Guerreras de la Independencia

Ilustración Chirimbote

De cara al 9 de julio, la profesora de historia Patricia Lasca recupera las luchas de cuatro de ellas.

Por Diario Femenino

El Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816 aprobó la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud América del rey Fernando VII, sus sucesores, metrópoli y de toda otra dominación extranjera. La independencia significó, para las Provincias Unidas del Río de La Plata, la separación definitiva de la Corona española y el camino hacia la formación del Estado Nacional, que se concretó con la sanción de la Constitución Nacional Argentina de 1853.

Cuando se recuerda la guerra por la independencia nos imaginamos campos de batalla poblados de hombres. Sin embargo, miles de mujeres asumieron diferentes roles en la gesta libertadora. Fueron espías, enfermeras, soldados, lavanderas. Desde el barro de los combates u otros espacios hicieron propios los desafíos de su tiempo y contribuyeron de manera fundamental en la causa por la independencia.

María Remedios del Valle: la Madre de la Patria

En 1810, la primera expedición por la independencia partió, desde Buenos Aires, hacia el Alto Perú, entre las filas de hombres iba una mujer liberta, de origen africano, que acompañaba a su marido y a sus dos hijos. Se llamaba María Remedios Del Valle. Por su inigualable contribución a los ideales de libertad el general Gregorio Aráoz de Lamadrid no dudó en decir que esta mujer merecía ser nombrada como «la Madre de La Patria». María luchó en las batallas más resonantes por la independencia, combatió en Huaqui, estuvo junto a Belgrano -quien la nombró capitana- en los triunfos de Tucumán y Salta y en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.

En los combates recibió seis heridas de bala. Atendió y alimentó a los heridos a la vez que perdió en el campo de batalla a su esposo y a sus hijos. ¿Qué más podía entregar o qué más era posible perder? Sin embargo, en cuestiones de guerra el sufrimiento humano no tiene límites: María cayó prisionera durante la batalla de Ayohuma, fue azotada públicamente por nueve días. Finalmente, logró escapar.

Cuando «la parda», como le decían, volvió a Buenos Aires, el Estado había dejado de pagarle el sueldo de capitana. María deambulaba por las calles vendiendo pasteles y pidiendo limosna. La historia cuenta que, cierto día, Juan José Viamonte la reconoció en la puerta de una iglesia y exclamó: «Es la capitana, la Madre de la Patria». El diputado empezó las gestiones para que se hiciera justicia con María. Finalmente, en 1828, la Sala de Representantes le concedió el sueldo de capitán de Infantería. Cobraría la suma de 30 pesos al mes, un salario miserable teniendo en cuenta que un kilo de yerba costaba aproximadamente 70 centavos. Si bien se pensaron algunos proyectos para reivindicar a la Madre de La Patria, lo cierto es que pasaron al olvido.

Guerreras de la independencia: 4 historias de mujeres valientes
María Remedios del Valle, de origen africano, peleó a las órdenes de Manuel Belgrano.

María Magdalena Güemes: espía y mediadora

Con una madre descendiente de conquistadores y un padre funcionario de la Corona española, Macacha, como le decían, hermana del conocido caudillo Martín Miguel de Güemes, formaba parte del exclusivo círculo de la élite salteña. Las fuentes históricas coinciden en destacar la unión de los hermanos, desde la infancia y por el resto de sus vidas. Juntos se involucraron en la gesta de la independencia. Los «infernales» de Güemes eran el ejército de gauchos que los hermanos organizaron y sumaron a la causa.

María se convirtió en una experta espía: con otras mujeres coordinaban arriesgadas misiones de inteligencia. Es sabido que escondían en sus vestidos mensajes con información sobre los realistas que hacían llegar al ejército. Este equipo de espionaje popular fue muy eficaz en complicarle la vida al enemigo.

Cuando, en 1815, Martín de Güemes fue elegido, por voluntad popular, gobernador de Salta, Macacha se convirtió en el verdadero ministro de su hermano, intervenía en los actos públicos, en los asuntos de guerra, montando a caballo y arengando a las tropas.

En 1816, ante el conflicto entre José Rondeau y Martín de Güemes que estaban a punto de enfrentarse, Macacha actuó como mediadora. A raíz de la conciliación se firmó la «Paz de los Cerrillos», en el que se estableció que Salta seguiría con sus métodos de guerra gaucha bajo la conducción de Güemes y brindaría auxilio a las tropas enviadas desde Buenos Aires.

Macacha adhirió al partido federal, y siguió participando de la política hasta 1840.

Guerreras de la independencia: 4 historias de mujeres valientes
Magdalena Guemes

Juana Azurduy: la guerrera

El hogar de los Azurduy, en una hacienda cerca de Chuquisaca (hoy, Bolivia), no estaba formado por un matrimonio convencional propio de la época colonial. Matías Azurduy provenía de una familia española con privilegios y se había casado con Eulalia Bermudes, de sangre mestiza. En el invierno de 1780 se convirtieron en los padres de Juana, quien desde muy joven abrazaría las causas revolucionarias.

La pequeña Juana quedó huérfana a los 7 años, entonces, pasó al cuidado de sus tíos. Durante un tiempo estuvo internada en un convento de monjas, pero por su carácter rebelde fue expulsada. En 1805 se casó con el hacendado Ascencio Padilla, vecino de las tierras de Juana. Eran tiempos felices, pero los dos querían luchar por la libertad, por eso, sus vidas fueron tan turbulentas como dramáticas. El matrimonio, muy pronto, se perfiló como revolucionario durante las rebeliones de Chuquisaca y La Paz, actual Bolivia (en ese entonces territorio del Virreinato del Río de La Plata).

