La Licenciada en Periodismo y Comunicación Social devenida en crítica de cine, Carla Duimovich, se anima a evaluar el film argentino más visto de los últimos dos años: “La odisea de los giles”.
La voz de Cavallo se escucha en el living de la casa de los Perlassi. Es el 2001 y el Ministro acaba de anunciar el paquete de medidas económicas que azotarán al país. El llamado “corralito”, asfixiado por la falta de representatividad institucional y el riesgo país, alimenta el descontento generalizado de la población, llevando al movimiento piquetero a protagonizar el principal frente de resistencia de la peor crisis que se ha vivido en la Argentina. Tarde para los protagonistas de La Odisea de los Giles (2019) que, meses antes, habían reunido a varios habitantes de Alsina, un pueblo del interior de Buenos Aires, para juntar el dinero destinado a abrir una cooperativa de trabajo. Ahora en el banco, ese dinero ya no existe, y los protagonistas de LaOdisea…deben rebuscárselas para seguir adelante.
Bajo la dirección de Sebastián Borensztein, La Odisea de los Giles representa la idiosincrasia argentina a través la caracterización de todos sus personajes inscriptos en los paisajes del interior. Con un elenco decididamente popular y una banda de sonido argenta (Serú Girán, Babasónicos, Cerati, Divididos, etc.) que estalla en los mejores momentos, nos lleva a lugares comunes a un ritmo constante. Pero esto último no hace que nos detengamos con desgano ante la primera película producida por los Darín, de hecho, permitimos ser engullidos por su estructural prolijidad clásica. Pero, ¿por qué?.
Esta es una película que se acerca al público desde su titulación: propone reconocernos giles en un mundo donde el laburante es siempre el pisoteado. La inmediata identificación derrotista cobra color y determinación a medida que la película va llegando a su punto de clímax y los giles, empujados por las más acérrimas voluntades de justicia, se atreven a recuperar lo que es suyo por mano propia bajo frases del anarquista ruso Bakunin, curiosamente (tras sus últimas declaraciones públicas) dichas por el personaje de Luis Brandoni.
Protagonizada por los Darín (padre e hijo), Llinás, Brandoni y Cortese entre otros, es una película dispuesta para la taquilla nacional, posicionándose en primer lugar en la semana de su estreno, habiendo superando ampliamente al Rey León, Angry Birds y Toy Story 4. Y, en las semanas siguientes, quedando arriba de la última de Tarantino, Érase una vez en Hollywood. Al millón de espectadores, el film pasará a formar parte del club de los 30, listado de las películas nacionales que, en las salas, han superado a los grandes tanques.
A estas alturas, son muchos los análisis comparativos sobre el contexto socio-económico del 2001 con nuestro actual 2019. No es casual que una película con este carácter aparezca en este momento histórico donde, según el INDEC (2018), la población por debajo de los índices de pobreza hace tiempo superó el 32% y el riesgo país se clava en el corazón de Argentina otra vez con una deuda demencial contraída con el Fondo Monetario Internacional.
Hay que decirlo: esta película no nos transporta a un pasado ya superado, no nos hace viajar históricamente a un momento que observamos solo como meros espectadores. La odisea de los Giles se siente en el clímax de la sala, en las rodillas de las butacas de todo el abecedario, en las mandíbulas tiesas por la bronca… Y es porque logra traernos un fantasma que nos llena de miedos, que pareciera resurgir como un volcán que creíamos extinto y que, mientras vemos la película, nos hace decir: “dios mío, otra vez no”. A pesar de un final esperanzador, hoy es ésta la idea que nos invade tras ver la última adaptación de un cuento de Eduardo Sacheri: por favor, otra vez no.
Publicada en Queremos Problemas y carladuimovich