El film Zombies en el cañaveral, el documental, del director y guionista Pablo Schembri, fue seleccionada para participar en el Macabro Film Festival de México y en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, Catalunya. El docente y magister en Comunicación, Pedro Arturo Gómez, realiza un recorrido sobre este género cinematográfico y ubica a la película de Schembri en el contexto de eso que se rotuló como “nuevo cine tucumano”
La pesquisa tras una supuesta película tucumana de zombies, filmada en la década de los ’60, tres años antes del célebre film de George Romero La noche de los muertos vivientes (1968), con la cual guarda notables similitudes, es la historia que narra Zombies en el cañaveral, el documental, realización del director y guionista Pablo Schembri, presentada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2019, ganadora del Festival Buenos Aires Rojo Sangre 2019, y seleccionada en 2020 para participar en el Macabro Film Festival de México y en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, Catalunya, el certamen más importante en este género cinematográfico.
La película de Schembri se ubica en el contexto de eso que se rotuló como “nuevo cine tucumano”, una etiqueta por lo menos discutible aplicada a un conjunto de notables realizaciones –varias de ellas con un sobresaliente recorrido por festivales y muestras nacionales e internacionales- como los largometrajes de ficción Los dueños (Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, 2014) y El motoarreabatador (Agustín Toscano, 2018), documentales como Tapalín, la película (F. Del Pero, M. Rotundo y B. Zavadisca, 2014), La ciudad de las réplicas (B. Zavadisca, 2016), el exitoso Bazán Frías. Elogio del crimen (Lucas García y otros, 2018) y La hermandad (Martín Falci, 2019) –producción estrenada en salas comerciales- junto con un gran número de cortos y otras realizaciones de variados formatos que conforman un corpus audiovisual producido en la segunda década del Siglo XXI, resultado en gran medida de las políticas culturales del Estado Nacional desplegadas entre 2007 y 2015, y de instancias de institucionalización como la creación de la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
Sin embargo, Zombies en el cañaveral, el documental es una presencia muy particular en este entorno, no sólo por incursionar con energía creativa propia en el género fantástico -una categoría escasamente visitada por el cine argentino y con resultados, en la mayoría de los casos, no muy felices- sino también por los ecos que resuenan en la mención del “cañaveral”, un espacio con reverberaciones no sólo de localismo sino también de ciertos tintes de una realidad sociopolítica conflictiva.
La presencia de apuntes de crítica sociopolítica en la producción audiovisual tucumana a través del género fantástico tiene su antecedente más nítido en la obra de Gerardo Vallejo, quien en su desaparecida serie Testimonios de Tucumán (1972 – 1973) recurre a personajes de los mitos y leyendas de la tradición popular como La Difunta Correa, La Telesita y El Familiar, reelaborándolos como herramientas de denuncia social, en cortometrajes documentales que se emitieron con gran resonancia en el Canal 10 de televisión, por aquel entonces de la Universidad Nacional de Tucumán. El Familiar –perro demoníaco que funciona como alegoría de la explotación sufrida por los peones de la industria azucarera- reaparece en un corto tucumano del mismo nombre, filmado por Franco Lescano y Martín Falci, presentado en una sección paralela del Festival de Cannes 2015, pero esta vez como metáfora de la violencia política. La novedad que introduce Zombies en el cañaveral, el documental es un uso particularmente original de elementos fantásticos con ecos de crítica social, pero extraídos ya no de la tradición popular sino del repertorio de la cultura de masas: estos muertos caminantes, íconos del terror cinematográfico, trasladados aquí a un espacio local emblemático de la desigualdad y la explotación social, los sembradíos de caña de azúcar, escenario de uno de los traumas sociopolíticos fundamentales de Tucumán. Con este viraje, Schembri retoma el valor metafórico original del zombie como referencia a la explotación social, efecto de sentido activado por la carga semántica de la palabra “cañaveral” y la inscripción temporal en los años de la dictadura militar de Juan Carlos Onganía, bajo cuyo régimen se produjo en 1966 el cierre de los ingenios en Tucumán, la principal catástrofe económica y social sufrida por la provincia.