Mientras tanto, en 1810, en Buenos Aires, capital del virreinato, se concretaba la Revolución de Mayo. Ese mismo año se inició la guerra por la independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata. Fue así que, cuando las tropas de Balcarce llegaron al Alto Perú para combatir con los realistas (españoles) en Suipacha, la pareja de caudillos Padilla Azurduy se sumó a la causa independentista en esta batalla, que fue el primer triunfo de las fuerzas revolucionarias.

En los campos de batalla

La historia de Juana demuestra el importante, y activo, rol de las mujeres en el proceso por la independencia. Continuando con sus actos heroicos, luchó en la dura derrota de Huaqui (1811), y después de este combate fue prisionera de guerra junto a sus hijos, luego rescatados por su esposo. La casa, bienes y tierras de los Padilla fueron confiscados por los realistas. Luego siguió combatiendo bajo las órdenes de Belgrano. Juana organizó el «Batallón de Leales» con el que participó en la derrota de Ayohuma.

Tal fue el papel preponderante de esta guerrera que Belgrano, en reconocimiento a su lucha incansable, le entregó su sable, luego del triunfo en el combate del Villar (1816). El gobierno de Buenos Aires, a instancias de Belgrano, la asciende a teniente coronela, la única mujer que recibió este honor por parte del Ejército Argentino.

Juana, con su chaqueta roja de franjas doradas y sombrero con plumas azules y blancas, luchó en el barro de los campos de batalla por la defensa de la patria mientras lo iba perdiendo todo; sus cuatro hijos murieron durante las crueldades de la guerra. Estaba embarazada de su quinto hijo cuando fue herida y cayó prisionera en el combate de La Laguna. Su marido logró rescatarla, pero a él le costó la vida.

Finalmente, ante el nuevo escenario militar de abandonar la ruta altoperuana Azurduy se une al caudillo Juan Martín de Güemes, y a la muerte de éste Juana vivió el resto de sus días en la pobreza. La Flor del Alto Perú, como la bautizó la canción con la voz de Mercedes Sosa, igual que tantas otras mujeres (y hombres) indispensables de nuestra historia nacional, conoció la ingratitud de ofrecerlo todo sin recibir un reconocimiento justo.

Guerreras de la independencia: 4 historias de mujeres valientes
Juana Azurduy

Mariquita Sánchez de Thompson: una mujer que peleó por sus derechos a los 14 años

No todas las mujeres destacadas de esta época lucharon en los campos de batalla. María Josefa Sánchez ejerció su influencia desde la comodidad aristocrática de su casa. Mariquita es bien conocida porque la tradición histórica atribuye que en su casa se cantó por primera vez, el 14 de mayo de 1813, el Himno Nacional Argentino, con letra de Vicente López y Planes y música de Blas Parera. Existen dudas al respecto, aunque el relato tradicional ha quedado en la memoria colectiva.

También es recordada por ser la gran anfitriona de las tertulias de la alta sociedad porteña en su casa de la actual calle Florida de Buenos Aires, o en su quinta de de San Isidro, hoy Casa Museo. En sus residencias se discutían los asuntos políticos más candentes de la época. Pasaron por allí los hombres que tomaban decisiones políticas fundamentales acerca del futuro de la Patria.

Defensora de sus derechos

Cuando Mariquita tenía apenas 14 años, su padre -que había «arreglado» el futuro matrimonial de la niña- organizó la fiesta de compromiso para anunciar el casamiento de su hija con Diego del Arco, quien tenía alrededor de 50 años de edad. Mariquita, en un acto de rebeldía inusual para la época (y en defensa de sus derechos), le dijo a sus padres que no se casaría porque estaba enamorada de su primo segundo Martín Thompson. El hecho fue el mayor escándalo social del año 1801 en Buenos Aires.

Con las cosas como estaban, sus padres recluyeron a Margarita en La Santa Casa de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, un lugar de meditación e introspección, y donde muchos padres o maridos enviaban a las mujeres «desobedientes» a reflexionar. Cuando Mariquita, luego del retiro, volvió a su casa. Ante la negativa de sus padres de otorgar el consentimiento para su matrimonio con Thompson, inició un juicio por disenso ante el Virrey Sobremonte. El trámite llevó cerca de un año, finalmente el virrey le otorgó el permiso para su casamiento.

Una mujer rupturista

Mariquita era una mujer capaz de romper con las normas de su tiempo; se animó a desafiar la autoridad paterna con apenas 14 años, en una época donde las mujeres obedecían primero al padre y después al marido. Se relacionó con hombres notables como Juan Martín de Pueyrredón, Nicolás Rodríguez Peña, Carlos María de Alvear. Fue partidaria de la independencia, con una vida política activa que la llevó, también, a ser amiga de Rivadavia. Su libertad de pensamiento le permitía declararse federal y, al mismo tiempo, propiciar la intelectualidad de la Generación del ’37. Muy amiga de Rosas, sin embargo, se refugió en Montevideo por miedo a ser perseguida por el Restaurador.

Guerreras de la independencia: 4 historias de mujeres valientes
El himno se «estrenó» en casa de Mariquita Sánchez de Thompson el 14 de mayo de 1813.

Mariquita integró la Sociedad de Beneficencia que estuvo, entre otras cosas, al mando de la administración del Hospital de Mujeres, de la Casa Cuna, la cárcel de mujeres y la escuela de huérfanas.

Sus ideas rupturistas la llevaron a cuestionar la idea clásica del matrimonio indisoluble diciendo que «es una barbaridad atarse a un martirio permanente».

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