El reciente estreno de El Eternauta en Netflix no fue simplemente un acontecimiento cultural, representó una activación simbólica de gran magnitud. El entusiasmo fue tal que algunos hacían comparaciones tales como si la selección hubiese ganado nuevamente un Mundial. No es solo una serie, parece ser la encarnación audiovisual de una deuda pendiente.
Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿qué se gana y qué se pierde cuando una obra insurgente se transforma en contenido global? ¿Puede la nieve venenosa de Oesterheld conservar su carga política y emocional cuando es empaquetada para el algoritmo?
Que esta serie se estrene mientras el país atraviesa una nueva fase de tensiones culturales y políticas no es un dato menor. Héctor Germán Oesterheld fue desaparecido por la dictadura junto con sus cuatro hijas. Su vida, su obra y su final lo convierten en una figura trágica del siglo XX argentino. Sin embargo, su voz resuena en cada fotograma de esta adaptación: en la organización vecinal, en la desconfianza hacia los poderes invisibles, en la certeza de que solo el pueblo salva al pueblo.
Y aquí se instala una tensión fundamental: ¿qué hace Netflix con esa voz? ¿La amplifica o la disuelve? La corporación mediática por excelencia toma una obra insurgente y la transforma en producto global. ¿Qué queda del filo político cuando se convierte en “marca país”? ¿Se puede representar la disidencia sin absorberla y volverla mercancía?

Esta mirada no pretende negar el valor simbólico de la serie, sino reintroducir la sospecha como herramienta crítica. ¿Qué tipo de emoción moviliza el nuevo Eternauta? ¿Qué pasiones políticas canaliza (o neutraliza)? En un ecosistema donde el algoritmo premia la emoción breve y la corrección afectiva, donde la lógica de la industria privilegia la empatía rápida por sobre la contradicción, el peligro es que nuestras historias de lucha terminen desarmadas, listas para ser compartidas y olvidadas.
La clave tal vez esté en no responder tan rápido. En aceptar que toda mitología popular carga con una tensión inevitable: o se petrifica como estatua o se dinamiza como chispa. El Eternauta puede ser ambas cosas. Puede ser una puerta de entrada a la historia de Oesterheld, a la violencia estatal, a la lucha colectiva. Pero también corre el riesgo de convertirse en meme, en souvenir, en nada.
Como en la historieta original, el peligro no es solo la nevada. Es lo que hacemos (o dejamos de hacer) mientras cae. Celebrar la adaptación está bien. Mejor aún es sostener el interrogante, alimentar la inquietud y mantener vivo el conflicto. Porque incluso bajo la nieve más tóxica, el pensamiento sigue siendo la única forma de resistencia que no se congela.