La Octava Bienal Argentina de Fotografía Documental en tiempos de feminismo, wedding documentary y bebés que posan como papas

El artista visual, fotógrafo y docente de la Escuela de Bellas Artes (UNT), Pablo Masino, realizó para La Nota un profundo análisis alrededor de diversas implicancias que atraviesan al ámbito fotográfico en Tucumán, pero desde el cristal de la última, y reciente edición, del emblemático festival de fotografía documental que se realiza en la provincia desde hace 16 años.

Por Pablo Masino

Para empezar, quisiera destacar que la Bienal significa un esfuerzo enorme de muchísimas personas que -desde mucho antes de las fechas de inauguración- comienzan a involucrarse con el proyecto; se trata de los verdaderos protagonistas, la familia bienalera que le pone el cuerpo a la cosa. En esta oportunidad abarca un equipo técnico de más de cuarenta personas que trabajó incasablemente coordinado por las productoras/gestoras Jessica Rosa y Agustina Font (incansables y enormes también). Por otro lado, la dupla Julio Pantoja/Diego Aráoz, al igual que en 2016, arroja la mirada curatorial general desde la dirección.

La Bienal Argentina de Fotografía Documental se presenta como un evento de importante escala que cada dos años y desde 2004  -en ese entonces dirigida por Julio Pantoja y Gabriel Varsanyi– da cuenta de la coexistencia de discursos en el campo de la fotografía y su relación con los conceptos de documentación y registro; esto se logra atrayendo a diversas personalidades del campo de la fotografía a la provincia. Siempre se planteó como un evento abierto al público en general, con gran cantidad de actividades gratuitas (prácticamente todo a excepción de la clásica revisión de portfolios y algunos talleres). Naturalmente supone un recorte arbitrario y al mismo tiempo un posicionamiento discursivo a cada decisión tomada sobre lo que se exhibe. Lo cierto es que desde hace dieciséis años un número incontable de personas, bajo la idea de copar Tucumán de fotografía, arroja a este mundo paladas de imagen y texto.

La afluencia de público nacional e internacional que acude a las actividades que la Bienal ha ido incrementando notablemente; por el contrario, salta a la vista la reducida participación del estudiantado de la Tecnicatura Universitaria en Fotografía, como -así también- de buena parte del equipo docente de una de las pocas carreras universitarias públicas y gratuitas en la disciplina de Latinoamérica. Ocurre entonces, por ejemplo, que Alessandra Sanguinetti, fotógrafa argentina radicada en EEUU, miembro activo de la Agencia Magnum, generosamente acude a la Facultad de Artes para hablar con los 60 estudiantes del último año de la carrera y solamente asisten 15 personas.

Pareciera que estas dos grandes entidades de la fotografía en Tucumán (la Bienal y la Tecnicatura) corren por carriles separados y sólo en breves ocasiones se cruzan. Quizás me paro desde un lugar inocente al pensar que se favorecerían mutuamente; pienso en trabajo conjunto, en prácticas profesionalizantes que signifiquen formación para un futuro egresado aún sin perfil, pero claro, te tiene que interesar la fotografía (como mínimo) y también desde la organización podrían generarse propuestas y comunicación para ese ámbito específico.

Tal vez el número de expositores se redujo, pero en general, la Bienal es un evento que crece. No
dejo de pensar en su alcance real, en las modificaciones concretas que genera en el ámbito local.
Recuerdo que en 2008 la viví del lado de adentro y significó un tremendo crecimiento. Era
alumno de la Tecnicatura, estaba en segundo año. Dimensioné que se trataba de un evento de
grandes proporciones y pretensiones pero no fue hasta la etapa de montaje que realmente lo
experimenté. En Infoto recibí mi única formación sobre cuidados en la manipulación del material
fotográfico para su correcta conservación y exhibición. La forma de retribuirle al equipo (que siempre es una joya) es, además de lo empírico, ofrecerle formación (de la más generosa y abierta que se pueda) para distribuir conocimientos y generarle, por un lado, deseo por la fotografía y, por otro, cierto goce por la magnitud de las cosas que ocurren en las esferas del pensamiento y la imagen.

