Estamos en la final y las feministas en modo termo

Messi en la selección argentina

Son las 6.30 am, me levanto con sueño y conecto la tele a Direct TV. Sufro, puteo y desde la otra pieza mi novio Fran viene a cebarme mates. A él no le gusta mucho el fútbol. Es el primer partido de la Selección Argentina de Fútbol Masculino en el Mundial y perdimos.

Salgo en bici al trabajo, todos en las calles enojados, me puteo con alguno pero se que interiormente ese taxista y yo teníamos un dolor adentro: perder nuestro mi partido en Qatar.

Llego al laburo con la peor de las ondas, siento que va ser un día horrible y se pone peor. El algoritmo de mis redes comienza a mostrarme las noticias de las violaciones de derechos humanos en el país sede del mundial. Los grupos de WhatsApp de amigues comienzan a reflotar cuestionamientos durísimos sobre “cómo la gente puede apoyar un mundial en el que corrió tanta sangre”. Esa contradicción, en vez de abrir una conversación, enerva más mi enojo y me hace sentir una mala activista que solo piensa en ganar en vez de denunciar los derechos humanos. ¿Qué pasó con mi empatía? ¿Dónde está mi conciencia social? ¿Estoy más enojada por una derrota que por los hechos nefastos que pasan en Qatar? E inmediatamente un pensamiento latente: ¿Soy una mala feminista? 

¿Dónde están las feministas? 

Terminó el día devastada con una derrota y culpa a cuestas. 

En La Nota durante esas semanas publicamos un artículo que inteligentemente escribió Bruno Bazán sobre los derechos humanos y el mundial de fútbol. Ni la editora de este medio ni yo podríamos haber hecho esa nota. Ella por falta de interés y yo por falta de objetividad. 

Llega el partido contra México y Fran anuncia que este partido lo verá. Me alegro porque tendré con quien compartirlo. Por la mañana voy a un taller de escritura y nadie habla del tema. 

Es sábado y en Tucumán el termómetro marca 37º, probablemente una temperatura similar a la que atraviesan los jugadores argentinos en el segundo partido de la fase de grupo frente a México. Los nervios se apoderan de mi. Mi novio se sienta a la izquierda y yo a la derecha. Abandonamos la tele, ponemos la compu, vemos la previa y almorzamos.

Comienza el partido, Fran trae su camiseta de Argentina original que le regalaron hace unos años. Lo abrazo, sonrío y lo envidio porque a mí nunca me regalaron una camiseta de la Selección. 

Rituales, brujas y contradicciones

Las mujeres tenemos que hacer muchos esfuerzos más que los varones para ser incluidas en los rituales futbolísticos familiares y yo no fui la excepción. Leandro, mi hermano, fue el más abrazador de los varones de mi familia. Vimos juntos muchos partidos de River mientras vivíamos juntos y durante el 2018, ya viviendo uno lejos del otro, me dijo que viéramos a la distancia la Copa Libertadores. Ese año salimos campeones frente a Boca y tuvimos que ir a jugar el partido en España porque acá no estaban dadas las condiciones de seguridad. Pero yo nunca tuve una camiseta oficial de River Plate hasta el 2020 que, en medio de la pandemia, mi hermano me mandó una camiseta como gesto de amor. Estaba feliz, ya era parte de eso que tenían él y mi padre.  

Ganamos el partido frente a México y le dije a Fran: “Ahora a ver todos los partidos juntos porque sos cábala”. Aceptó el desafío y dijo que estaba conociendo un lado nuevo mio: la futbolera.

Después de ese partido, cómo si el algoritmo lo supiera, comenzaron a aparecerme las noticias sobre las denuncias contra Tiago Almada por abuso sexual grupal. Me partí al medio. Sentí que había algo en mi moral feminista que se estaba resqurebrajando. ¿Cómo no sabía eso? ¿Cómo iba a apoyar a un equipo que tiene a un abusador en su plantel?

Y otra vez, esas preguntas comenzaron a llenarme de culpa sobre la felicidad que sentía por el partido contra México.

