ellas y sus familias, no fueran aplastadas por los gobiernos que estaban en manos de las corporaciones mineras. Desarrollaron sus estrategias, arriesgaron sus vidas. Muchas y muchos morían en matanzas que el ejército, al servicio de los patrones, llevaba a cabo. Pero seguían, una otra vez y otra vez, y otra vez.
Leo y releo este libro sobre la vida de Domitila Chungara y pienso en nosotras, mujeres latinoamericanas. Pienso en esta chica Agustina que mataron estos días, en la mujer que fue asesinada por su marido de un martillazo en la cabeza, y en las que mataron en los días anteriores. Después, pienso en las violaciones en grupo de los primeros días del año, en la nena de doce años embarazada a causa de una violación, que fue sometida a una cesárea en lugar de una interrupción legal del embarazo, a la que el Ministro de Salud en persona le fue a hablar para que no aborte y ahora el Gobernador dice que le van a dar el bebé a una “familia importante”. Todo eso pasó en 18 días de este año.
Las violencias sobre los cuerpos de las mujeres se multiplican, se profundizan, crece la crueldad, aumenta sin parar, gana en sofisticación, basta con mirar las publicidades sobre la industria de la medicina estética para comprobarlo.
¿Por qué no estamos en la calle exigiendo lo que nos corresponde?
¿Qué estoy haciendo yo adelante de esta computadora escribiendo?
¿Será que nos acostumbramos?
¿Será que por más que digamos que no, nos acostumbramos a las muertas, a las empaladas, a las violaciones en grupo, a que entierren vivas a las chicas, a que desaparezcan, a que maten a mujeres adelante de sus hijos, en sus casas o en la calle?
¿Nos acostumbramos a que nos violen, nos empalen y nos maten, que el sistema judicial no funcione, que no haya recursos, que médicos y ministros decidan lo que se les cante sobre nuestros cuerpos y escupan las leyes que deberían aplicar sin que se les mueva un pelo, y frente al aplauso o el silencio del resto de la sociedad? ¿Nos acostumbramos?
La repetición normaliza eso que cuando lo vemos por primera vez nos impresiona, nos indigna, nos conmueve. Se vuelve normal cuando se repite y se repite, aunque a veces cada tanto un caso nuevo más espectacular, más cruel, más violento, nos vuelve a conmover, pasa y así sigue. Si no fuera así, Hollywood no hubiera invertido tantos millones a producir películas que romantizan y normalizan la guerra.
En el medio de este genocidio silencioso, de esta matanza y ultraje de mujeres, de esta siembra del miedo, de este aplastar subjetividades, se aprobaron leyes nuevas y otras ya estaban. Por ejemplo, el Código Penal dice desde 1921 que en caso de violación corresponde un aborto, que en caso de riesgo para la salud de la madre corresponde un aborto, que si un niño está en situación de adopción el juez debe aplicar la ley de adopción y recurrir al listado de adoptantes, y no a las “familias importantes”. A los funcionarios de Jujuy no les importa lo que dice la ley. ¿Y qué pasa? No pasa nada.
Son lindas las leyes, pero no se aplican. También conseguimos leyes nuevas, lindas leyes, bien escritas la mayoría, muy buena literatura. No se aplican. ¿Quién aplica las leyes? El Estado. ¿Qué tiene que hacer? Disponer recursos y acciones concretas para que se cumplan. ¿Lo hace? A juzgar por los resultados, no.
Pero seguimos pidiendo leyes. Las leyes no cambian la realidad, lo saben los operadores del sistema jurídico, especialmente lo saben los que crean las leyes. Las leyes funcionan muchas veces como analgésicos para la opinión pública, y son de creación y distribución gratuita, con los recursos que ya existen se aprueba una ley, sale en todos los medios, nos abrazamos y aplaudimos. ¿Qué pasó? Nada, literatura.
Y en la desesperación y en la indignación le pedimos al Estado, el Estado que viola las leyes, el Estado que no las aplica. Y ponemos nuestra energía en pedirle al Estado que es el representante institucional del patriarcado.
No nos dan, y seguimos pidiendo, y se nos va la creatividad y la energía en pedirle al Estado, como se le pide a dios.
Yo no le quiero pedir más al Estado, yo le quiero exigir, porque el contrato social con nosotras se quebró, no recibimos nuestra parte, ni salud, ni seguridad, ni educación. Nada hay para nosotras. Pero nosotras hacemos nuestra parte: seguimos reproduciendo a la sociedad, criamos, amamantamos, limpiamos, cuidamos hijos, viejos, parejas. Parimos en contextos de inhumanidad, maltratadas, destratadas, violentadas, aunque obviamente, tenemos una ley para parir con respeto, pero no se aplica tampoco así que parimos sin respeto igual y lo hacemos sin reconocimiento de ninguna naturaleza.
Nosotras cumplimos, el Estado no.
Tenemos que decidir que vamos a hacer.
Y si el pacto social se rompe, no hay Estado.
No quiero que le pidamos más al Estado. Quiero que nos sentemos en la Avda. 9 de Julio y en cada avenida principal de las ciudades y en cada calle principal de cada pueblo hasta que el Estado cumpla con lo que nos debe. Que hagamos la huelga más grande de todos los tiempos, huelga de todo: de cuidados, de vientres, de hambre, de lo que haga falta. Por tiempo indeterminado o por siempre, no lo sé. Prefiero sentarme a esperar en la calle con otras y otros que quieran exigir que cambie todo, a seguir sentada atrás de esta pantalla leyendo tweets y esperando la noticia del próximo femicidio.