Octava Bienal

Entre las propuestas se destaca el taller gratuito titulado Cuerpos al Margen de Juan Peraz Guerrero (Venezuela), miembro de la Organización Nelson Garrido, Magíster en Teoría y Estética de la Artes (UNLP). El abordaje propone los conceptos de cuerpo y margen como fragmentos fluctuantes dentro de la construcción del lenguaje. Conceptos dinámicos que a lo largo de una historia (otra) de la fotografía (anti-jerárquica, no cronológica y transdisciplinar) son desarrollados por Peraza Guerrero, quien nos habla de cuerpos ausentes, fantasmas, controlados, insubordinados, ficcionados, escenificados, cuerpos-archivo, deseantes, deseados y queer. Poner en valor este tipo de pensamientos rupturistas resulta primordial ­-sobre todo- en un evento donde algunas formas de representación (en extremo dogmáticas) continúan siendo ubicadas en un lugar de privilegio que atrasa.

Arpía Trpitico
Arpía

Un ejemplo claro de esto último es la presencia destacada del reportero gráfico argentino Walter Astrada (1974), quien dentro de esta edición, además de expositor, formó parte de los diálogos abiertos a todo público y dictó su taller de edición de reportajes. En el Centro Cultural Virla, la sede más céntrica de la Bienal, se exponen sus noventa y nueve fotografías de mediano y gran tamaño (60×40, 90×60 y 150×100), se trata de su primera exposición individual en Argentina. En el lugar también se exhiben las producciones de Jorge Augusto Cruz y Pepe Mateos.

Astrada nos muestra el trabajo titulado The Journey; su viaje en moto por gran cantidad de países en una extensa línea de fotografías apaisadas donde las historias son parte de un anecdotario personal en el que las imágenes pierden peso y llevan un mismo tratamiento, ya sea que se traten de sus temáticas más livianas o las problemáticas más crudas y atroces que padecen grupos marginales. Normalización, linealidad, desaciertos no necesariamente generacionales. Viejas formas de fotografiar y editar en medio de un festival que se viene preguntando desde hace
rato sobre otros paralelos posibles, pareciera que intuyendo con certeza que la clave está en expandir, en mirar un poco más allá, en abandonar la diferenciación de la esfera artística, en desafiar el sentido hegemónico y patriarcal, en de-construirse.

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Perra

Vuelvo al aporte de Peraza Guerrero en su taller y comparto un texto de 1989 de Philomena Mariani titulado Rehaciendo la Historia publicado en Mando a distancia – Poder, culturas y el mundo de las apariencias de Barbara Kruger: “¿Quiénes tienen historias para contar?”. Mariani nos habla de la Historia como proceso acumulativo, marginalizador y omisor; como contrapunto sostiene que una serie de historias alternativas “…problematizan la construcción del sujeto y la relación entre conocimiento y poder, este proceso de restablecimiento ha sido también esencial para poner a prueba las visiones masculinizadas y eurocéntricas, que confían en la narrativa lineal y fomentan el empleo de conceptos totalizadores”.

Germen de un poder que debió ser divino

Pensando en el margen, fuera de él, reflexiono sobre la Bienal en los tiempos feministas que corren. Es dentro de la esfera de la docencia que visibilicé el estado de las cosas, coordinando con Varsanyi un espacio de producción e investigación que compartimos durante dos años maravillosos junto a mujeres y disidencias increíbles. Comprendí que hay algo en la marginalidad que nunca voy a poder dimensionar y sobre lo que siempre tendré la obligación ética de esforzarme por observar. Estas personas echaron luz sobre el asunto desde su profunda sensibilidad y, por suerte, permanentemente nos guían con generosidad y sabiduría por dentro y por fuera del mundo de la imagen fotográfica.

Bestiario
 Encuentro

Por otro lado son las FFF (Fuerzas Fotográficas Feministas) las que, junto con un poco de piedras, vienen advirtiendo sobre la desigualdad de la “escena” con sus denuncias. Es notoria la presencia femenina mayoritaria en los espacios de formación en fotografía, sin embargo, históricamente, no lo es en los espacios de visibilización y legitimación. En tiempos en los que los medios gráficos y las agencias de noticias siguen priorizando a los hombres en el trabajo de la calle, la Bienal podría ser un ejemplo de resistencia, para empezar, desde su larga lista de invitados.

