Fati trabaja una genealogía familiar tucumana, desarrolla vínculos colectivos de amor, de crianza y de muerte. La vida en un pueblo, que son tres, se presenta de maneras maravillosas frente a la ciudad que sigue prometiendo progresos, futuros y vida. La lengua tucumana, en su formato más coloquial, es elegida para presentar la lectura como una charla con una amiga que tiene mucho para contar.
Este cuento fue escrito por Fátima Lencina.
Vengo de una familia de tres pueblos, de tres pueblos en los que hay que morir para irse. Todos se conocieron en el medio de ese triángulo extraño que se forma entre Mancopa, Esquina y el Cortaderal. Los tres ubicados al Este de un Tucumán de tierra y lejos del mar. Y, para que no fuera distinto, el centro de mi casa estaba en medio de la planicie, entre caña y esteros. Cuando llovía, solo se veía el agua corriendo de tan plano que era. Debe haber sido por eso que en las tardes me gustaba ir a la terraza. Desde arriba siempre se puede ver cómo se extienden las cosas.
La gente que vive en los pueblos es siempre la misma, aunque entre ellos se vean muy distintos. Por eso nosotros, mis hermanos y yo, somos pardos con manchas bien marcadas, unas partes más blancas, otras marrones y otras que no sabemos de tanto que se nos entreveró la sangre. Mi lugar de pertenencia es Mancopa. No soy de “Mancopa grande”, como le gusta decir a quienes viven a la par del cementerio, en el centro. Mi casa queda lejos, hay que caminar bastante para llegar, y tiene mucha historia: ahí nació mi papá, mi hermano y yo. También la mamá de mi papá y su papá, es decir, el abuelo de mi papá. La abuela de mi papá no, porque a pesar de ser la prima del abuelo de mi papá no eran tan cercanos. También la tía Zulema y la tía Rosa, mis tías abuelas o las Tías. Dicen que por orden de llegada al mundo nos fueron asignando, a mi hermano y a mí, las madrinas. Como yo nací primero, me tocó la tía Zulema; a mi hermano, la tía Rosa. Lo mismo pasó con las camas.
Mi abuela, la mamá de mi papá, también nació en la casa de Mancopa, pero no fue un día tan luminoso porque, pobre, ella nació medio mal. Mi tía Zulema decía que había que entenderla, que tenía la cabeza tomada. Para mí solo era mala y tonta, más tonta que mala. Aunque a veces le ponía tanto empeño a ser mala, que le salía con un cierto talento y la hacía no parecer tan tonta.
Como si no fueran muchos, se sumó el amigo de Esquina del tío Miguel (hermano mayor de la tía Zulema y de la tía Rosa), mi abuelo Chacho. Fue el tío Miguel quien le presentó a la tonta de mi abuela Negra y, como ella era tonta pero no tan tonta, se quedó embarazada en un santiamén. A los diecisiete años ya era mamá de mi papá y, como era tonta, él se quedó con los abuelos y las tías. El Nene también se sumó.
El Nene era (hablo en pasado porque ya se murió y lo enterraron en el centro de Mancopa) el hijo del tío Loco de mi papá. El Loco había conocido a la madre del Nene en el Cortaderal y, como era de esperar, la llevó a vivir a la casa y ahí ella le dio de mamar también a mi papá. Mi papá era el Chiquito y el Nene el primo. Después, al tío Loco le subió más la locura y se fue a Buenos Aires, dejando a esta señora y al Nene en Mancopa. Como pasaba el tiempo y ningún tren lo traía de vuelta, ellos también se fueron. Así contaban las tías, dicen que lo hicieron una tarde en sulky, muy tristes. También que el Nene y mi papá lloraron varias noches porque los habían separado de casa.
En el Cortaderal vivía mi mamá: la Nena. Mí mamá era hija de mi abuelo, y al parecer, no de mi abuela (hablo en pasado porque ya se murió y la enterraron en el centro de Mancopa). Mi abuelo era militar y mi abuela una vieja enana de ojos achinaditos y un color de piel rosada, caderas anchas, boca finita y nariz aplastada. Miraba siempre de reojo a mi mamá que, en ese momento, era una nena chiquita de ojos grandes, blanca papel y tenía una boca carnosa y bien marcada. Pero él no quería ser militar, no le gustaba ser jefe y policía. A él lo que le gustaba era la ópera, cocinar y tener muchos amigos. A mi abuela le gustaba mi abuelo y, como a mi abuelo le gustaba que su segunda hija no tuviera los ojos achinaditos, a mi abuela no le gustaba mi mamá.
Las tías cuentan que mis abuelas, la tonta que no era tan tonta pero que tenía talento para ser mala y mi abuela que no era la mamá de mi mamá, habían sido compañeras de la escuela, que no se querían, que siempre se miraban feo y que las dos, al final, terminaron siendo parecidas. Capaz por eso el Nene, que era primo hermano de mi papá (y más que primos porque habían tomado la misma teta) y que también era primo de mi mamá, le presentó la Nena al Chiquito y el Chiquito a la Nena.