Los escraches en Tucumán

A través de las redes sociales de un grupo de jóvenes feministas tucumanas, empezaron a circular relatos de abusos sufridos por adolescentes y jóvenes. Muchos de esos relatos transcurrieron durante la escuela secundaria, el escenario parece repetirse una y otra vez con distintas variantes: una adolescente siendo manipulada y violentada por uno o varios adolescentes varones.

Mientras en el mundo de la política de adultos, y sobre todo en ciertos sectores conservadores, se rechaza la implementación de la ley 26.150 de Educación Sexual Integral, la realidad en el mundo adolescente no se detiene.

Hace algunos días, a través de la cuenta de Instragram de un grupo de jóvenes feministas tucumanas, empezaron a circular relatos de abusos sufridos por adolescentes y jóvenes. Decenas de chicas relataron situaciones de abusos vividas años atrás. Muchos de esos relatos transcurrieron durante la escuela secundaria, y el escenario parece repetirse una y otra vez con distintas variantes: una adolescente siendo manipulada y violentada por uno o varios adolescentes varones. En la mayoría de los casos los abusadores no eran absolutos desconocidos, sino que formaban parte de entornos cercanos, y muchas adolescentes fueron violentadas a la vista de otras personas.

“Lo cuento para que no le pase a otras”

El término escrache hace referencia a un tipo de manifestación política de acción directa en el cual activistas se dirigían al domicilio, al trabajo a los espacios públicos para denunciar a una persona o grupo de personas, y hacer que la sociedad se entere de esa denuncia. En nuestro país, los escraches que hicieron los organismos de derechos humanos a los cómplices y participes de la última dictadura cívico-militar popularizaron el término.

Con el surgimiento de una juventud feminista y el avance de las redes sociales, el escrache fue cambiando de forma y se adentró plenamente en las esferas virtuales. Entonces, una chica cuenta lo que le pasó y manda su relato a una cuenta manejada por grupos de jóvenes, que resguardan la identidad de la víctima y hacen circular el relato. Un caso emblemático fue el de Cristian Aldana, cantante del Otro Yo, que llevó a la conformación del grupo “Ya no nos callamos más”, donde muchas mujeres comenzaron a relatar situaciones de abusos cometidas por integrantes de bandas de rock, y derivó en una posterior denuncia penal y en el actual encarcelamiento de Aldana.

El escrache sirve a la víctima para poder contar lo que le pasó, compartir con otras mujeres y dejar atrás los sentimientos de soledad, culpa o el resto de esas emociones que conllevan las situaciones de abuso.  El escrache también se emplea como una herramienta de seguridad feministas, ya que genera una red de información sobre ciertos abusadores, violentos y misóginos.

Si bien el escrache virtual no representa una denuncia judicial y, muchas veces puede no derivar en eso, es cierto que en estos casos su función política tiene que ver con otras cosas. La decisión de creer en un mensaje que circula desde lo virtual sin saber el nombre de la víctima, es una decisión política. Si aceptamos la desigualdad estructural entre hombres y mujeres, y la historia de violencia que esta tiene, la decisión política de adolescentes, jóvenes y adultas de creer sin dudar en los relatos de violencia y abuso que circulan es claramente entendible.

No sabemos cuántos relatos de abusos similares a los que circulan hoy pasaron. No es difícil suponer que  miles de mujeres de Tucumán fueron violentadas durante su adolescencia y miles de historias de inicio sexual están marcadas por el abuso, la confusión y la desinformación. Y que, lamentablemente, miles de varones tucumanos fueron y son violentos durante la adolescencia.

Como adultos, ¿pudimos haber hecho algo para evitar estas situaciones? ¿Hicimos algo después? ¿Garantizamos saberes básicos sobre sexualidad a las adolescencias que tenemos a cargo?.  No hablar, negarnos a que reciban Educación Sexual Integral y negar la presencia de la sexualidad en la adolescencia no parece ser un método efectivo. Las pruebas están a la vista.