A diferencia del abolengo aristocrático de las criaturas más célebres del cine de terror fantástico, como el conde Drácula, el barón Frankenstein y el faraón que en vida fue la momia, o la holgura burguesa del hombre lobo clásico, los zombies han representado primero la explotación del proletariado y luego diferentes formas de la alienación social. Aunque sus orígenes pueden hallarse en las religiones africanas, la figura del zombie se asocia más con el Caribe, en particular con el vudú de Haití, donde los zombies son muertos resucitados por un brujo que los controla sumiéndolos en la esclavitud, al servicio de capitalistas poderosos y malignos.
En el cine, la primera aparición de los zombies fue en el film de Victor Halperin Zombie blanco (1932), ambientado en Haití, con la actuación del icónico Bela Lugosi quien personificaba a un esclavista que utilizaba a los zombies como mano de obra en su plantación de azúcar. Una obra maestra del género es Yo caminé con un zombie (1943) del gran Jacques Tourneur, una reescritura de terror caribeño vudú de Jane Eyre, la novela de Charlotte Brontë. En esta línea también se destacan La plaga de los zombies (John Gilling, 1966), donde los zombies son una fuerza de trabajo explotada en una mina de metal, y La serpiente y el arcoíris (Wes Craven, 1988), adaptación libre de la obra etnográfica homónima del antropólogo Wade Davis, situada en el Haití de la dictadura del temible François “Papa Doc” Duvalier, cuya policía secreta –conocida como los Tonton Macoute– habría utilizado el vudú y la zombificación como instrumentos de dominación.
Pero sería una película de apenas dos años después de La plaga de los zombies la que cambiaría para siempre el significado cultural de estos seres: La noche de los muertos vivientes, con la cual su director, George Romero, funda el terror cinematográfico moderno, convirtiéndose en una de las obras de mayor poder de influencia dentro del género. Los “muertos vivientes” de Romero -a lo largo de toda su saga, remakes y versiones- traen consigo no sólo el patrón estético y narrativo del zombie en la actual cultura de masas, sino también una crítica metafórica brutal a los males sociopolíticos del mundo contemporáneo, en particular al capitalismo y el consumismo, tal como se deja ver en El amanecer de los muertos (1978), como así también al poderío militar y sus manipulaciones de la ciencia y la tecnología con intereses belicistas. Desde entonces y hasta hoy, el Apocalipsis Zombie ha estallado esparciéndose por el cine, la televisión, la literatura libresca, las historietas, los videojuegos y otros muchos productos de las industrias culturales, hasta ganar las calles en diversos países a través de las populares marchas zombies, una probable manifestación del malestar originado en la crisis financiera de 2008.
Por fuera del lastre derivativo de tanto audiovisual rutinario que sobreexplota a los zombies (después de todo, estos personajes están condenados a eso), la película de Pablo Schembri es de esas producciones que traen un aire fresco para los muertos vivientes. No lo hace a la manera del aporte de Exterminio (28 Days Later, Danny Boyle, 2002) o las contribuciones coreanas como Tren a Busan / Estación Zombie (Yeon Sang-ho, 2016), sino mediante un uso lúdico endiabladamente entretenido del documental, que devuelve a los zombies a la espacialidad matriz de la plantación de azúcar, con las inevitables asociaciones de crítica social que ello conlleva. Al mismo tiempo, pone en juego un rasgo típico de la cultura tucumana: esa cinefilia que se evidencia en las numerosas actividades de cineclub originadas, precisamente, en la década de los ’60 y en la pasión por la realización audiovisual que desemboca en esto que se ha dado en llamar “nuevo cine tucumano”.
La versión en streaming del SITGES Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya (8 – 18 de octubre, de 2020) es una oportunidad imperdible para encontrarse con estos muertos vivientes de un Tucumán posible.