Lecturas de fin de semana | Internación Domiciliaria

Diseno sin titulo 9

Marea Emocional es un espacio de formación en la escritura narrativa coordinado por María José Bovi. En los talleres individuales la propuesta es de construcción de obra discursiva. En los grupales, se trabaja con diversas propuestas de escritura, entre ellas: Narrar Los Cuerpos, Prohibido No Mirar, Narrar Mi Memoria. En este espacio, compartiremos producciones escriturales de autores/as que se encuentran trabajando en dicho espacio y que serán ilustrados por artistas plásticos nucleados en la Editorial Garambainas.

La producción literaria en el NOA —y desde él— crece de manera exponencial, año a año. Esta sección se presenta como un espacio de publicación editorial, literario y escritural para difundir estas voces que se encuentran en trabajo de escritura, lectura y edición.

La ilustración de este texto es de Matías Muzzillo, historietista e ilustrador nacido el 5 de abril de 1983, en Ramos Mejía, Buenos Aires. Actualmente reside en la Provincia de Tucumán. Ganador de premios del Fondo nacional de las Artes con sus obras “Yilé” (publicada por Historieteca) y “Quién fue Bazán Frías”. Público también “Nación Zombie” digitalmente y en antologías.

La ilustración de este texto es de Matías Muzzillo, historietista e ilustrador nacido el 5 de abril de 1983, en Ramos Mejía, Buenos Aires. Actualmente reside en la Provincia de Tucumán. Ganador de premios del Fondo nacional de las Artes con sus obras “Yilé” (publicada por Historieteca) y “Quién fue Bazán Frías”. Público también “Nación Zombie” digitalmente y en antologías.

Internación Domiciliaria

Nico Cano 

Me llamaron al trabajo para alarmarme por una cirugía de mierda. Los cálculos los tiene hace siete años y justo cuando vuelve una semana con su familia le explota la vesícula. Que encima es mi culpa porque yo lo hice estresarse con todas esas discusiones. No fue estrés, Marta, con tus recetas ya te llevaste las vesículas de tu marido y de dos de tus hijos. Y de la diabetes de tu suegro no hablemos. Tenés que aceptar que ya nadie te cree una santita. ¿Vejez? ¿Pico de estrés? Pico de glucemia e insulina vencida. La viniste a cambiar y te llevaste la vieja. Accidente las pelotas. Así que dale, seguí nomás recomendándome tus dietecitas para tu hijo. Yo te lo cuido, Martita.

En el hospital me hicieron pasar para ver el proceso de las curaciones. Me explicaron que la colecistitis se complicó y que, para asegurarse de limpiar del todo internamente, tuvieron que abrir más. “El carácter urgente de la cirugía” esto, “El carácter urgente de la cirugía” esto otro. Ante tantas advertencias pensé que me lo entregarían famélico e inútil. Pero ahí estaba, fingiendo que dormía mientras le aflojaban la faja, le retiraban la cinta, limpiaban su herida y volvían a colocarle la gasa, el algodón, más gasa y más cinta. ¿Entendió?,  asentí con la cabeza y firmé el consentimiento del alta donde decía que a partir de ahora era responsable del paciente. Nada nuevo.

Internacion Domiciliaria Matias Muzzillo

Fumaba afuera de la casa para evitar su tos y le tomé el gusto a las gaseosas mientras le servía agua del caño. Él tomaba buscando el sabor y, luego de tragar, apenas abría la boca como si dudara de contarme algo. Una vez le pregunté si quería decirme lo que pensaba y negó con la cabeza. Tomó otra cucharada de puré de zanahoria, lo untó sobre una tostada de hace tres días y la mordió mirando a la nada. Mis ravioles se endurecieron y la salsa pasó a tener un sabor dulce y plano. Terminé y salí de la casa para vomitar. Volteé y me miraba desde la sala. Volví a zancadas, pero cuando azoté la puerta seguía con la boca entreabierta mirando un punto fijo sin notar siquiera que una mosca nadaba en su vaso.

Cuando salí del baño ya estaba acostado sin faja. Había acomodado el Pervinox, el agua oxigenada, las gasas y el algodón. Había un vaso a tope burbujeante donde flotaban dos hielos. Me senté a su lado en silencio y comencé. Agua oxigenada. Algodón. Pervinox. Algodón. Gasa. Algodón. Gasa. Cinta. No estaba la cinta. Me levanté a buscarla, pero cuando volvía le cayó encima del vientre la gaseosa y la cama quedó empapada. Para cuando terminé de higienizarlo, ya tenía el cuerpo frío. Dormí a su lado, pero se levantó a las cuatro de la mañana para defecar en el baño. Dolía. Lo escuchaba quejarse, tirar la cadena y volver a caer sentado en el inodoro. Sufría. Me levanté y esperé junto a la puerta a que sus quejidos acabaran. Después de minutos de silencio, lo sentí jadear. Oí el húmedo golpeteo de su mano sobre su pene y cómo aceleró hasta soltar un gemido ahogado. Abrí de golpe la puerta y estaba ahí: dormitando con el miembro flácido. Flotaba toda su mierda. Cerré despacio y dormí en la puerta.