En los últimos años gracias a que las sobrevivientes de abuso sexual comenzaron a tomar la voz pudimos saber que en nuestros entornos había desde acosadores hasta violadores. Eso a las feministas nos puso en alerta sobre los espacios qué habitamos y con quiénes lo hacemos. 

Sin dudas la Asociación de Futbol Argentino AFA y FIFA mantienen una postura de encubrimiento con los denunciados por abusos sexuales y violencia de género como sucedió con Sebastián Villa en Boca. “Hasta que no haya condena, Villa es inocente” repiten los hinchas y el club. En este caso con Almada es similar. 

El texto de la acusación de la Justicia indica que la denunciante se encontraba en estado de semi inconsciencia y que fue abusada, por al menos, dos personas: Almada y Miguel Brizuela, ex jugadores de Vélez Sarsfield. Brizuela está preso y Almada jugando un mundial.

Sumado a esa angustia, Almada jugó el partido que nos dio la clasificación a octavos de final. El acusado tuvo su debut en el partido frente a Polonia. Fue el único encuentro que jugamos con la camiseta violenta de suplentes, la casaca “inspirada en la igualdad de género”. La impunidad está en los detalles. 

Entre octavos y la semifinal Cristina Fernández de Kirchner anuncia que no será “candidata a nada” porque la condenaron a 6 años por la Causa Vialidad. El fallo es un hecho de lawfer que no investiga la corrupción sino que busca la proscripción de una mujer que fue miembro del parlamento, dos veces Presidenta y ahora es Vicepresidenta, elegida por el voto popular cada vez que ocupó un cargo público. 

Llegamos a cuartos, pasamos a semis y hoy estamos en la final del mundial como en el 2014 cuando fuimos subcampeones. La algarabía es tan inmensa como las contradicciones. 

Durante el desarrollo del mundial fui sumando adeptos de la Scaloneta. En mis círculos ya no estoy tan sola. El grupo de amigues, marikas y tortas por doquier, ya mandan memes que se vinculan a Grinder, preguntan cosas y yo a la orden del día para tirar datos. Quiero hablar todo el día del equipo de Lionel Scaloni, de su espíritu, del desempeño de Julián Álvarez, del mejor momento de Lionel Messi, del autoestima del Dibu Martínez. De cómo está Selección logró superar la frustración que acarreó al mejor jugador a querer abandonarla.  

La mística que rodea al asunto es indescriptible. Las brujas argentinas se organizaron en Twitter para hacer rituales de manifestación y curar el mal de ojo de los jugadores y yo elijo creer no sólo en el talento de los deportistas sino en ese impulso popular que llega a copar de familias las plazas. 

Ya no es la frase que usamos en la Copa América “a favor de todo lo que haga llorar a los varones heterosexuales” . Ahora es a favor de todo lo que nos produzca la felicidad de un pueblo sin culpas porque como relaté navegamos en el mar de contradicciones como la de ser un país periférico con deuda externa impagable, una inflación que nos lleva el sueldo pero que nos bancan en Bangladesh porque fueron una colonia inglesa y comparten nuestro odio a la corona.

Las feministas nos merecemos disfrutar de esta final, el disfrute por el deporte nacional que aprenden los niños y niñas desde pequeños. La historia de que en los potreros florecen las y los mejores jugadores como los Julián Álvarez o Solana Pereyra (arquera tucumana en la selección femenina de fútbol).

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Julián Álvarez frente a Croacia | Semifinal del Mundial FIFA

Las feministas argentinas debemos estar orgullosas porque con nuestra lucha hemos inundado con la marea verde, con nuestro viento zonda, con nuestro chorrillo, con nuestra yunga frondosa a todo el mundo que hoy lucha por el aborto legal. 

Soy feminista y lo soy por muchas razones pero serlo no puede hacerme vivir una identidad como una moral opresiva que me lleve a sentir contradicciones ahora que estoy viviendo un deseo, el de ser campeones otra vez.

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