Educación Sexual Integral para proteger

Mientras en el mundo de la política de adultos, y sobre todo en ciertos sectores conservadores, se rechaza la implementación de la ley 26.150 de Educación Sexual Integral, la realidad en el mundo adolescente no se detiene, la curiosidad sobre lo sexual deviene en prácticas de competencia, en circulación de mitos e imaginarios que difícilmente desde el mundo adultos podamos entender.

La ley 26.150 de  Educación Sexual Integral pensada para trabajar con adolescentes se propone dialogar sobre los vínculos afectivos y sexuales que cada persona lleva adelante. A las personas que pertenecemos a generaciones anteriores a la ley nunca nos enseñaron cuales era los vínculos saludables y cuáles no, ni mucho menos cuales son modos de violencia que todos debemos evitar.  Nos enseñaron a callar y sentir vergüenza por hablar de ciertas cosas en público, y eso se nota cada vez que, como padres, madres o tutores tenemos que hablar algún tema vinculado a la sexualidad con nuestros niños, niñas y adolescentes.

Las adolescentes víctimas de violencia no pudieron denunciar hasta hace apenas unos días. Más aún,  durante años no pudieron pedir ayuda. La Educación Sexualidad Integral brinda herramientas psico-sociales para que niños, niñas y adolescentes puedan decir No, expresar lo que les pasa y buscar ayuda en caso de haber sido violentados. Porque es cierto, no podemos estar a cada segundo en la vida de nuestros adolescentes, pero si podemos hacer que las herramientas de la ESI las/los acompañen, y también podemos generar espacios en las escuelas para que puedan hablar si les pasó algo malo.

La ley 26.150 también permite trabajar sobre el inicio de las relaciones sexuales.  Los contenidos curriculares promueven que este inicio sea el resultado de una decisión consciente, con medidas de cuidados y  sin presiones de los pares.  Lejos de incentivar a las y los adolescentes a tener relaciones sexuales, la ESI ayuda a hablar y pensar todo lo que supone llevar adelantes esas prácticas, y a derribar esa presión cultural por debutar.

Ser adolescente, ser hombre y tener relaciones sexuales

La ESI también nos permite trabajar sobre los estereotipos de masculinidad. Esas ideas y mandatos que obsesionan a los varones con, por ejemplo,  el tamaño de su pene durante los años de pubertad. Porque en mayor o menos medida, todos los varones creemos en algún momento que el tamaño del pene nos definirá para toda nuestra vida. Nos habilitará a ser más o menos hombres.

¿Qué sucede con la masculinidad desde los 5 a los 18 años? ¿Cómo es posible que un tierno niño termine siendo un joven o adulto abusador? Lo que posibilita esta penosa transformación es la cultura. Y la ESI, aplicada en todos los años de modo transversal y secuenciado, busca dejar atrás los patrones culturales violentos, y generar prácticas de igualdad.


Si hay miles de relatos de abusos, hay miles de hombres abusadores. Por supuesto que a todos nos cuesta aceptar esa realidad, porque no queremos que ningún familiar o amigo nuestro aparezca jamás en esa situación. Pero la violencia está presente y las victimas ya han tomado la decisión política de no callar nunca más.  Como sociedad, la salida no puede seguir siendo quedarnos callados ante el abuso, sino buscar cambiar esta realidad.

Las feministas en las redes sociales están pudiendo permitir y contener espacios que ayudan a adolescentes y jóvenes. El paso de Instagram a las escuelas debe ser mediado por el diálogo, por el ejercicio de derechos y ello que la ESI supone.  Ojalá el fanatismo conservador no gane nuevamente el sentido común, ojalá el futuro no nos encuentre a todos más ignorantes, menos preparados y con más vergüenza para afrontar las complejas situaciones que se desprenden la sexualidad humana.

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