Higui de Jesús fue absulta luego de ser acusada injustamente por defenderse de una violación grupal, en 2016. Fue la organización lésbica feminista quien impulsó una campaña federal para lograr su liberación y hoy su absolución. En esta nota, Mariana Rodríguez Fuentes reflexiona sobre los alcances de esta conquista colectiva y de Higui como nuestra heroina.
Emocionada y a 1.300 km del lugar de los hechos, escribo sobre la reciente absolución de Higui. Un suceso de vital importancia para las lesbianas y para las identidades disidentes en general.
Para quienes no conozcan el caso de Higui hago un breve resumen de una historia que lleva 6 años esperando Justicia.
En 2016 en una villa de la provincia de Buenos Aires, un grupo de varones se avalanzó sobre Higui cuando regresaba a su casa para molerla a palos y violarla por lesbiana. Ella; pobre, marrona y machona, sin esperanzas de que la policía sirva de algo, se defendió sola, hirió de muerte a uno y logró salir viva para contar la historia. Cuando la policía la encontró, la llevó al calabozo en estado de shock, desvanecida, golpeada y con las ropas rasgadas, porque como enseña este sistema, la culpa siempre es de la víctima.
Lo que le pasó a Higui es el extremo de una violencia que las lesbianas denunciamos hace décadas. Las mal llamadas violaciones correctivas persisten y son parte de un imaginario sexista que piensa que a las lesbianas nos falta o necesitamos algo. Algo que parece el escalímetro de miles de asuntos, casi una medida global: el falo.
En un mundo sexista, patriarcal y cisheterosexual, las lesbianas podemos ocupar espacios según cuanto “pasemos”, es decir, cuanto menos se te note, cuanto más blanca, instruída y con poder económico seas, es más viable tu existencia.
Esa no fue la suerte con la que corría Higui, porque ella representa todo lo que ese mismo sistema expulsa, repele, no quiere adentro. Y es por eso que hoy, su absolución es una esperanza de que la Justicia pueda dejar de ser ese antro patriarcal que carece de cualquier perspectiva en materia de género y derechos humanos.
Higui hoy es nuestra heroína, porque además logró lo que hace mucho no nos pasaba. Nos unió, nos dió el empuje para volver a articular un movimiento que necesita escucharse y poner en palabras las violencias cotidianas, los estilos de vida que no encajan en los planes sociales, las demandas de salud que no son reconocidas, las formas de ser que son resistencias diarias. Higui logró que el movimiento lésbico se una por su causa y por su libertad.
Y si bien esto se dió principalmente en Capital Federal, hace unas pocas semanas un Tortazo en las sierras cordobesas ratificó esa necesidad de amontonarnos.
Higui salió de los tribunales emocionada agradeciendo el cariño, el respeto y las fuerzas. Y pidió que vayamos con todo ahora para encontrar a Tehuel; porque así es la historia del lesbianismo en este país, poner el cuerpo y la organización para todas las luchas en las que el feminismo abonó el terreno.