La primera vez que usé agua oxigenada al veinte lo hice porque no quedaba la de diez. Las burbujas se multiplicaron y eran más voluminosas. Él miraba para otro lado porque decía que le daba impresión ver su cicatriz. Yo frotaba la punta de mi yema presionando poquito, buscando su espasmo para luego reponer inocente “ah, ahí es”, “por aquí hay un poco de pus” y presionar con el algodón. Luego, colocar esa bolita blanca en su ombligo para que el líquido no se precipite y colocar el Pervinox. ¿No arde verdad, corazón? Yo sabía que sí y que este machito iba a decir que no. No, Ro. Estoy bien. Y pararme a buscar gasas, pero resbalar y justo caer en su deforme panza. Juro que la primera vez no fue planeado. Golpeó la cama y se mordió la lengua. Antes de que abriera los ojos, ya lo besaba para disculparme. No hacía falta más. Mientras mi baba seguía uniéndonos, cuando me levantaba, susurraba su te perdono o está bien, Ro. Y yo sonreía y armaba su sándwich de gasa relleno de algodón aderezado con más Pervinox como a él le encantaba. Ajustaba la faja y lo dejaba dormir.

Si un agua oxigenada de veinte hacía esa cantidad de burbujas… ¿Cuántas hará uno de cuarenta o de cincuenta? De esas que le dejó su madre para que me destiña y tenga el cabello rubio como ellxs. Pero seguro nota la diferencia en el ardor o en el crepitar de las burbujas. Debería seguir con la de veinte y conformarme. ¿Qué, cariño? No, no puedo entrar a dormir amor. Tengo que sacar unos presupuestos para mañana, vos descansá que luego me sumo. Y mientras tipeaba, recordaba el golpeteo torpe de su masturbación acelerarse. Jadeaba y el roce de las sábanas llegaba hasta mis oídos calentándome de a poco. Abro la puerta y está ahí. Tieso. Tapado. Boca arriba. Lo destapo y dejo su pijama a las rodillas. Pide explicaciones, se despierta mientras sostengo su pene y espero a que crezca y me ofrezca resistencia. Le escupo en su boca entreabierta y, cuando intenta incorporarse, presiono su piel lacerada bajo la faja. Palpita suave. Bajo el prepucio y lamo el glande. Acaricio sus huevos ya velludos y su mano me sostiene el antebrazo. Cede la presión si humedezco el tronco. Ya casi llega a once centímetros, pero no está lo suficiente firme para penetrarme. Deja caer su brazo y cuando volteo a mirarlo, eyacula sobre las sábanas. Frunce leve el ceño y sus molares se unen mientras contiene la respiración. Exhala, mira sin ver, y la comisura de sus labios esboza satisfacción. Contengo mis ganas de engullir su glande.

Desperté antes, jadea con su boca pestilente. Tiene los dientes amarillos, las encías inflamadas y los labios resquebrajados. Me levanto y envuelvo hielo en pañuelos de tela. Los apoyo en su cuello para refrescar su frente afiebrada, sus mejillas enrojecidas. Susurra algo que no me importa y le retiro la faja. Agua oxigenada. Algodón. Agua oxigenada. Algodón. Pervinox. Soplo. Gasa. Lamo. Algodón. Beso. Gasa. Cinta. Faja. 

Te callo con un beso y aprieto tu piel lacerada. Muerdo tu labio inferior y busco trabar tus manos con mis pies. Miro tu gesto expectante e imagino tu pene engrosándose. Quiero ahogarte con mi sexo, pero me detengo: sé que te gustaría. Te acomodo en el asiento del acompañante y lo reclino. Simulo ponerte el cinturón, pero desisto. Iré despacio, mi amor

En la ruta sobrepaso ciento ochenta, pero en la ciudad no llego ni a veinticinco por hora. Una cuadra antes del hospital, reconozco a la Martita. Ella sí está famélica. Perdió pelo, chupa un pucho apagado y le tiembla la mano que sostiene su cartera. Te toca la ventanilla y quito el seguro. No sé de dónde sale tu hermano con una silla de ruedas y te acomodan en ella. No me saludan. Me diriges la cabeza, pero pareces concentrarte en el aire que hay entre vos y yo. No puedo más que entreabrir la boca y ver cómo te alejan. Tu padre azota la puerta del auto y me señala su camioneta a media cuadra con un lugar vacío de junto. Espera hasta que me estacione para encarar al hospital.

Aquí estoy. Ignoro las puteadas de los familiares. Las amenazas del laburo. Que me despidan. Que bajen tus xadres enardecidxs y repetirles que el carácter urgente de la cirugía complicó todo, no llevar al paciente, no mi casa.

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