En el Museo Timoteo Navarro se exponen los trabajos de Eduardo Gil, María Mines y Rodrigo Claramonte. Un aire de elegancia y expansión contenida se respira en estas salas. Me detengo en nuestra representante expositora tucumana; el trabajo de María Mines se exhibe en la sala más pequeña del Museo. Ver el espacio al que fue destinada la obra Kintsugi hace que me pregunte por la falta de espacio físico vacío en las exhibiciones de la Bienal en general, por el aire que necesita una pieza artística para existir en medio de determinado contexto; es como si se tratara de aprovechar cada rincón, evitando “desperdiciar” pared, cuando ese vacío en realidad es fundamental. Creo que el trabajo de María necesita ese aire alrededor, que la exageración lo puede potenciar y que algún resto de su manera de operar en otros proyectos (ver Instagram) podría colarse aquí. Kintsugi aborda lo objetual y la materialidad de la imagen fotográfica, reconstruye historias pasadas (bombas de antaño que ya explotaron hace rato pero su onda expansiva persiste) como una interconexión de eventualidades que va y vuelve sin pausa; el retrato nos mira desde un extremo de la sala, nos mira la espalda y nos mira a los ojos. Es un discurso sobre la avería y la reparación permanente. El trabajo cuenta con la curaduría de Javier Soria Vázquez; su texto en gran formato sobre la pared acompaña las piezas, sin embargo creo que todas las palabras que se necesitan están en una pequeña postal, ahí, a un costadito, escritas por la artista para que las leas cuando quieras.

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Zorra

El MUNT desborda. La exhibición colectiva curada por Guadalupe Arriegue y Julio Pantoja se propone concretamente cuestionar los límites de la representación fotográfica, experimenta con lo performativo, lo procesual, el dispositivo, la forma en la que la fotografía ocupa el espacio, el realismo y la ficción, la linealidad o no de la narrativa, la construcción colectiva, entre otras cosas. Es una fiesta, una celebración concreta de intuiciones de las que hablé anteriormente.

Personalmente creo que la propuesta de más de cincuenta artistas resulta un poco abrumadora, pero se yergue como el germen de algo importantísimo que, edición tras edición, se va concretando; me refiero a la escena documental atravesada de lleno por la poética contemporánea.

Redefinir roles y categorías

Pienso que, de alguna manera, se trata de que quienes trabajamos con la fotografía asumamos algunas cosas concretas: el mundo se cambia desde la fotografía mientras nos hagamos cargo de que se trata de una experiencia conjunta (no aislada) de relación con el entorno. Se trata de asumir el rol de artista sea cual sea la rama en la que desarrollemos nuestra producción. De buscar nuevas maneras de preguntarle cosas al mundo que habitamos e intervenimos; plantear preguntas y no intentar conquistar verdades.

En definitiva, asumir que hay algo de la experiencia del acto fotográfico que queda fuera de registro y que, obviamente, estamos lejos de poder transmitir. Nuestros esfuerzos no son inútiles, simplemente nunca se llega a nada concreto.

Desde siempre el trabajo de estudios fotográficos privados se ha utilizado para construir la historia del entramado social y sus idiosincrasias. Cuando comencé a escribir pensé en la fotografía de bodas, en los wedding documentary, en la fotografía de recién nacidos metidos adentro de cajones de verduras y en la Bienal como algo diametralmente opuesto. Realmente me lo pregunto: ¿es este comercio un arte menor y la Bienal lo ve desde un lugar elevado? Al fin y al cabo ambos forman parte de la Historia y dan cuenta de las particularidades del momento.

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Cría cuerva

Lo que sí sé con certeza es que esta es la mejor edición de la Bienal Argentina de Fotografía Documental que se haya realizado, que es tucumana, que promueve la discusión sobre aspectos esenciales y que por todo esto -y mucho más- hay que ponerla en valor sí o sí, asistir a todas las muestras que seguirán exhibidas un buen tiempo y agendarse para dentro de dos años la asistencia a cada actividad.


Las fotografías fueron realizadas por Gabriela Rivera (Chile) y forman parte del contenido visual y de análisis del taller “Cuerpos al margen”, coordinado por Juan Peraza Guerrero.

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